20 de febrero de 2024
El Gobierno enfría alianzas con Brasil y China y se acerca a Estados Unidos en un proceso asimilable al retiro británico de la UE, pero con perspectivas más riesgosas.
Apertura. La exportación de productos primarios llevaría a desmantelar sectores industriales.
Foto: NA
El 31 de enero de 2020 el Reino Unido de Gran Bretaña, la sexta economía mundial, completó su retirada de la Unión Europea en un proceso conocido como «Brexit». A fines del año pasado, el nuevo Gobierno de la Argentina (23° en el ranking mundial por su PIB) decidió dar también un giro en sus relaciones externas, si bien con consecuencias mucho menos promisorias que las del caso inglés, según los analistas.
Las primeras medidas de esa reorientación estratégica se tradujeron en la negativa a integrar el grupo BRICS, formado inicialmente por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, aunque a partir de este año sumó a Egipto, Irán, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita y Etiopía (otros 40 países solicitaron ingresar al grupo).
El portazo desechó la aproximación a un grupo que ya concentra el 33% del producto mundial, más que el Grupo de los Siete (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido), que suman un 30%.
La Casa Rosada también dispuso tomar distancia política de socios tradicionales como Brasil y China (primero y segundo socios comerciales, respectivamente), y de foros como Unasur, en cuyo reemplazo se apura el acercamiento a la ultraderecha global. Y ya adelantó que hará lo posible por liberalizar las reglas del Mercosur, con miras a efectivizar el demorado acuerdo de libre comercio con la UE.
Los esfuerzos alternativos se dirigen ahora a reforzar vínculos con Estados Unidos y sus aliados, el G7 (Grupo de los Siete) e Israel. Países no complementarios en el terreno económico y con gran avidez por los recursos naturales, energéticos y minerales argentinos.
Mercosur
Las propuestas más extremas de apertura indiscriminada del bloque que integran Argentina, Bolivia, Brasil, Paraguay y Uruguay fueron, hasta ahora, las presentadas por Paulo Guedes, ministro del expresidente brasileño Jair Bolsonaro; pero la probabilidad de que el argentino Luis Caputo sostenga la propuesta de una fuerte baja de aranceles (como alientan los países europeos, para mejor chance de sus productos) «no es menor», según Mariana Vázquez, economista del Plan Fénix.
El interrogante, en ese escenario, es en qué medida la integración regional persistiría como factor de desarrollo de cada uno de sus integrantes. Y cuál sería el perfil productivo resultante, ya que barreras levantadas en los países latinoamericanos llevarían a la necesidad de desmantelar sectores industriales enteros, lo que no podría ser compensado (en términos de generación de riqueza y de empleos) por un incremento de la exportación de productos primarios.
En esta materia, la Comisión Económica de la ONU para América Latina y el Caribe (Cepal) alerta con frecuencia sobre la ilusión de confiar en una liberalización a ultranza o en acuerdos de libre comercio asimétricos, que acotarían aún más los márgenes de política y profundizarían las brechas de desarrollo.
Mientras la profunda recesión local debilita el intercambio con los socios del Mercosur, especialmente con Brasil, los prejuicios ideológicos expresados hacia China anticipan problemas múltiples. El presidente Milei cuestionó al Gobierno comunista de ese país, al que definió como «imperio autocrático en ascenso».
BRICS. Lula da Silva, Xi Jinping, Cyril Ramaphosa, Narendra Modi y Sergei Lavrov, en 2023.
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Sectores estratégicos
La realidad es que «China se ha consolidado como un importante origen de las inversiones extranjeras a lo largo y ancho del país: almacenamiento, plantas de prensado y procesamiento, puertos. Sus empresas han logrado posicionarse como inversores clave en sectores estratégicos donde las firmas de otros orígenes están prácticamente ausentes; entre ellos, sobresalen la infraestructura», advierte Diana Tussie, directora del Área de Relaciones Internacionales de Flacso Argentina.
El país asiático ofrece además el financiamiento de esos proyectos, al tiempo que Argentina se incorporó a bancos multilaterales de desarrollo donde China tiene el papel protagónico. La vinculación financiera bilateral incluye acuerdos de swap, el primero firmado en 2009, un segundo en 2014, renovado en 2017 y 2020. En 2015 y 2018 hubo además acuerdos suplementarios.
Con la visita del entonces ministro Sergio Massa en junio de 2023 se confirmó la renovación anticipada del swap que vencía en agosto por tres años más. Luego, en el viaje de Alberto Fernández a China, en octubre pasado, se anunció la ampliación del monto de libre disponibilidad del swap a 11.500 millones de dólares. La continuidad, ampliación o fin de ese financiamiento está aún por definirse.
A eso se agrega, según Daniel García Delgado, investigador del Conicet, la utilización de monedas locales para el comercio internacional, la internacionalización del yuan y su uso para el pago de deudas con el FMI, entre países y a otros organismos internacionales. «Si bien aún no hay una moneda alternativa al dólar, los procesos que conducen a ella ya están en marcha», añade.
Por lo pronto, los tres mayores socios de los BRICS, Rusia, China e India, acaban de anunciar que abandonaron al dólar estadounidense en el 95% del comercio, que ahora se realiza en monedas locales.
García Delgado expresa sus reparos sobre el nuevo rumbo y considera que «una economía periférica como la argentina necesita basarse en una diversificación de fuentes de financiamiento externo junto con la diversificación de la oferta exportadora, los mercados externos y la complejización del tejido productivo». Advierte por último que el dudoso beneficio de la reconfiguración de alianzas, sumado a «un Estado privado de capacidades solo puede ahondar la vulnerabilidad externa y fragilidad interna, en desmedro del bienestar de la ciudadanía».
