Opinión

Martín Becerra (@aracabecerra)

Doctor en Ciencias de la Información

De «La Gazeta» a la precarización

Tiempo de lectura: ...

7 de junio de 1810. El primer número del periódico creado por Mariano Moreno.

Foto: Archivo General de la Nación

En su falta de independencia, en su firme adscripción al Gobierno y en su fragilidad económica, La Gazeta de Mariano Moreno podría ser un modelo para los editores y conductores más notorios de los medios comerciales de la actualidad. Claro que las diferencias son mayores que los parecidos: Moreno era miembro del primer Gobierno patrio, pero quienes troquelan la opinión pública en la Argentina actual se autoperciben independientes mientras permiten que el entorno de Javier Milei edite sus notas, defina sus encuadres y ataque a sus colegas periodistas, la mayoría de los cuales está «uberizada» en un contexto de precarización.

«El pueblo tiene derecho a saber la conducta de sus representantes», afirma la Orden de la Junta en el primer ejemplar de La Gazeta, el 7 de junio de 1810. Aunque antes hubo otros periódicos impresos en Buenos Aires, una decisión política del Congreso Nacional, en 1938, fijó ese 7 de junio como Día del Periodista en homenaje a la iniciativa de Moreno. La década previa a la Revolución de Mayo atestigua la impresión de periódicos que lidiaron con la carencia de lectores, por el analfabetismo de inicios del siglo XIX, y con la censura de la Corona española. El Telégrafo Mercantil en 1801, o el Semanario de Agricultura, que salió en 1802, son dos experiencias pioneras.

La Gazeta fue sustituida en 1821 por el Registro Oficial por Bernardino Rivadavia, quien además alentó la cooptación de la prensa privada, a la vez que combatía con la prensa opositora. Juan Manuel de Rosas profundizaría esa grieta. El Registro Oficial es, hoy, el Boletín Oficial.
La ironía de tomar al primer órgano de difusión gubernamental como hito fundacional de una profesión que en sus viejos buenos tiempos hizo de la ideología de la independencia y la objetividad un credo, revela una de las contradicciones del periodismo argentino.


Antecedentes
Los orígenes del periodismo criollo incuban dos rasgos que marcaron su evolución y que hoy se manifiestan con efectos funestos: la variable subordinación editorial de los medios a los Gobiernos con lapsos de fuerte censura y ataques contra la vida y la integridad de periodistas, y la inestabilidad económica de un sector que fue, y es, mayormente comercial, pero que no siempre ha tenido un mercado potente de anunciantes y clientes para costear sus contenidos.

Por su precariedad económica, su estilo faccioso, declamativo y polarizador, su segmentación en nichos de audiencia, y la centralidad del poder político para marcar su ritmo productivo, el periodismo argentino actual se parece más al de las primeras décadas del siglo XIX que al del siglo XX, cuya masividad, a través de la interpelación generalista a públicos diversos y policlasistas, lo dotaba de un músculo económico y una autonomía editorial que hoy languidecen.

En la calle. Alud de cámaras y micrófonos en busca de un testimonio.

Foto: NA

En efecto, el periodismo recién se consolidó en las últimas décadas del siglo XIX, a través de la organización del Estado, la modernización capitalista, el arribo de inmigrantes y, especialmente, la Ley de Educación 1420 de 1884, que fue una fábrica cultural de ciudadanía. La comparación gramsciana entre la escuela y los medios como dispositivos de asimilación de diferencias y de circulación de concepciones del mundo que pugnan por ser aceptadas en la sociedad es validada por la función de ambas instituciones desde entonces.

La evolución de los medios en el país muestra cuatro grandes etapas: la primera, facciosa, abarca desde las vísperas de la Revolución de Mayo hasta la creación de los diarios La Capital, La Prensa y La Nación 60 años después. La segunda ocupa desde los años ochenta en el siglo XIX hasta mediados de la década de 1970, es decir, desde la emergencia del periodismo profesional hasta los orígenes de una tercera etapa multimedial, financiarizada y de alta penetración de capital externo entre los noventa y los inicios de la segunda década del siglo XXI. La cuarta etapa, actual, se ajusta al imperio algorítmico de la plataformización de las comunicaciones, la consecuente personalización de contenidos según los cambiantes criterios de relevancia que imponen las big tech, la captura de los ingresos derivados de la explotación comercial de los contenidos por parte de las plataformas, la búsqueda de mecenas que reemplacen, como financiadores, a los públicos masivos y la migración de audiencias hacia redes. Como señala Benedict Evans, los medios ostentaban el monopolio de la atención y concentraban el oligopolio de la publicidad masiva de flujo, e Internet eliminó ambos.


«Uberización»
Ese es el contexto de la precarización «uberizada» de los periodistas, condenados al rebusque cuentapropista o al exilio en oficinas de relaciones institucionales de alguna institución pública o privada. Otros se adaptan gestionando sus propios productos o programas, en un sistema en el que abunda el subalquiler de espacios por parte de las emisoras audiovisuales, los canales de streaming y, también, a su modo, los diarios y revistas analógicos y digitales.

Si se observa el conjunto del sistema y en todo el territorio nacional, se advierten diversos tipos de organización del trabajo en los medios de comunicación argentinos donde no predomina el contrato de trabajo formal. Incluso en grandes organizaciones de comunicación hay formas de trabajo no asalariado, y extensas zonas donde la precarización es la regla. La ausencia de un víncu­lo contractual estable abre una reflexión fundamental sobre el tipo de contraprestación no salarial –o no eminentemente salarial– que organiza una buena parte del periodismo en el país. Sea a través del menguante negocio publicitario, de sistemas de suscripción, de pago por uso, de comunidades de afinidad, de auspicios institucionales o de la combinación de estos elementos (que ensayan no solo los medios comerciales grandes, sino también alternativas como Tiempo Argentino o Futurock), el ajuste de las empresas periodísticas está determinado no solo por la mutación general de las industrias de la comunicación sino, además, por el efecto de la recesión económica conducida por Milei en los bolsillos de sus destinatarios. Sin público no hay periodismo.

Estás leyendo:

De «La Gazeta» a la precarización

Dejar un comentario

Tenés que estar identificado para dejar un comentario.