11 de junio de 2014
La sorpresiva abdicación del rey Juan Carlos impactó a una sociedad española conmovida por el resultado de las elecciones al Parlamento europeo y el terremoto político de lo que se denominó «el fin del bipartidismo». El tiempo dirá si traspasarle el trono a Felipe fue una jugada brillante para tapar la crisis económica y la decadencia de los dos grandes partidos que sostienen «la institucionalidad» heredada de la dictadura. Pero, a veces, en política, una decisión que parece acertada puede provocar el efecto contrario. Nadie salió a las calles para vitorear al heredero; miles se manifestaron contra la monarquía y por la Tercera República.
España va de sorpresa en sorpresa. Nadie esperaba que el Partido Popular (PP) y el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) no alcanzaran el 50% de los votos. Nadie esperaba que el secretario general del PSOE renunciara. Nadie esperaba que Podemos –una fuerza de izquierda nacida hace apenas cuatro meses– obtuviera más de un millón de votos y se ubicara en cuarto lugar. El tiempo dirá si Podemos se consolida como una verdadera fuerza política o desaparece como muchas otras «terceras fuerzas» que se presentan como un huracán y terminan siendo una brisa de verano. El discurso público de sus dirigentes no apunta a simple brisa: dicen con todas las letras que quieren conquistar el poder. Por eso el nerviosismo y las diatribas de Felipe González, que ahora habla como uno de los 17 miembros del Consejo de Administración de la multinacional Gas Natural Fenosa.
Nadie se sorprende de que en Euskadi los independentistas sean mayoría otra vez. Y pocos esperaban que Esquerra Republicana, en Cataluña, pasara de cuarta fuerza en 2009 a primera en 2014 y que los partidos por la independencia hayan alcanzado el 55%.
Si la idea era darle un nuevo envión a la corona y a la estabilidad, que nadie se sorprenda si el tiro les sale por la culata y las plazas se vuelven a llenar de indignados.