26 de agosto de 2025
Gerardo Escobar fue hallado muerto en el río Paraná. Se lo vio a la salida de un boliche seguido por patovicas y policías. Su hermana sigue reclamando justicia.

Sin culpables. Gerardo Escobar tenía 23 años, luego de un festejo en un boliche apareció muerto en el río.
Gerardo «Pichón» Escobar tenía 23 años, era muy creyente, hincha de Rosario Central y estudiaba en una escuela nocturna para terminar la primaria. Estaba a cargo de una cuadrilla municipal del sector Jardinería de Parques y Paseos. El jueves 13 de agosto de 2015 fue al Casino y como ganó 5.000 pesos decidió festejar con sus amigos en el boliche La Tienda, en el que varios policías hacían horas «adicionales» de «seguridad». Una semana después su cuerpo sin vida apareció flotando en el río Paraná. «A mi hermano lo mataron antes de arrojarlo al río», expresa la hermana de Escobar con la bronca contenida de diez años sin resultados en la investigación. «El Poder Judicial se manejó con total impunidad, puso nuestro caso en un cajón, no nos dieron cabida como familia», completó en diálogo con Acción desde Rosario, adonde acudió para participar de las actividades por el décimo aniversario.
Ella conserva un rosario de madera que él siempre llevaba puesto y que apareció junto a su cuerpo. «Tuvimos un solo día de luto. Aquel fin de semana encontramos el cadáver y el lunes salimos a pedir justicia porque había patovicas y policías implicados, mi hermano era otro caso de desaparición forzada en Rosario. Entre audiencias y amenazas y lágrimas y bronca tuvimos que hacernos una coraza para enfrentar todo esto nuevo, un familiar no conoce de leyes hasta que pasa por esta situación».
Luciana tiene 40 años y es madre de tres hijos. «Fueron siete años en Rosario muy intensos, por eso nos exiliamos primero a San Marcos Sierras y ahora a Tilcara, para armar nuestro propio camino como una familia nómade», relató.
Pichón nació prematuro, entraba en la palma de una mano según le dijeron las enfermeras a su mamá. No era de salir a boliches, solía juntarse con los amigos. «Aquel día fue a la escuela, fue al Casino y volvió a la casa de mi mamá donde vivíamos todos juntos, en el barrio Alvear, en la zona sur de Rosario. Me preguntó si mis hijos habían comido, y me pidió que no le pusiera la traba en la puerta porque en un par de horas volvía», describió Luciana. «En la cámara del boliche se ve que sale por su cuenta caminando hacia el río, y en otra de un edificio se ve que viene corriendo como siendo perseguido, se esconde debajo de un auto, lo agarran y lo empiezan a golpear», apuntó.
Las cámaras de seguridad captaron su imagen seguido por tres patovicas y dos policías que hacían adicionales en ese lugar. Según pudo reconstruir su familia, lo llevaron a la comisaría 3ª donde lo torturaron. Un detenido escuchó su nombre y vio que ingresaban a un joven de sus características.
Pichón se levantaba a las 7 para ir al trabajo, y esa mañana en su pieza estaba todo intacto. Pensaron que quizás se fue con alguien, pero pasaban las horas y no llegaba. «Su celular sonaba, pero iba al contestador. Me comuniqué con un tío, era raro; con los amigos, pero nadie sabía nada. Recorrimos hospitales, fuimos a la morgue, y el sábado hicimos la denuncia, se empezaron a organizar los amigos, a concentrar en las esquinas, a cortar la calle y a movilizarnos por fuera del barrio», recordó su hermana. Como suele suceder en las desapariciones, la familia comenzó a recibir rumores de que lo habían visto revolviendo la basura, en una iglesia, e incluso en otra ciudad. «Sabemos que este es el modus operandi cuando la policía está involucrada», dijo Luciana.
Pasó una semana, con recorridas por tribunales y fiscalías, hasta que el 21 de agosto el cuerpo de Pichón apareció en el río Paraná. A su hermana le tocó reconocerlo. «Venía un camino nuevo, que recorrimos con el abogado Salvador Vera, aparecieron videos, pero también desaparecieron pruebas porque la misma policía que estaba investigando era la que encubría a los responsables, fue todo muy turbio», expresó la mujer. Sin embargo, enfatizó que «el cuerpo habló y mostró signos de violencia y tortura, por más que la otra parte lo negaba». Por entender que se trataba de una desaparición forzada insistieron en que la causa pasara al fuero federal, pero allí se empantanó aún más. «Había pruebas de que mi hermano estuvo desaparecido una semana, pero el juez Marcelo Bailaque los dejó en libertad porque para él a mi hermano no lo tiraron muerto, se resbaló y se cayó al río solo», dijo Luciana sobre los imputados. Dos policías, identificados como Maximiliano Amiselli y Luis Alberto Noya fueron detenidos por encubrimiento, al igual que los custodios César Ampuero y José Luis Carlino. Al custodio Cristian Vivas le endilgaron el homicidio, en el marco de su desaparición forzada. En primera instancia fueron todos absueltos, pero la Cámara Federal revocó esa decisión al entender que era prematura. «Nos cruzamos con un juez completamente corrupto, que dejó en libertad a cinco imputados y se declaró incompetente. Nadie toma la causa y los acusados están en sus casas. Los fiscales manosean el expediente y se excusan, lo dejaron en un limbo». Hace una pausa y en el aire queda solo desolación.
Primavera
Luciana retoma su relato. «Me fortalece no haberme quedado en eso, seguimos manteniendo viva su memoria y la lucha de tantos familiares en conjunto. Sus compañeros y compañeras de trabajo pidieron a la municipalidad que la rotonda donde él trabajaba decorando con flores, en Oroño y Pellegrini, lleve su nombre, y también logramos con la concejal Cele Lepratti que los 24 de septiembre, que era su natalicio, sea el día del estudiante de escuela nocturna», enumeró.
Con impotencia recordó que la fiscal Marisol Fabro salió a decir enseguida que el cuerpo no presentaba rastros de golpes, cuando ella misma había visto los moretones en la morgue. Para Luciana el cuerpo de Pichón flotó para ser encontrado. La segunda autopsia fue supervisada por la médica Virginia Creimer y fue realizada por el perito forense de la familia, que no se quedó con el primer resultado. Ese procedimiento estableció que fue golpeado y sometido a «submarino seco». También encontró evidencia en los testículos de inflamación que pudo haber sido de picana eléctrica, y que murió por asfixia mecánica, no tenía agua en los pulmones como si se hubiera ahogado en el río.
En la escuela nocturna 30 pusieron su nombre a un aula y pintaron un mural, una muestra de que era muy querido, al igual que en su lugar de trabajo. Luciana también participó de la exhibición del documental Un jardín para Pichón, de Carla Ciarocchi. «Cada año seguimos insistiendo. Pichón son las flores, la primavera. El olvido quiere aparecer cada día, pero no lo dejamos. Él fue dejando sus huellas, como la historia de tantos otros pibes y pibas, y como somos las voces de los que ya no están esta vez armamos un altar de la memoria colectiva. Lo de Pichón es una desaparición en democracia, como la de Franco Casco y de “Bocacha” Orellano acá mismo en Santa Fe».