Opinión

Atilio Boron

Politólogo

Milei, la foto y la presión de EE.UU.

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1985. Los presidentes Ronald Reagan y Raúl Alfonsín, en un encuentro en la Oficina Oval de la Casa Blanca, en Washington.

Foto: Getty Images

El presidente Javier Milei ha realizado 13 viajes a Estados Unidos en busca de «la foto» que anhela con desesperación: sentado, junto a Donald Trump, en uno de los dos pequeños sillones de la Oficina Oval de la Casa Blanca –el despacho oficial–; anhelo que sigue siendo una desgarradora obsesión. Máxime si sabe que varios de sus predecesores como Arturo Frondizi, Arturo Illia, Raúl Alfonsín, Carlos Menem, Fernando de la Rúa, Néstor Kirchner, Cristina Fernández, Mauricio Macri y Alberto Fernández la obtuvieron. Y él, Javier Milei, el más arrastrado y lamebotas de todos aún no la tiene. Grave asignatura pendiente, de muy difícil pronóstico si tiene en cuenta la amenazante evolución de la causa $Libra en el Juzgado del Distrito Sur de Manhattan, el escándalo Spagnuolo y el 3%, la compra de candidaturas para la elección de 2023, los vínculos con el narco y otras causas que si bien tratan de ser ocultadas por la prensa hegemónica de nuestro país –imperdonable cómplice de este desastre–, ya son conocidas en Estados Unidos. El grotesco show del Movistar Arena no hizo sino potenciar todas estas críticas en los medios y parte de la dirigencia política y social estadounidense, tornando más difícil la calculada generosidad de Trump para con el Gobierno de La Libertad Avanza.

Para colmo, las últimas declaraciones de Trump durante y luego del más reciente viaje de Milei a Washington fueron terribles: la Argentina es un país cuya gente «se está muriendo», «no tienen dinero y están luchando con todas sus fuerzas para sobrevivir». No abundó demasiado en detalles, lo que es muy usual en Trump. Dice lo primero que se le viene a la cabeza y no mide las consecuencias. Había recibido a Milei sentado en su escritorio, y detrás del presidente argentino había una veintena de periodistas y reporteros gráficos con los cuales se armó una larga y tumultuosa conferencia de prensa en la que se habló de todo, pero casi nada de Argentina. En medio de esa barahúnda Milei trataba de hablar del milagro económico que había producido en la Argentina. Pero, para colmo de males, le hablaba en castellano, idioma que el magnate neoyorquino no entiende, y el intérprete oficial fue arrollado por las preguntas de los periodistas y dejó de traducir lo que decía. El resultado fue una reunión que terminó caóticamente, sin «la foto» soñada y con un par de menciones de Trump sobre la Argentina que lejos de servir como apoyo al oficialismo en el trance electoral de este próximo domingo opera como una pesadísima lápida. Primero por esa frase fatídica de los argentinos muriendo y tratando meramente de sobrevivir que más que una radiografía de lo que ocurre en este país, donde sin duda hay mucha gente con hambre, sumida en la pobreza y que lucha denodadamente para no hundirse en la pobreza extrema, debe ser leída como la confesión del rotundo fracaso de la política económica del Gobierno de Milei. No obstante, por razones geopolíticas y del interés nacional de Estados Unidos Trump apuesta a la continuidad del Gobierno del anarcocapitalista criollo y en su empeño arroja por la borda las más elementales reglas de la diplomacia, algo que jamás le interesó al caprichoso y pendenciero ocupante de la Casa Blanca. Por ejemplo, abstenerse de hacer campaña por uno de los candidatos, a los cuales le ha destinado varios miles de millones de dólares más que necesarios en un Gobierno como el estadounidense que lleva casi tres semanas «cerrado por falta de presupuesto», una traducción libre del government shutdown y que ha creado un profundo malestar incluso entre los votantes de Trump. Tal es el caso, lejos de ser el único pero sí el más vocinglero, de los sojeros del Medio Oeste que vieron frustradas sus expectativas de vender su cosecha a China por la competencia desleal del Gobierno argentino que sorpresivamente eliminó por un par de días las retenciones a la exportación de ese producto. El senador Bernie Sanders fue igualmente duro en sus críticas al despilfarro propuesto por Trump para acudir al salvataje de su mascota argentina. En su comentario Trump dejó saber su visceral rechazo a Axel Kiciloff, aunque sin nombrarlo, y aseguró que si el electorado argentino no respalda al mileísmo y en cambio lo hace a favor del gobernador de la provincia de Buenos Aires –un hombre de la extrema izquierda, según Trump– Estados Unidos retiraría todo su apoyo a este país. Pocas veces se ha visto que un presidente norteamericano se involucre tan abiertamente en una contienda electoral y ejerciendo una extorsión tan abierta y brutal sobre los votantes. Ni siquiera lo hizo Richard Nixon en la crucial elección chilena de 1970 que consagraría el triunfo de Salvador Allende. Por supuesto que intervino, y mucho, pero entre las sombras y con las debidas reservas. En suma: todos los presidentes de Estados Unidos lo hicieron y lo hacen, pero una regla de oro es la discreción y el disimulo, y ambas cosas están en falta con la actual administración republicana. 

Flanqueados. Trump, Milei y las comitivas de ambos países en la reunión que mantuvieron el 14 de octubre.

Foto: Oficina del presidente


Desaforado injerencismo
Pero no se trata sólo de Trump. Los dichos del embajador designado, Peter Lamelas, son un escándalo. Dijo que recorrería todas las provincias para convencer a los gobernadores de la necesidad de fortalecer el gobierno de Milei, favorecer la entrada de empresas estadounidenses y asegurar que Cristina Fernández continúe en prisión. Este desaforado injerencismo es absolutamente contrario a las reglas más elementales de la diplomacia, y cualquier gobierno las habría repudiado. Pero, desgraciadamente, la Argentina tiene un gobierno que ha optado por convertirse en un protectorado o una colonia de Estados Unidos, cediendo algunas de las palancas fundamentales de la economía argentina al Secretario del Tesoro de Estados Unidos, Scott Bessent. Por todas estas razones las elecciones de este próximo 26 de Octubre adquirieron un carácter casi fundacional. La victoria del oficialismo consumaría una anexión de facto de la Argentina a Estados Unidos que luego sería muy pero muy difícil revertir; una derrota, en cambio, dejaría aún encendida la llama de la autodeterminación nacional, imprescindible para el ejercicio pleno de la democracia y para construir una sociedad más justa y una economía que garantice por lo menos un módico nivel de bienestar para quienes vivimos en este país.

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