5 de julio de 2024
Expresidente del Banco Central durante el macrismo y ladero de los exministros Ricardo López Murphy y Domingo Cavallo, el economista vuelve al ruedo desde un nuevo ministerio.
Perfil. El artífice del «megacanje» redactó un plan para Patricia Bullrich que terminó adoptando Javier Milei.
Foto: NA
Una foto icónica que, tal vez en el futuro, simbolice la ignominia del presente: Javier Milei en el Salón Blanco de la Casa Rosada, rodeado por sus ministros y asesores principales, todos en perfecta formación, tiesos como muñequitos de torta y vestidos de negro. Menos él, que luce un saquito azulado y sonríe.
No tenía cargo formal en el Gobierno -que acaba de crear el Ministerio de Desregulación y Transformación del Estado, diseñado a su medida- pero, ya entonces –corría el atardecer del 20 de diciembre–, la atención de la prensa se concentraba en su figura.
No era para menos. Su obra maestra –el desmedido DNU para arrasar contra el estado de derecho en Argentina– acababa de ser anunciado por el presidente a través de una cadena nacional, aunque en realidad lo había escrito para Patricia Bullrich, a quien apoyaba durante su frustrada campaña proselitista.
Esto último, por cierto, no es un secreto, dado que, en su momento, el bueno de Federico Sturzenegger supo difundir un video que lo exhibe junto al texto en cuestión, volcado en dos gigantescas pilas de hojas tamaño oficio, las cuales contienen 366 artículos que derogan o modifican unas 300 leyes para reemplazarlas por otras tantas, también de su inventiva. Y con un tono casual que acentúa la teatralidad de la escena, proclama: «Bueno, Patricia, acá está el trabajo que te vamos a entregar».
Dicen que la elaboración de ese mamotreto lo mantuvo ocupado durante los primeros ocho meses de 2023. Su resultado conduce hacia un interrogante: ¿acaso la vida imita a la literatura? Porque lo suyo excede con creces el marco de una simple ensoñación legislativa para consumar una verdadera hazaña en el campo de las fantasías distópicas. Un apego a la irrealidad que desnuda una de las frustraciones de su ser.
La angustia de la página en blanco
«Sé que voy a terminar mis días como escritor de ficción», supo ilusionarse este sujeto durante una entrevista periodística. Y añadió: «Saramago empezó a escribir a los 54 años. Todavía puedo tener esperanzas».
Aquellas palabras fueron publicadas el 28 de junio de 2011 en el diario El Cronista. Pues bien, a casi 13 años de ello –y habiendo ya superado en tres años la edad que tenía el escritor portugués al incursionar en las letras– su deuda con la pluma sigue tan intacta como la del país con el FMI.
Ya se sabe que las vocaciones incumplidas son un semillero de criaturas muy especiales. Pero vayamos por partes.
Nacido en la ciudad santafecina de Rufino durante el verano de 1966, fue el segundo vástago de los cuatro que procreó el matrimonio formado por Iris y Adolfo Sturzenegger.
Ella era maestra de música en una escuela de Gonnet; él, economista y profesor universitario en La Plata, ciudad en la que el niño Federico se crió, tironeado entre el amor al arte de su madre y el pragmatismo académico del papá. Al final, su falta de talento para expresar los latidos de su alma hizo que siguiera los pasos de este, recibiéndose de economista en la Universidad de La Plata. Después se doctoró en Instituto de Tecnología de Massachusetts (ITM). Ya tenía 25 años y una promisoria carrera por delante.
Su debut profesional fue cómo docente en la Universidad de California, antes de volver, en 1994, a la Argentina por un conchabo que lo catapultaría a las ligas mayores: economista jefe de YPF, por voluntad expresa del ministro menemista, Domingo Felipe Cavallo. Un lustro después, ya desafectado de ese paso por la función pública, lo contrató la Universidad Torcuato Di Tella para ejercer el decanato de su Escuela de Negocios. Allí cimentó su prestigio como cuadro joven del neoliberalismo. Eso hizo que, en marzo de 2001, el ministro de Economía del Gobierno de la Alianza, Ricardo López Murphy, se fijara en él, sumándolo a su equipo con el cargo de secretario de Política Económica, justo antes de ser reemplazado por Cavallo, quien lo conservó a su lado.
Fue en aquellos días cuando el amor sacudió su corazón, al conocer a Josefina Rouillet, economista como él, también apasionada por el arte y con una excelente opinión de sí misma. De hecho, en Linkedin se describe con las siguientes palabras: «Me divierten los desafíos y soy muy ejecutiva. Tengo pensamiento estratégico y visión de equilibrio general».
¿Acaso el «pensamiento estratégico» de esta mujer habría incidido en su atracción hacia él? Es que Sturzenegger ya era, a todas luces, un «ganador».
En resumidas cuentas, ellos no tardaron en casarse. Eso ocurrió en medio de las turbulencias políticas del momento.
El alfil de la restauración liberal
Hinchada de orgullo lucía la señora Josefina al ver por televisión a su esposo cuando anunciaba el «blindaje del FMI» (un ajuste brutal, que incluía la quita del 13% a los haberes de estatales y jubilados, de la que no fue ajena su amiga, la omnipresente Bullrich).
También fue artífice del «megacanje» (una transa con bonos que elevó hasta límites siderales las comisiones a los bancos extranjeros y, por ende, la deuda externa, provocando así un estallido inflacionario).
Fuera de tono. Con saco celeste, Sturzenegger fue el único sin cargo en el Gobierno que acompañó al presidente en el anuncio del mega DNU el pasado 20 de diciembre.
Foto: NA
Ambos desatinos tuvieron un efecto no previsto: la insurrección popular del 19 y 20 de diciembre. En medio de aquella circunstancia, él se escabulló a hurtadillas del Palacio de Hacienda, mientras el presidente Fernando de la Rúa huía de la Casa Rosada en helicóptero.
De esa fase de su vida conservó por años un souvenir: su procesamiento (por lo del megacanje), del que recién fue sobreseído en 2016, gracias a los buenos oficios del entonces presidente Mauricio Macri.
Este lo había rescatado del otracismo ocho años antes, ya entronizado en la jefatura del Gobierno porteño, al conferirle la titularidad del Banco de la Ciudad. Y siempre de su mano, consiguió, en 2013, una banca en la Cámara de Diputados que mantuvo por dos años, hasta que el líder de PRO –ya en el Sillón de Rivadavia– lo puso al frente del Banco Central.
Otra vez doña Josefina no cabía en su orgullo.
Dicho sea de paso, su marido le había conseguido una «changa» como coordinadora de todas las áreas del Fondo Nacional de las Artes (FNA). Pero fue cuestionada al otorgar becas millonarias a obras insólitas (por caso, un tipo disfrazado de luna que repartía regalos, o una nube de tela blanca atada a un árbol). De modo que su presencia allí se tornó insostenible.
Pues entonces, en el mayor de los sigilos, el esposo logró su traspaso al Gobierno porteño, donde repitió el despilfarro al ser puesta a la cabeza de un programa de mecenazgo que contaba con un abultado presupuesto. Y tras ser también removida de allí, se volcó a la actividad privada desde la Asociación Argentina de Cultura Inglesa.
El asunto es que ella no tardó en generar otro escandalete, al trascender las opulentas subvenciones que conseguía para aquellas entidades, otorgadas justamente por el área municipal de la que había sido desplazada.
¿Acaso tendrá esta historia algo que ver con la decisión del Gobierno libertario de eliminar, por consejo de Sturzenegger, al FNA de un plumazo?
Pero volvamos a su desempeño durante el régimen macrista.
Desde el Banco Central, al tipo se le ocurrió poner en práctica una serie de medidas para controlar la inflación en un 10% anual. A saber: eliminó el cepo bancario; ideó un sistema de créditos hipotecarios llamado Unidades de Valor Adquisitivo (UVA) indexadas al aumento del costo de la vida (que resultaron ser un himno a la usura), además de crear letras de la institución a su cargo, las Lebacs y los Leliq (que ahora Milei intenta denodadamente eliminar), junto a un disparatado tipo de cambio flotante. El resultado fue una inflación del 47% en 2018, el más alto, por entonces, en más de cinco lustros.
Ese año fue eyectado del cargo.
Ahora, el destino le brinda una nueva oportunidad.