Opinión

Pablo Imen

Director de Idelcoop

Cuando prohibir es imposible

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La resolución 2566 firmada por la ministra de Educación de CABA, Soledad Acuña, prohíbe el uso de la «e», la «x» y la «@» con el curioso argumento de que el lenguaje inclusivo obstaculiza la comprensión del lenguaje y su gramática. Aunque ciertos anglicismos o expresiones despectivas en términos de clase u opciones sexuales pueblan el universo lingüístico dentro y fuera de las escuelas, el mandato rige solo para las novedades que trae el lenguaje inclusivo, al cual se le atribuye, al menos parcialmente, el fracaso de los objetivos pedagógicos.
Esta coartada podría distraer de hechos y causas capaces de explicar mejor la crisis actual de la educación en CABA: el macrismo gobierna la Ciudad desde mucho antes de que el lenguaje inclusivo se generalizara. En esos casi 15 años, el financiamiento en Educación pasó de casi el 30% del presupuesto a menos del 18%, y por eso la falta de vacantes se multiplicó hasta llegar a 50.000 niños y niñas privadas de un derecho humano y un deber del Estado.
Según declara la Junta Departamental de Letras de la UBA, «no existe ninguna evidencia que establezca una relación entre el fracaso escolar o el bajo rendimiento en pruebas estandarizadas y el uso del lenguaje inclusivo de género». El pronunciamiento se pregunta si no será la desinversión educativa un factor mucho más explicativo del presunto deterioro educativo.
El lenguaje es una creación colectiva, viva y cambiante que solo muy parcialmente puede regularse. Las tendencias totalitarias que proponen que se hable de un único modo solo pueden estrellarse contra el muro de la realidad, pues el idioma se recrea todo el tiempo e incluso una institución tan conservadora como la Real Academia Española debe ir aceptando mutaciones.
Tal vez la incomprensible medida de Soledad Acuña tenga una deriva interesante. La gramática es un aprendizaje árido que difícilmente concite el entusiasmo del estudiantado. Sin embargo, la cuestión de las mutaciones por el reconocimiento de las diversidades sexuales generó muy fértiles debates en las aulas, dándole a la gramática la posibilidad de reconciliarse con la vida. En esos debates fue quedando claro por qué hay una perspectiva «glotopolítica», es decir, una relación íntima entre la política y el lenguaje: no hay neutralidad en el uso de las palabras, hay intenciones, valores, cosmovisiones que se esconden detrás de expresiones que están lejos de ser naturales.
En el campo académico no hay consenso en torno al uso del lenguaje inclusivo: hay posiciones que sostienen que el género es inherente a los sustantivos y no pueden cambiarse. Para otras miradas, la gramática es algo motivado y las opciones gramaticales se van negociando. La sociolingüística entiende que hay perspectivas ético-políticas y culturales que revelan que el lenguaje no solo representa la realidad, sino que también puede incidir en su cambio. El lenguaje construye relaciones sociales y de poder: permite discriminar o respetar a las personas.
Tal vez, sin quererlo, Soledad Acuña propone una agenda que nos interpela acerca de la educación que queremos construir, asociada al debate por el modelo de democracia y ciudadanía que nuestro pueblo se debe. Lo que es imposible es prohibir la dinámica del lenguaje que expresa luchas visibles e invisibles por el reconocimiento y contra la discriminación. 

Por la inclusión. Protesta frente al Ministerio de Educación de la Ciudad.

TÉLAM