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Irán en la delgada línea roja

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Telma Luzzani

El nuevo Gobierno nació con un baño de sangre que desafía las negociaciones de una tregua entre israelíes y palestinos en Gaza. EE.UU y su obsesión con un país geopolíticamente clave.

Teherán. Masoud Pezeshkian, flamante presidente, en la apertura de una sesión parlamentaria, en agosto.

Foto: Getty Images

El nuevo Gobierno de Irán tuvo su bautismo con sangre. Masud Pezeshkian, médico y político de la línea reformista, elegido democráticamente en julio por el 53,6% de los votos, sufrió una dura provocación que lo obliga a replantearse los planes de diálogo y aproximación que quería implementar con Occidente.

Ismail Haniyeh, importante líder de Hamas, fue ejecutado con misiles en Teherán, el 31 de julio, horas después de haber asistido como invitado especial al acto de asunción del nuevo mandatario persa. Nadie reivindicó la autoría del crimen. No obstante, los diarios estadounidenses como The New York Times y los medios israelíes sugieren que fue Israel. «Se presume ampliamente que Israel mató a Haniyeh», afirmó, por ejemplo, la periodista Tovah Lazaroff del Jerusalem Post el pasado 18 de agosto.

Haniyeh no era un político palestino más: además de haber sido primer ministro –línea moderada– en la Franja de Gaza entre 2006 y 2014, se desempeñaba, en el momento de su asesinato, como el principal interlocutor de las negociaciones para una tregua entre israelíes y palestinos, mediadas por Qatar. 

Para Irán y para el nuevo Gobierno de Pezeshkian, en el actual contexto de tensiones en Oriente Medio, el asesinato del palestino fue un cachetazo. Por una parte, porque la muerte violenta de un extranjero, invitado oficialmente y alojado en un edificio bajo la custodia de la Guardia Republicana, transmite la imagen de un país que no cuida bien a sus huéspedes y cuyos sistemas de inteligencia y seguridad son fácilmente vulnerables. Por otra, porque se trata de una violación a la soberanía iraní que el nuevo Gobierno no puede dejar impune. Tras la muerte del palestino, Irán izó la bandera roja de la venganza en la cúpula de la mezquita de Jamkaran, en la ciudad de Qom.

El delicado equilibrio
Pezeshkian, nuevo mandatario, es un importante científico y profesor del Corán. Como cirujano cardiovascular presidió la Universidad de Ciencias Médicas en los años 90. Ingresó al mundo de la política de la mano del expresidente Mohamed Jatamí, quien lo convocó para ocupar el Ministerio de Salud (2001-2005).

La actual presidencia surge de un hecho fortuito. Los comicios estaban previstos para el año próximo, pero el presidente en funciones, Ebrahim Raisi (de la línea opuesta al actual), falleció en un accidente de helicóptero el pasado 19 de mayo. Hubo elecciones adelantadas y Pezeshkian se convirtió en el noveno presidente desde la Revolución Islámica de 1979, cuando se constituyó la república (antes era una monarquía controlada por Washington), y en el tercero de la línea reformista. Los anteriores fueron Mohamed Jatamí (1997-2005) y Hasan Rohaní (2013-2021). 

Las propuestas del actual presidente, antes del asesinato de Haniyeh, apuntaba a reactivar el diálogo con Estados Unidos, país que hace más de cuatro décadas viene sofocando a Irán con duras sanciones económicas. Durante su campaña proselitista y en su primer discurso como presidente electo dejó claro que su plan consistía en un delicado equilibro entre llevar adelante la prometida apertura sin vulnerar la soberanía nacional, ni traicionar las líneas de la Revolución Islámica. Pero el homicidio de Haniye desbarató todo y probablemente lo empuje a tomar medidas que no estaban en sus objetivos originales. 

Entre sus primeros actos de gobierno, Pezeshkian dialogó con importantes aliados como los presidentes de Turquía y Rusia, pero también con representantes de la Unión Europea. Su gabinete está integrado por políticos de su partido, pero también hay ministros opositores. Como canciller nombró a un diplomático de carrera, Abbas Aragchi (61), conocido en Occidente por su rol durante las conversaciones que concluyeron el acuerdo internacional sobre el programa nuclear iraní de 2015, un pacto que pulverizó de forma unilateral Donald Trump en 2018. 

Conmoción. Mujeres con velo sostienen retratos de Ismail Haniyeh.

Foto: Getty Images

Un país estratégico
Irán ha sido históricamente un jugador importante en la correlación de fuerzas regionales y mundiales. Es rico en petróleo y su ubicación geográfica es clave, especialmente en el actual período de reconfiguración hacia un orden multipolar. 

Para Estados Unidos ha sido siempre un objetivo estratégico en sus planes de dominación hegemónica global. Solo basta recordar que el primer golpe de Estado de la CIA, en colaboración con el británico MI6, fue en 1953 contra el primer ministro iraní Mohamed Mosaddeq, quien había decidido la nacionalización del petróleo iraní. Casi seis décadas después, en 2009, el expresidente Barack Obama reconoció que Washington había derrocado aquel Gobierno democrático y lo había reemplazado por una monarquía pronorteamericana encabezada por el Sha de Persia, Reza Palevi. 

En la actualidad, para Washington, lograr ese objetivo es cada vez más difícil. En enero de este año, Teherán se sumó a los BRICS plus y además forma parte de otras dos organizaciones multilaterales en las que Estados Unidos no tiene poder alguno: la Unión Euroasiática Económica y la Organización de Cooperación de Shangai, pilares del nuevo orden internacional alternativo que promueven fundamentalmente Rusia y China.

En lo que va de este mes de agosto, los medios estadounidenses e israelíes auguran, para el Gobierno de Pezeshkian, un camino plagado de dificultades. El país no solo está asediado por las sanciones económicas que datan de 1979 y que durante el período de Trump se multiplicaron, sino también por las operaciones mediáticas y por las constantes provocaciones.

Según informó el exdiplomático iraní Amir al-Mousawi al medio Al Mayadeen, en los últimos días «Irán ha sido amenazado con un ataque nuclear». El diplomático criticó también la inundación de mensajes en las redes sociales tratando al país de «cobarde» porque aún no ha respondido al ataque contra Haniyeh.

Multitud. Ceremonia fúnebre en la capital del país tras el asesinato de un referente central de Hamas.

Foto: Getty Images

Entre demonizaciones y sirenas de guerra
Publicaciones como New York Times se preguntan a diario «¿Por qué Irán no ha respondido aún?» y siembran empatía con la sociedad israelí que está en pánico y a la espera de una represalia. En Israel, las autoridades han pedido a la población que almacene alimentos y agua en refugios fortificados, y los hospitales han hecho planes para trasladar a los pacientes a pabellones subterráneos. 

Por otra parte, el FBI, junto a la Agencia de Seguridad Cibernética de EE.UU., ha comenzado una campaña de demonización de Irán y lo acusa –sin mostrar evidencias– de «avivar la discordia y socavar la confianza en nuestras instituciones democráticas». A pesar de que Irán niega todo como un absurdo «sin fundamento», esas instituciones aseguran que el país persa intenta hackear las campañas presidenciales tanto de republicanos como demócratas. «Irán percibe las elecciones de este año como particularmente importantes en términos del impacto que podrían tener en sus intereses de seguridad nacional, lo que aumenta la inclinación de Teherán a tratar de dar forma al resultado», dice el comunicado del FBI.

La persa es una civilización milenaria con una sofisticada diplomacia. Su compromiso con la situación regional, sobre todo en lo relacionado con la ocupación y la ofensiva sangrienta de Israel en la Franja de Gaza, es muy firme. Pero sabe que Israel lo quiere empujar a la guerra, que ese país tiene bombas nucleares y que cualquier exabrupto puede significar una catástrofe inmanejable. Habrá que confiar en que, en esta difícil coyuntura, Irán –que no está solo– elija el camino de la negociación y la paz.

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