Opinión

Ezequiel Fernández Moores

Periodista

Racismo, fútbol y el mito del folclore

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Ladies Cup 2024. El partido ante Gremio de Porto Alegre del viernes 20 de diciembre terminó con seis jugadoras de River expulsadas.

Foto: Captura

Por un lado, está la cautela inevitable de River para hablar públicamente del tema porque la causa contra sus cuatro jugadoras acusadas de racismo en Brasil sigue bajo proceso judicial. Por otro lado, está el ya habitual bajo perfil de River para cuidar sus trapos sucios, favorecido por alguna prensa que sabe acompañar esa discreción. Pesa también el hecho de que el episodio le haya sucedido a jugadoras y no a jugadores. Si hubiesen sido Ignacio Fernández o el Diablito Echeverri los que pasaron presos el fin de año en Brasil, el escándalo habría sido gigantesco.

Vamos primero a la información. Las jugadoras de River Candela Díaz (la que imitó el gesto de un mono a un alcanzapelotas), Camila Duarte, Juana Cángaro y Milagros Díaz ya están libres en San Pablo, pero sin autorización para regresar a la Argentina, lo que está retrasado por la feria judicial que termina el 6 de enero. Están en un departamento que les alquiló River y acompañadas por Gabriela Cénoz, presidenta del fútbol femenino y vocal de la Comisión Directiva que encabeza el presidente Jorge Brito.

El juez Fernando Oliveira Camargo, a cargo del Tribunal de Justicia de San Pablo en la feria de Navidad, concedió el 28 de diciembre la libertad provisional a las cuatro jugadoras que pasaron una semana en prisión (Nochebuena incluida), acusadas de injuria racial en un partido ante Gremio, el 20 de diciembre, por la Ladies Cup. El juez, que impuso también el pago de una fianza de unos 4.000 dólares, aceptó así la apelación de River, luego de dos instancias judiciales previas que habían ordenado que las futbolistas debían permanecer entre rejas ante la «gravedad» del delito cometido y el «peligro» de que pudieran escaparse del país, según decía el fallo.


Dentro y fuera de la cancha
Para frenar su racismo interno, Brasil penalizó en 2022 los delitos por injuria racial. La sensibilidad que suscita el tema allí se reflejó cuando buena parte del país interpretó que no haberle dado el último Balón de Oro a Vinicius, el crack de Real Madrid, fue un acto de racismo. Casi que no hubo debate futbolero, la posibilidad de decir si Rodri (el crack de Manchester City que ganó el trofeo) fue superior, si vale más el genio que desequilibra en ataque o el volante estratega que ordena al equipo. No. Solo se habló de racismo.

En el orden sudamericano, la Conmebol penaliza también con multas y sanciones cada vez más severas los repetidos actos de racismo de hinchas (mayoritariamente argentinos) que hacen el gesto del mono cada vez que juegan ante Brasil. «Macacos». «Negros». Hace bien la Conmebol. Solo falta que imponga también esa misma severidad para frenar la violencia que sufren hinchas sudamericanos cada vez que viajan a Brasil, por parte de una policía brutal, a la que nadie pone freno.

En ese contexto, sucedió el episodio de River: furia tras un gol de Gremio y jugadoras que, ya desatadas, insultan con gritos de «negra» y hacen el gesto de mono filmado por la propia trasmisión del torneo (del que River fue expulsado y suspendido por dos años). Lo que sorprendió fue que una segunda instancia judicial ratificara que las jugadoras debían seguir presas. Algunos medios brasileños reaccionaron indignados por la cobertura «nacionalista» de alguna prensa argentina. Otros, en cambio, aceptaron que la prisión efectiva era una exageración. Sabemos aquello de que la Justicia debe ser «ciega» (imparcial, tratar a todos por igual), pero los jueces son personas, posiblemente futboleras y, tal vez, parte también de la rivalidad histórica de Brasil versus Argentina. Lo digo porque revisé algunos fallos previos de esos mismos jueces. Alberto Anderson Filho, por ejemplo, es uno de los jueces que denegó la libertad provisional alegando que el delito cometido fue «atroz». Es el mismo juez que en 2023 absolvió a un hombre que le dijo «preto safado» (algo así como «negro de mierda») a otro hombre que había coqueteado con su esposa. Allí sí, el juez consideró que el acusado no cometió injuria racial, sino que reaccionó con un enojo propio de la situación. No hubo «animus injuriandi», dijo su señoría. Peor el caso del otro camarista que también denegó el pedido de las jugadoras. Se llama Hermann Herschander y tiempo atrás absolvió a un hacendado de ochenta años acusado de violar a una niña de trece, que sufría abuso de alcohol y drogas. El hacendado había sido condenado a ocho años de prisión, pero pasó solo cuarenta días entre rejas, absuelto, entre otros, por Herschander, el mismo juez que sí creyó que las jugadoras de River, en cambio, debían seguir presas.

La opinión pública brasileña luce sensible cuando la agresión racista viene de afuera. Admite los grises cuando el caso es interno. Como sea, está igualmente muy bien que Brasil se canse de agresiones racistas porque buena parte de su población es negra y que cada extranjero que entra a su país sepa cuáles son las leyes a las que tendrá que atenerse. Y no vale decir que hacer el gesto de mono o insultar gritando «negra» no es racismo. La ley brasileña dice que sí, que lo es. Y que equivale a prisión. También jugadores de la selección argentina que cantaron que Kylian Mbappé es «negro y puto» se defendieron en su momento afirmando que eso no era racismo, sino folclore del fútbol. Y miles avalaron esa postura. La ley ordinaria y los reglamentos del fútbol dicen otra cosa. Y eso vale no solo en la calle. También vale adentro de la cancha.

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