Opinión

Carlos Heller

Dirigente cooperativista

En las vísperas del shock

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1900. El presidente electo planteó su intención de reinstalar a la Argentina en los comienzos del siglo XX.

Foto: NA

Antes de plantear hipótesis sobre el tiempo socioeconómico que se aproxima con el nuevo Gobierno, resulta pertinente tomar las palabras del presidente electo que definen su meta ideal para el país. Durante la campaña electoral, Javier Milei proyectó un horizonte de 35 años para poder llegar «al país del 1900», en el marco de un modelo agroexportador.
El próximo jefe de Estado comparó así dos Argentinas bien distintas. La censada en 1895 tenía unos 4 millones de habitantes y su economía era principalmente primaria, con un incipiente inicio de la industria frigorífica, un pequeño mercado interno, sin obreros industriales y con servicios limitados.
Hoy tenemos un país con 46,2 millones de habitantes, un sector agrícola con una frontera extendida y tecnologizada, una industria diversificada y generadora de empleo, junto con los servicios y la construcción, además de importantes desarrollos energéticos y mineros.
El ilusorio retorno a la economía de 1900 no parece practicable en este mundo. La eventual apuesta a un proyecto reprimarizador y exportador, y al libre comercio de aquel entonces, tendría graves consecuencias para el actual tejido productivo.
Seguramente no es eso lo que eligió mayoritariamente la ciudadanía. Creemos, en cambio, que hubo una gran cantidad de personas que más que votar por la filosofía y las propuestas del libertario, votó en rechazo de una difícil situación existente. Prolongada en un contexto particularmente gravoso, que incluyó la pandemia, el impacto de la guerra Rusia-Ucrania y de la sequía, a lo que pueden añadirse errores y desaciertos de gestión.
Gravitaron además, y restaron chances a la fórmula de Unión por la Patria, las condicionalidades del Fondo Monetario Internacional y la fuerte presión (virtualmente extorsión) que ejerció el organismo para una devaluación tras las PASO, previa al desembolso de fondos por 7.300 millones de dólares. Derivaciones del megaendeudamiento asumido por la anterior gestión de Cambiemos.
Ahora se promete un ajuste profundo y rápido del gasto, y reformas estructurales para achicar el Estado, con la excusa de que estamos a las puertas de una hiperinflación (que, por mi parte, no veo en el horizonte) y la mayor crisis de la historia nacional.
«Van a haber seis meses que van a ser muy duros», anticipó Milei, para luego prometer que «el ajuste no lo van a hacer los argentinos, lo va a hacer la casta, los políticos ladrones, los empresarios prebendarios, los medios que cuidan a los corruptos, los sindicalistas, los profesionales corruptos».
Sin embargo, el gasto de la política es prácticamente irrelevante en el presupuesto total, por lo que está claro que el costo lo van a terminar pagando los asalariados, los jubilados, los que reciben ayuda social, etcétera.
Eso es lo esperable cuando se habla de terminar con los «precios reprimidos, pisados artificialmente», en alusión al tipo de cambio, los subsidios a las tarifas (energéticas y de transporte), el programa de Precios Justos. Liberar esas variables y disponer una devaluación importante generará mayor inflación, recortará salarios y tendrá efectos recesivos y de mayor desocupación. Con el agravante de la prometida paralización de la obra pública, ya que «no hay plata», según Milei.
En definitiva, las lecciones históricas y el ejemplo de lo que ocurre en el resto del mundo muestran que este modelo es generador de desempleo y mayor desigualdad, y a medida que avancen estas desigualdades solo puede aspirar a sostenerse con represión de la protesta y de la organización social.
Lejos de ese escenario reafirmamos convicciones y valores de solidaridad, inclusión y justicia social, con un Estado nacional presente que genere una mejor redistribución del ingreso y un enfoque federal que propenda al desarrollo de todas las regiones.

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