17 de noviembre de 2025

Subordinación. El nuevo pacto entre Argentina y EE.UU. reitera viejas recetas de intervencionismo económico.
Foto: NA
Argentina está siendo noticia, y muy particularmente en nuestro continente, por el mentado Tratado de Reciprocidad entre el Gobierno del presidente Donald Trump y el de Javier Milei. Pero resulta imprescindible colocar esta circunstancia tan trascendente para la vida de nuestra nación y la de nuestro pueblo en el marco de una ofensiva del Gobierno de Estados Unidos hacia el subcontinente, desde el Caribe hasta Tierra de Fuego.
Ya desde el monroísmo, en 1823, en el norte consideran a esta región como su «patio trasero» y a partir de entonces se fueron sucediendo diversos episodios en ese mismo sendero. Entre los más recientes se podría citar la convocatoria de grupos de ultraderecha en México, con la consabida instrumentación a través de un sistema de redes sociales, atacando a la presidencia democrática de Claudia Sheinbaum, convocando a situaciones de verdadera desestabilización.
Veníamos del gravísimo episodio de las favelas de Río de Janeiro, cuando el gobernador de ultraderecha bolsonarista Claudio Castro generó una masacre con un claro sentido de desestabilización al presidente Lula da Silva. Pero seguramente lo más grave de todo, lo más peligroso para el conjunto de nuestro continente, son las acciones militares que están llevando a cabo las fuerzas del Comando Sur en el Caribe contra Venezuela, con el argumento de reprimir el narcotráfico, atacando pequeñas embarcaciones que presuntamente trasladan droga a Estados Unidos.
Estados Unidos amenaza con una intervención militar, lo cual generaría una situación desestabilizadora para el conjunto de los pueblos en este continente, que se han declarado reiteradamente, desde el 2002, como Zona de Paz y Cooperación.

Venezuela. La denominada Operación Lanza del Sur muestra que Trump está dispuesto a recurrir a la opción militar para imponer su hegemonía.
Foto: Getty Images
Esperamos que se imponga este sentido democrático y pacifista en el marco de la concepción de integración latinoamericana que proviene del fondo de la historia de nuestras naciones.
Sobre el promocionado acuerdo con EE.UU., resulta imprescindible aclarar que no es original y mucho menos recíproco. La historia del último siglo de nuestro país con las grandes potencias es elocuente. Seguramente el tratado más trascendente en esta materia es el firmado en 1933 con el Reino Unido, conocido como el de Roca-Runciman, durante el gobierno del general Agustín P. Justo, con el que se impusieron todo tipo de condicionalidades para sostener la cuota de compra de carnes que explotaban, desde la Campaña del Desierto, un grupo de selectas familias de la aristocracia.
La dictadura militar siguió esa política, aunque sin un acuerdo formal y simbólico, bajo el influjo del ministro José Alfredo Martínez de Hoz y su plan «revolucionario», con el que se impusieron las mismas estrategias de apertura irrestricta «al mundo» y a los capitales foráneos que vendrían a invertir.
Fue el inicio a un ciclo de endeudamiento crónico que generó la mutilación del mercado interno, la pérdida de ingresos del sector asalariado y la desindustrialización del país. También por entonces decían que «da lo mismo producir acero que caramelos», a los efectos de justificar sus acciones.
Ya en los 90, en las épocas del consenso de Washington y el menemismo, el canciller Guido Di Tella declaraba: «Yo quiero tener relaciones carnales con Estados Unidos», argumentando que se obtendrían beneficios, que nunca llegaron.
El ciclo de pactos continuó durante el gobierno conservador de Mauricio Macri, que potenció el endeudamiento, el ajuste al trabajo y la mutilación de los servicios del Estado. Como vemos, no asistimos en la actualidad a ninguna originalidad.
Se trata siempre de una pérdida de soberanía política y económica en la que los intereses nacionales terminan siempre perjudicados. Recientemente lo advertía el obispo Marcelo Colombo, recordando sugestivamente aquello de que «cuando la limosna es grande, hasta el santo desconfía».
El nuevo acuerdo tendrá consecuencias nocivas en nuestra estructura productiva, en la vida y la existencia de las pequeñas empresas. La experiencia indica que generará un aluvión de importaciones estadounidenses que dañarán el tejido productivo.
Este será, entonces, uno de los desafíos políticos más trascendentes de los próximos tiempos, tanto en el plano parlamentario como en el de la conflictividad social.
