Opinión

Juan Carlos Junio

Dirigente cooperativista

La huella del gran constructor

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1998. En una asamblea del IMFC. Gorini fue determinante para el desarrollo del cooperativismo de crédito.

Foto: Archivo Acción

Se cumplen 20 años de la partida de nuestro querido compañero Floreal Gorini. Lo conocí cuando yo tenía 16 años. Desde el primer momento pude sentir el rasgo humanista de un hombre todavía joven que poseía el raro don de la amalgama entre el ideario y la acción, a la vez que se ocupaba de alentar y valorar a los jóvenes, rescatando lo mejor de cada uno.

Pude disfrutar, a lo largo de cuatro décadas, sus enseñanzas plasmadas en la convivencia cotidiana, y recoger su ejemplo de vida sustentado en la unión entre el decir y el hacer, entre los principios que se formulan y la vida de todos los días.

También aprendí de su profunda conceptualización teórica, ya que Floreal era un hombre estudioso de los distintos pensamientos políticos, especialmente del que abrazó como propio, el marxismo, y de la enorme riqueza de la herencia cultural de la humanidad. En este sentido resultó siempre muy atractivo el diálogo con él, ya que emergía ese rasgo del hombre comprometido con la lucha política concreta combinado con el manejo de la literatura, la poesía, los ejemplos históricos, tanto como su experiencia personal, que solía recrear y compartir.

Resulta imprescindible que en la evocación valoremos su aporte como constructor del movimiento cooperativo de crédito, virtualmente desde los inicios del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos. Con su impronta de visionario y a la vez de gran organizador, fue determinante para la dinámica de crecimiento exponencial del cooperativismo nucleado en el Instituto, que posibilitó la creación de centenares de Cajas a lo largo y a lo ancho de toda la geografía del país. Ese notable despliegue histórico de las cajas de crédito se sustentó en su visión del cooperativismo transformador auténticamente participativo y comprometido con el palpitar social y político del pueblo. Con ese propósito como meta, convocaba a no limitarse a la atención de las reivindicaciones y necesidades específicas de los usuarios de nuestras entidades, por el contrario, llamaba a concientizar a los asociados y a la comunidad para que se comprometieran solidariamente con las causas sociales progresistas.

Temple en tiempos difíciles
Viví y compartí con Floreal el golpe de Estado artero de la dictadura de Onganía en 1966, que implicó una dura derrota para el movimiento cooperativo y el cierre de centenares de nuestras cajas de crédito. En esos momentos difíciles, Floreal mostró su firmeza ideológica y su temple personal, ejemplo de los líderes capaces de atravesar los momentos de derrota y de sostenerse desde sus ideales, impregnando al colectivo de una perspectiva hacia el futuro en la búsqueda del cauce necesario para superar las situaciones de reflujo y con la convicción de que los pueblos pueden transitar los cambios sociales, culturales y políticos con vistas a nuevos períodos de progreso.

Floreal también marcó un rumbo en la relación entre la lucha social y la militancia política. Desde esa síntesis fue protagonista de los avatares políticos del país a partir de su identidad comunista, que lo llevó a la Cámara de Diputados entre 1995 y 1997. Desde su banca desarrolló una enorme actuación no solo con sus alegatos en cada sesión, sino con un fructífero aporte en materia de proyectos legislativos. La dialéctica de la lucha social, cultural y política fue una viga maestra de su vida de la que nunca se apartó.

Proyecto y realidad. Ante una multitud reunida en la avenida Corrientes, el 22 de noviembre de 2002, en la inauguración del Centro Cultural de la Cooperación.

Foto: Archivo Acción

La batalla cultural
La creación del Centro Cultural de la Cooperación, que hoy lleva su nombre, mostró una vez más un rasgo determinante de Floreal, que combinaba un profundo realismo, asumiendo que vivíamos en nuestro país y en gran parte del planeta una derrota de carácter cultural, siguiendo la perspectiva de Gramsci, pero a su vez, como visionario, ponderando que el movimiento cooperativo estaba en condiciones –y, por qué no, era su deber– de construir un gran centro de las artes y las ciencias sociales en nuestra ciudad, desde el cual se nucleara a jóvenes investigadores y al mundo de la izquierda y el progresismo cultural, con el propósito de realizar un aporte a esa gran disputa que se libra en el plano de las ideas, los valores y los símbolos.

Desde esa perspectiva de visionario, a mediados de una década negativa como fue la de los 90, nació la idea de lo que luego se transformó en una realidad: la construcción de este gran centro cultural, realizada en plena crisis general política y económica de los últimos años del menemismo. Finalmente se inauguró con un acto popular que congregó a nuestro propio movimiento y gran parte del mundo de la cultura aquel 22 de noviembre de 2002.

Transcurridos 20 años, tanto los que fuimos jóvenes y compartimos la vida con él como los jóvenes que hoy se nuclean en nuestro movimiento, tenemos la alegría de haber transitado el recorrido de la vida junto a este gran compañero y gran dirigente cooperativo y político, junto a este gran creador y su ejemplo como militante al que todos los que lo conocimos quisimos y amamos como ser humano.

Su huella fue para todos nosotros, quienes nos sentimos sus discípulos, una guía, una verdadera luz que iluminó y marcó un camino para afrontar los retos y la lucha del movimiento cooperativo y del Centro Cultural de la Cooperación, en pos –también– de una perspectiva de transformaciones sociales para nuestra patria.

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