9 de abril de 2025

En épocas de vorágines colectivas como la que transcurre actualmente en gran parte del planeta, surgen preguntas inevitables: ¿En qué estamos fallando como sociedad? ¿Cuánto falta para sustituir el chip de la división por el de la cooperación? ¿Cuánto influye la economía? Bajo estos interrogantes, comprender el concepto de capital social resulta clave para orientar el rumbo.
Empecemos con una definición, ¿qué es el capital social? Con este término se intenta concentrar todas aquellas actitudes y acciones que reflejan cooperación, confianza y apoyo entre personas. Tanto entre conocidos como desconocidos. Desde acciones pequeñas, como hacerle las compras a una vecina enferma o respetar las normas de tránsito, hasta construcciones sociales considerables, como sostener políticas públicas que garanticen el acceso a la salud o educación.
Mientras más capital social, es decir, más confianza, cooperación y apoyo existan en una población, mayor su capacidad para resolver problemas de manera eficiente (incluso dentro del capitalismo).
Este concepto no es nuevo. Desde la década del 70 se estudia su papel en el desarrollo económico y humano de las sociedades. Su uso se ha generalizado al punto de que organismos como el Banco Mundial o la Organización Mundial de la Salud (OMS) lo han incorporado. Sin embargo, en los últimos años la importancia de internalizar estas ideas se incrementó.
La intensificación de la polarización política, la creciente desigualdad económica, el mayor aislamiento social y la reducción de la empatía, en conjunto con otros factores que evidencian un deterioro del bienestar de la población, como el incremento en el consumo de ansiolíticos o de la tasa de suicidios, son fenómenos que podrían sintetizarse (entre muchos otros) como señales de la erosión del capital social, dado que reflejan una menor confianza, cooperación y apoyo entre la población. A la vez, también ponen en evidencia los insuficientes mecanismos de defensa que operaron para evitar que se agrave la situación.
En contraste, la extrema derecha sí supo aprovechar estas carencias. Acumula más de 10 años creando nuevas herramientas y estrategias que se alimentan del malestar causado por la fragmentación social y el deterioro en las condiciones de vida. Utilizando la tecnología y comprendiendo las lógicas actuales de difusión de mensajes lograron atraer seguidores hacia una narrativa que ofrece enemigos en lugar de soluciones, multiplicando discursos de odio y el rechazo a la institucionalidad democrática.
En este contexto, el desafío radica en comprender que el capital social no es solo un concepto sociológico, sino un factor determinante para el desarrollo económico y la estabilidad democrática. Necesitamos nuestras propias herramientas y estrategias aggiornadas que, en lugar de explotar el descontento para fomentar la división, canalicen los estímulos hacia la reconstrucción del capital social perdido. Redes sociales que nos unan, una causa que nos convoque, un discurso que sea creíble y un futuro para todos.