Opinión

Atilio Boron

Politólogo

Dólar: ¿el fin de una era? 

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El Gobierno argentino anunció, semanas atrás, que el intercambio comercial entre este país y China se haría utilizando monedas locales. Se trata de una noticia muy trascendente por cuanto el país asiático es el segundo socio comercial de la Argentina, y no sorprendería que en poco tiempo más se convierta en el número uno. El reciente viaje de una delegación oficial argentina a Beijing tuvo como resultado que el Banco Central del país asiático –que responde al heterodoxo nombre de Banco Popular de China– acordara renovar por otros tres años el swap de monedas formalizado en yuanes así como garantizar un significativo flujo de inversiones en infraestructura. Pocas semanas antes, una comunicación oficial informaba de un acuerdo para abandonar el dólar en el intercambio comercial con Brasil, hasta ahora nuestro primer socio comercial. De aquí en más los pagos se harán en pesos o reales.
Se trata de dos noticias muy significativas, síntomas de los cambios epocales que están transformando la arquitectura financiera internacional y, por ende, los fundamentos económicos sobre los que reposa el actual y maltrecho «orden mundial basado en reglas», para utilizar una expresión muy socorrida por parte del establishment estadounidense. Noticias ambas, las procedentes de Beijing y Brasilia, que reflejan la declinante gravitación del dólar estadounidense en la economía mundial. Un informe de Bloomberg alertaba hace pocas semanas que las reservas de los bancos centrales denominadas en dólares se habían reducido a un «ritmo asombroso» entre el 2001 y el 2022, pasando del 73% al 58%. Algunos analistas estiman que desde comienzos de la guerra en Ucrania la gravitación del dólar en el intercambio comercial mundial y en el stock de las reservas mundiales sufrió un nuevo recorte, y arriesgan que en el curso de los próximos años menos de la mitad estarán denominadas en dólares estadounidenses. A comienzos de abril el expresidente de los Estados Unidos Donald Trump advirtió a los convencionales del partido Republicano del Estado de Georgia que «Nuestra moneda se está desplomando y pronto ya no será el estándar mundial, y esto será nuestra mayor derrota en 200 años».
Son múltiples las razones de esta incipiente «desdolarización» de la economía mundial, algo que no obstante no debería alimentar la ilusión de un desplome mundial del dólar a la que erróneamente alude Trump. Hay que recordar que pese a todo, Estados Unidos sigue siendo el mayor importador mundial y la más grande economía del mundo, aunque si se la mide por la «paridad del poder de compra» dicho sitial lo ocuparía hoy China. De lo anterior se deriva el hecho de aún en su declinación, las importaciones que efectúa Estados Unidos las seguirá abonando en dólares, lo que le asegura a esta moneda un papel prominente, aunque no tanto como antaño, en la economía mundial. Pero los persistentes «déficits gemelos» (comercial y fiscal) de los Estados Unidos han suscitado la desconfianza de los agentes económicos en el dólar. A ello hay que sumar la inestabilidad de su sistema financiero conmovido por el colapso de grandes instituciones bancarias en el 2008 y, hace apenas unos meses, del Silicon Valley Bank de California y el Signature Bank de Nueva York, todo lo cual aumentó la incertidumbre en los mercados. Y, por último, un hecho nada trivial y que nada tiene de misterioso: en 1971 el presidente Richard Nixon declaró unilateralmente (en violación a los acuerdos de Bretton-Woods de 1944) el fin de la convertibilidad del dólar y su respaldo en el oro. A partir de ese momento Washington pudo emitir dólares a voluntad para financiar sus aventuras militares y su monstruoso presupuesto militar, en la actualidad cercano al billón de dólares.
Si antes de este shock producido por Nixon el dólar fundaba su valor intercambiando una onza Troy de oro a 35 dólares, en marzo del 2023 se necesitaban 1.912,73 dólares para adquirir la misma onza Troy de oro. Es evidente que en la actualidad el respaldo del dólar es la tenue y volátil credibilidad que puede gozar un estado como el estadounidense, carcomido por un gigantesco déficit que supera el tamaño de su PIB, y que los ahorristas, agentes económicos, gobernantes y autoridades monetarias de diversos países procuren realizar sus actividades económicas apelando a otras monedas, sobre todo ante los evidentes signos de una crisis política como la que se puso de manifiesto el 6 de enero del 2021 con el ataque al Capitolio en Washington. Finalmente, según un informe de la Brookings Institution con sede en Washington el uso y abuso de la política de las «sanciones económicas» (que afectan a una veintena de países) impuesto por la Casa Blanca para apuntalar su agresiva política exterior ha empujado a numerosos países a buscar otros medios de pago, alternativos al dólar, precisamente para neutralizar el efecto de las sanciones estadounidenses en sus transacciones comerciales y financieras.
Dada esta situación, no sorprende que China haya impulsado con fuerza la utilización de monedas locales para las operaciones de comercio internacional. El gigante asiático y Rusia, así como la India y Rusia, se han desconectado del dólar y comercian intercambiando sus propias monedas, y buena parte de las operaciones de comercio exterior de China y Japón se realiza mediante el uso del yuan chino y el yen japonés. Similares iniciativas han adoptado países como Brasil, Australia, Argentina, Egipto, la Unión Europea (en su comercio al interior de la «eurozona»), Irán, Saudi Arabia, Emiratos Árabes Unidos y Turquía, amén de varios países de Asia Central fuertemente vinculados por lazos económicos y políticos sea con China o con Rusia.
La decisión argentina, como antes la brasileña, produjo un hondo malestar en Washington y el indisimulado enojo de sus autoridades. Por sus opiniones sobre la guerra en Ucrania, Lula fue acusado, por el vocero de la Casa Blanca, de «repetir como un loro la propaganda rusa y china». No hay antecedentes en la historia de la relación bilateral entre Estados Unidos y Brasil de una ofensa como esa jamás hecha a un presidente brasileño. Hasta ahora no ha habido una reacción igualmente iracunda en relación a la actitud argentina, pero ciertamente la decisión adoptada quedó reflejada en varios gestos y declaraciones de funcionarios del más alto nivel en Estados Unidos. El tema, sin duda, va más allá de lo comercial. Tal como lo afirmara el ultraconservador senador republicano Marco Rubio al enterarse del acuerdo entre Brasil y China, «en cinco años, Estados Unidos ya no tendrá la posibilidad de sancionar las economías de los países del mundo… porque las naciones estarán utilizando otras monedas y divisas distintas al dólar para sus pagos y compromisos internacionales».
Tal como se desprende de las palabras de Donald Trump o Marco Rubio, no se trata de una cuestión monetaria o de vínculos comerciales sino de la lenta pero irreversible erosión del poder imperial, y con eso no se juega. No habrá que esperar demasiado para conocer los alcances de las represalias que Washington seguramente tomará en contra de Argentina y Brasil por plegarse a lo que en la Casa Blanca definen, sin atender razones, como una «conspiración» urdida por China para atacar financieramente a Estados Unidos.

Foto: NA

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