26 de octubre de 2017
Aquellos que han leído 1984 de George Orwell (donde gobierna Gran Hermano), recordarán el lenguaje utilizado por el poder: neohabla. Un ejemplo de esta forma de expresarse: el Ministerio de la Paz estaba encargado de mantener al país siempre en guerra. O el Ministerio de la Verdad, encargado de falsear la historia. Quienes no lo leyeron, no dejen de hacerlo: es esencial para entender cuestiones actuales.
Ese neohabla viene a mi mente con frecuencia, aunque por ahora es más sutil. Por ejemplo, cuando desde el gobierno nacional se habla de «sinceramiento de la economía». ¿A qué se refiere? Sin duda se utiliza para justificar gran cantidad de medidas, ya sea la depreciación del tipo de cambio, la apertura de importaciones o los aumentos de tarifas de servicios públicos.
«Liberar las fuerzas del mercado» también es sincerar. ¿Qué quiere decir esto? Que las grandes corporaciones decidirán los precios, lo que el consumidor debe comprar y cómo financiarlo, con el principal objetivo de incrementar su margen de ganancias.
La productividad es otra muletilla propia del neohabla. Como si fuera la llave de la bonanza futura. Sin embargo, se la utiliza habitualmente para evitar referirse a la flexibilización laboral, que es el verdadero concepto en el cual piensan los grandes empresarios cuando hablan de productividad. Flexibilizar para generar trabajo de calidad, un concepto abstracto que no se verifica en la realidad. España, México y Alemania son algunos de los casos de flexibilización asociada con más pobreza.
Un ejemplo que no puede faltar es la frase recientemente acuñada: «El tarifazo es una percepción subjetiva». Habría que preguntarles a muchas empresas recuperadas y otras de la economía social cuán subjetiva es su situación, estando al borde del cierre por los extremos aumentos en luz, gas y agua, al igual que muchas pymes. Sin duda, un nuevo aporte al neohabla.