27 de septiembre de 2022
Con promesas de mano dura contra inmigrantes y la agenda de género, la líder ultraderechista llega al poder. Perfil de la mujer que reivindica a Mussolini.
Roma. Meloni celebra la contundente victoria del partido de extrema derecha, «Fratelli d’Italia», este domingo 25 de septiembre
Foto: Solaro/AFP/Dachary
Benito Mussolini fue fusilado el 28 de abril del 1945. Un año y medio después, en diciembre del 46, sus seguidores fundaron el Movimiento Social Italiano. Tiempo más tarde, al segmento juvenil de esa organización neofascista, Frente de la Juventud (Fronte della Gioventù), ingresó una tarde de 1992 una jovencita romana de 15 años, ya por entonces muy decidida, atrevida, resolutiva, enérgica. Giorgia Meloni había adoptado un nombre de militancia: «Calimera» (Kalimera en griego significa «Buenos días»). Desde entonces tuvo un discurso, sólido, duro, mordaz. «Para mí fue un buen político. Todo lo que hizo, lo hizo por Italia», supo decir alguna vez del Duce. Cuando en 1996, el MSI se reformuló en la radicalizada Alianza Nacional, ella se transformó en líder del Azione Studentesca, su movimiento juvenil, siempre protegida por el ultraderechista Gianfranco Fini.
¿Un mero impulso juvenil? De ningún modo. A los dos años, fue elegida concejala de Roma y poco después la primera mujer presidenta de la Acción Juvenil. Quienes la conocen, aseguran que, ahora, a los 46 años, la futura presidenta del Consejo de Ministros de Italia (logró el primer lugar en las elecciones de este domingo 25 en Italia) mantiene las mismas convicciones, el mismo andar impetuoso. Que detrás de una imagen fresca de mujer alegre, parlanchina, dicharachera, mantiene la energía devastadora que le permitió pasar por sobre todos los hombres que la rodearon.
Por empezar, a su padre: abandonó a la familia para irse a las Islas Canarias antes de que ella naciera el 15 de enero de 1977. Su madre, Anna, rehusó los consejos de abortar, lo que, según Giorgia, le marcaría su posterior ideología. El padre intentó regresar, pero ella a los 11 años decidió que no volvería a recibirlo jamás. Su hermana mayor, Arianna, siempre fue su confidente. Al poco tiempo no solo comenzaría la militancia sino que sufriría el incendio de su casa y la necesidad de mudarse al barrio obrero Garbatella. También empezaría a ganarse la vida como moza o niñera, mientras estudiaba en el Instituto Amerigo Vespucci, donde sufrió acoso escolar.
«Soy una mujer, soy madre, soy italiana, soy cristiana», dijo hace dos años, en un acto político, en plaza de San Juan de Letrán. Es diputada desde 2006, cuando se convirtió en la vicepresidenta más joven de la cámara. Poco después comenzaría a trabajar como periodista en Mediaset, uno de los canales de la cadena de Silvio Berlusconi. Allí conoció a Andrea Giambruno, también cronista, con quien en 2016 tuvo una hija, Ginevra. El mayor líder contemporáneo de la derecha italiana tendría otra incidencia en su vida: cuando asumió por tercera vez como jefe del Gobierno, el 8 de mayo de 2008, la nombró ministra de la Juventud. Se fueron juntos en 2011. Ella volvió al parlamento y un año después, algo distanciada de Berlusconi, convenció a sus compañeros Ignazio La Russa y Guido Crosetto de fundar un nuevo partido neofascista: Fratelli d’Italia (Hermanos de Italia), un nombre inspirado en el primer tramo de la letra del propio Himno Nacional italiano: «Fratelli d’Italia, l’Italia s’è desta dell’elmo di Scipio». No tuvo empacho en construirla como una fuerza xenófoba, autoritaria y ultraconservadora que habla de «familia natural» y la «universalidad de la cruz».
En el 2016 pasó por un frustrado intento de ser alcaldesa de Roma, y tomó gran notoriedad cuando en plena pandemia encabezó una ácida oposición a las políticas del Gobierno de Mario Draghi, lo que desembocó en su renuncia y el llamado a elecciones anticipadas que se consumaron este domingo y la ungieron como nueva titular del Consejo de Ministros. Un hecho sin precedentes desde la II Guerra Mundial: un partido neofascista llega al poder por el voto popular. Lo logró en alianza de derechas, con Liga (Matteo Salvini) y Forza Italia (Berlusconi), con más del 42% ante la atomización de las fuerzas progresistas. «Cuando pase esta noche tendremos que recordarnos que no somos un punto de llegada sino de partida», dijo al confirmarse su triunfo. «Los italianos deben estar orgullosos de ser italianos», fue una de sus convocatorias de campaña.
Posicionamiento radical
Su victoria fue producto de una campaña sin medias tintas. Con tres premisas básicas: implacables políticas antiinmigratorias (llegó a mencionar la «islamización europea» y prometió obstruir el arribo de barcos de migrantes, incluso clausurando puertos); la «defensa de la patria», apoyo concreto a la OTAN (en este punto viró su mirada original) y posicionamiento radical en Europa; y un direccionamiento económico de claro sentido neoliberal, privatista, elitista, con muy baja presión fiscal. Justamente uno de sus caballitos de batalla fue el preciso rechazo al impuesto sobre el patrimonio, tan meneado en Italia. Pero además es violentamente contraria a la ideología de género: «Sí a la familia natural, no al lobby LGBT», dijo en un acto de la ultraderecha española, Vox, en el que participó. Tampoco duda en elogiar a políticos como Donald Trump o el húngaro Viktor Orbán. La estrecha cercanía de Salvini y Berlusconi con Vladimir Putin tal vez la adopte para el vínculo con Rusia. La incógnita que nace velozmente en la política italiana es si se animará a intentar reformar la constitución para imponer un régimen presidencialista.
De todos modos, Italia no será igual desde este domingo. Giorgia Meloni, al formar Gobierno, tal vez recuerde sus posturas adolescentes, cuando no solo bailaba con la música de Michael Jackson o devoraba los textos de «El Señor de los Anillos».
Cuando solía disfrazarse de hobbit, en su grupo político se reunían convocados por el bramido del «cuerno de Boromir» y cantaba con la banda extremista Compagnia dell’Anello (Comunidad del Anillo), que justamente en Italia no congrega a personajes afables, solidarios y bondadosos, virtuosos, sino que fue tomado por la peor construcción de la extrema derecha.