Mundo | ELECCIONES ANTICIPADAS EN ITALIA

El fin del experimento Draghi

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Alejandro Pairone

Experto en aplicar las políticas dictadas por el poder económico global, el ex primer ministro no pudo administrar la crisis pospandemia y los efectos de la guerra en Ucrania.

De puño y letra. Draghi rubrica su dimisión tras la pérdida de apoyo parlamentario.

Foto: HANDOUT/QUIRINALE PRESS OFFICE/AFP

La inflación descontrolada, un déficit energético que ahonda la crisis económica, y la fractura de la alianza gobernante, configuraron el final del singular Gobierno del primer ministro italiano, Mario Draghi, quien no logró recomponer un Gabinete tras perder la mayoría parlamentaria y renunció el 21 de julio. Y lo que resulta aún más inquietante es que su renuncia allana el camino para la coronación de una alianza de extrema derecha liderada por la neofascista Georgia Meloni, inicialmente favorita en las encuestas para los comicios anticipados a realizarse el 25 de septiembre.
El experimento político que puso a Draghi al mando de Italia desde febrero de 2021 fue, en los hechos, la intervención del establishment financiero de la Unión Europea con la anuencia de la política local en su conjunto. Draghi es un burócrata calificado del sistema financiero global que ha gobernado directa o indirectamente varios países sin haber sido electo en ninguno: ni siquiera en Italia.
Este economista de 75 años fue director Ejecutivo del Banco Mundial (1985-1990), luego director general del Tesoro de Italia y a la vez presidente del Comité de Privatizaciones (1991-2001) de Silvio Berlusconi, cuando vendió patrimonio público por 150.000 millones de dólares. Uno de los grandes beneficiarios fue Goldman Sachs, justamente su siguiente destino laboral como vicepresidente por Europa (2002-2006). Desde allí ayudó a fraguar los registros de la deuda de Grecia que estalló en 2009, y que el propio Draghi ajustó a sangre y fuego contra el pueblo griego en su siguiente rol de presidente del Banco Central Europeo (2011-2019). Previamente había estado al frente del Banco Central de Italia (2006-2011).
En un descanso de aquellas tareas se encontraba cuando el presidente Sergio Mattarella lo convocó para formar un Gobierno de «unidad nacional» tras la caída de Giuseppe Conte (2018-2021), del Movimiento 5 Estrellas (M5E), una organización antisistema creada y liderada por el cómico televisivo Beppe Grillo.
Mattarella llamó a Draghi para dirigir «un Gobierno de alto nivel técnico, al margen de la política», según dijo, al estilo de lo que era un dictador en el antiguo Imperio Romano. El delegado del sistema financiero fue secundado por un Gabinete de partidos con representación parlamentaria que se sumaron por derecha e izquierda con la sola excepción del neofascista Fratelli d’Italia, de Georgia Meloni, abiertamente opositor al experimento.
Ni la suma del poder ni los 221.500 millones de euros que recibió del programa de asistencia pospandemia de la Unión Europea alcanzaron para estabilizar una economía con salarios estancados desde hace 30 años, un desempleo que supera el 8,2% y seis millones de personas bajo la línea de la pobreza que sobreviven con planes de asistencia de entre 500 y 780 euros por familia por un máximo de 18 meses.

Motivos de un fracaso
El Presupuesto 2022 de Draghi previó un crecimiento del 4,7% y una inflación anual del 6%, que apenas era del 1,5% cuando él asumió. Pero la realidad adversa redujo el crecimiento al 2%, con una inflación que ya superó el 8% anualizado y tendencia a los dos dígitos por las alzas en alimentos, energía, vivienda y combustibles. Ello, agravado por políticas antinflacionarias ortodoxas que encarecieron el crédito, los servicios y alquileres. Italia compra a Rusia el 50% del gas que consume, pero ya recibe la mitad de eso y no tiene aún certeza de cómo reemplazarlo por falta de infraestructura. Este solo hecho prenuncia un agravamiento de la crisis.
Tumultuoso, inorgánico y contradictorio, el M5E fue el principal respaldo de Draghi, pero se alejó por la escasa ayuda oficial a las familias afectadas por la pandemia y la guerra y la política belicista pro Ucrania de Draghi, ejecutada por el canciller Luiggi Di Maio, de 36 años, que justamente provenía del M5E. Ese fue el punto de ruptura. El M5E se opuso a la asistencia financiera y militar a Kiev y exigía trabajar para forzar la paz, a lo que se negaba el primer ministro identificado sin fisuras con la OTAN. Por ello el M5E le restó apoyo en una moción de confianza que dejó a Draghi sin mayoría y lo empujó en una segunda votación a la que se sumaron los bloques derechistas de Forza Italia, de Silvio Berlusconi, y de La Liga, de Mateo Salvini. Eso clausuró definitivamente el experimento Draghi.
No obstante, el abrupto cambio de Salvini y Berlusconi no fue por principios éticos y sociales sobre políticas de Estado, sino mera especulación electoralista: ambos avalaron el experimento Draghi mientras la lideresa del ultraderechista Fratelli d’Italia, Georgia Meloni, asumió la oposición y capitalizó los desaguisados del Gobierno y a todos los decepcionados con las ambigüedades de los exjefes de la derecha italiana. Esos tres bloques derechistas, no obstante, gobiernan en alianza 14 de las 20 regiones de Italia, y se impusieron en las elecciones municipales de junio pasado, donde a su vez Meloni, obtuvo la hegemonía y quedó como la cara de ese grupo hacia las elecciones de septiembre. Las encuestas le asignan una intención de voto del 25%, que supera el 40% al sumar los sufragios cautivos de sus aliados.

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