31 de marzo de 2023
Los coletazos de la quiebra de bancos en Estados Unidos sacuden a la mayor entidad financiera suiza. Calificadoras de riesgo y retiros de depósitos.
Caída. La entidad de 167 años perdió en un solo día hasta el 30% de su valor en la Bolsa.
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En pocas semanas, a partir de la quiebra del Silicon Valley Group, se inició una fuerte corrida bancaria en entidades financieras de Estados Unidos y Europa. La ola de contagio llegó al centenario Credit Suisse, que ya venía acumulando millonarias pérdidas económicas sin que los reguladores ni las agencias calificadoras lo advirtieran. O mientras miraban para otro lado. El canal de contagio siempre está vinculado con alguna «novedad», «unicornios» o los tristemente célebres «derivados». Sin embargo, la constante que subyace a todas estas situaciones es la política de la Reserva Federal estadounidense, con sus subas de la tasa de interés para bajar la actividad económica y, así, controlar la inflación.
Como sucedió en la crisis de 2008, hasta que explotó la burbuja tech, agencias como Standard and Poor’s (S&P) mantuvieron la nota «A/A-1» –la calificación crediticia a largo y corto plazo más alta– para el banco suizo, pese a los vaivenes que la entidad venía atravesando los últimos meses. Recién pichada la burbuja, las agencias calificadoras Moody’s Investors Service y S&P Global Ratings revisaron a la baja las perspectivas de las calificaciones del banco suizo UBS, luego de que la entidad privada anunciara la adquisición del Credit Suisse. «Vemos crecientes riesgos para el cambio operativo de Credit Suisse, dado que el rápido deterioro del entorno económico y las recientes turbulencias del mercado pueden complicar la ejecución de los planes de reestructuración de la dirección, que el banco tiene previsto anunciar el 27 de octubre», explica la calificadora estadounidense. Sin embargo, pese a la quiebra de la entidad, el S&P mantuvo la nota «BBB», que lo mantiene alejado de la calificación de default. Incluso, cuando la firma de rating financiero consideró que «al estar materialmente expuesto al sentimiento de los clientes y del mercado, con un impacto directo en los costes de financiación».
Las crisis financieras se convirtieron en algo habitual para la etapa actual del capitalismo y vienen sucediéndose desde hace una década. En las últimas semanas las Bolsas de Europa y Estados Unidos vivieron jornadas de alto octanaje de especulación ante la posibilidad de nuevas quiebras bancarias, por el contagio que se inició con el desplome del Silicon Valley Bank, al que siguieron otras entidades vinculadas a empresas tecnológicas. La primera víctima en el viejo continente fue el Credit Suisse, una entidad histórica, que perdió en un solo día hasta el 30% de su valor en la Bolsa, después de que su mayor accionista dijera que no podía brindarle más apoyo financiero.
«Los bancos captan depósitos del público y conceden créditos ganando el spread, que es la diferencia entre la tasa que le pagan al ahorrista y la tasa activa, que le cobran al tomador del crédito», explica a Acción el economista Horacio Rovelli.
En todos los bancos, el capital propio es un porcentaje muy menor a la cantidad de dinero que captan. Se llama grado de apalancamiento a cuánto del total de activos del banco (créditos) son fondeados con depósitos y cuánto con capital propio. Bajo estas condiciones, la posición del Credit Suisse podría permanecer bajo presión durante los próximos meses, en particular hasta que los detalles de su revisión estratégica estén disponibles y sean evaluados a fondo por los participantes en el mercado de capitales.
Ayer, hoy, mañana
Hoy son las denominadas «startups» o empresas tecnológicas, junto a todo un esquema financiero a su alrededor, las que ponen al mundo contra las cuerdas. Antes fueron las hipotecas de alto riesgo (subprime), la segunda más profunda desde la Gran Depresión; previamente las puntocom; la del petróleo en la década del 70 y así sucesivamente hasta llegar a computar 14 cracks financieros con impacto en la actividad económica global en 150 años. En casi todas, el factor común fue algún tipo de derivado financiero que escapaba a la regulación vigente al momento de que explote la burbuja y la falta de un control más exhaustivo posterior, que impida que vuelva a suceder un evento disruptivo y de alto contagio en la actividad mundial.
«En Europa y en los Estados Unidos sucede igual, pero el margen (spread) es mucho menor. El problema de la crisis financiera reside en que la FED (Reserva Federal de Estados Unidos), para afrontar un incipiente problema inflacionario, fue subiendo la tasa de interés que era de 0,25% anual en marzo de 2022, a 4,75% anual en marzo 2023», señala Rovelli. Muchos bancos, que captan mayoritariamente depósitos a corto plazo, para mejorar su ganancia compraron bonos del Tesoro estadounidense (y de otros países centrales) de largo plazo, que pagan una tasa del 3% anual. Y con la suba de la tasa de la FED (de 0,25% a 4,75% nominal anual) perdieron plata.
Esta situación repercutió en Suiza. Primero, porque históricamente recibe dinero de todas partes del mundo y no son pocas las veces que se trata de dinero no declarado. Este es el caso del Credit Suisse, una entidad con 167 años de antigüedad, que fue multada por recibir depósitos y abrir cuentas a la red búlgara de cocaína, entre otras situaciones. Así, ante la corrida de depósitos que empezó a sufrir la entidad, esta pidió a su principal accionista, el Banco Nacional Saudí, que hiciera un aporte de capital. La respuesta fue una negativa. Como siguió sufriendo retiros de depósitos, el Banco Nacional de Suiza le hizo un aporte de 50.000 millones de francos suizos (unos 53.700 millones de dólares) el jueves 16 de marzo, para cubrir la salida de depósitos. No fue suficiente. Ante ese estado de situación, cuatro días después, el otro gran banco helvético, la Unión de Bancos Suizos (UBS), fundado en 1856, oficializó la compra de su competencia por 3.230 millones de dólares. Cómo seguirá la zaga, no solo en Suiza, sino en toda Europa, aún está por verse. Más allá de estabilizarse la situación, las entidades financieras parecen estar inmersas en una alocada montaña rusa. Por ejemplo, los bancos europeos avanzaron un 1,4% tras perder un 3,8% dos días antes, cuando el Deutsche Bank provocó un desplome del sector. Las acciones de la entidad alemana subieron un 6,2% después de caer un 8,5%.