28 de abril de 2025

Campaña desde Washington. Georgieva con Sturzenegger luciendo ambos un pin de motosierra.
Foto: NA
Los últimos días han estado signados por un tema político y económico determinante: el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), alcanzado luego de ingentes negociaciones e incertidumbres a cargo de un Gobierno apremiado por una caída de las reservas del Banco Central. Ante esa situación comprometida de la macroeconomía argentina, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, tomó la decisión política de brindarle un claro apoyo a Javier Milei y su gobierno, definiendo el otorgamiento de un crédito de 20.000 millones de dólares por parte del FMI, a pesar de que la Argentina ya era el deudor más grande de la entidad a partir del endeudamiento anterior, contraído en 2018 durante la presidencia de Mauricio Macri.
Posteriormente, se produjeron dos situaciones de importancia política. La primera y principal fue la visita del secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, con el objetivo de expresar la determinación del Gobierno estadounidense de apoyar el plan económico de Milei y sostener a un Gobierno de íntima relación con las políticas del presidente Trump, diferenciándose de la mayoría de los países del continente. Bessent no se conformó con su paso por la Casa Rosada. Pocos días después, desde Washington, sostuvo que «si Argentina lo necesita, en caso de un shock externo, y si Milei mantiene el rumbo, estaríamos dispuestos a utilizar el FSE», es decir, el Fondo de Estabilización Cambiaria del Tesoro de EE.UU.
Cristal opaco
El otro gesto de fuerte impacto fueron las declaraciones de la directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva, quien manifestó abiertamente que el electorado argentino debía apoyar al Gobierno actual con el propósito de que «no descarrille la voluntad de cambio» y se logre «mantener el rumbo».
A todas luces, Kristalina no trepidó en ser «cristalina» declarando su pensamiento afín al establishment de Estados Unidos, lo cual generó una reacción de indignación en nuestro país ante una clara intromisión en los asuntos nacionales mediante la que se intentó inducir al electorado en favor del presidente actual. Si bien la funcionaria del FMI, tras la repercusión de las reacciones suscitadas en nuestro país, intentó aclarar sus dichos, quedó expuesta su intención injerencista.

Casa Rosada. Bessent y funcionarios de la embajada con el presidente Milei y parte del gabinete.
Foto: NA
En el fondo, la dirigencia trumpista, con la aquiescencia del gran empresariado local, manifestó abiertamente su intención de que el actual Gobierno, sobre la base de un eventual triunfo electoral en octubre, avance sobre su máxima aspiración de época, que son las denominadas «reformas verdaderas», que no serían otra cosa que contrarreformas impositivas, laborales y previsionales, a partir de las cuales se pretende una transformación profunda de la matriz productiva y social del país.
El plan apunta a colocar a la Argentina, en el marco de una estrategia mundial, como país proveedor de materias primas agropecuarias, complementando ese rol con el impulso a un perfil extractivista de la minería y los recursos naturales. Ese modelo implica la destrucción del mercado interno y de los sectores sociales y productivos que viven y se desarrollan en ese espacio económico y cultural, particularmente los trabajadores de los más diversos estratos y el enorme entramado de las clases medias argentinas. Todo indica que este cuadro complejo, en el que se amalgaman el Gobierno de Milei con el FMI, el empresariado local y el trumpismo, generará la oposición de los sectores sociales, políticos y culturales que se ven afectados por este modelo ya aplicado en la Argentina por diversos Gobiernos de raíz neoliberal. Así las cosas, seguramente asistiremos a un escenario político y social con un importante grado de conflictividad, particularmente teniendo en cuenta que nos vamos acercando a un decisivo momento electoral.