2 de diciembre de 2024
Las diatribas y descalificaciones con las que se comunica en forma permanente el presidente Milei influyen en el posicionamiento del país en la región. Boric y Petro salieron al cruce y el papa fue desairado.
De paso. Milei caminó junto a Boric en el G20 de Brasil. Un intercambio entre ambos detonó la ausencia argentina en la conmemoración vaticana del acuerdo del Beagle.
Foto: Getty Images
El próximo viernes, Javier Milei debería asistir en Montevideo a la cumbre del Mercosur en que sería ser ungido presidente pro témpore de ese espacio común sudamericano que cumplió 33 años. El bloque es una construcción de las entonces recién recuperadas democracias sudamericanas, cuando el 30 de noviembre de 1985 Raúl Alfonsín y José Sarney firmaron el Acta de Foz de Iguazú. El inicio de esta nota está deliberadamente redactado en condicional: en un contexto normal, el modo verbal debería ser el indicativo, pero a esta altura de la gestión del paleolibertario cualquier cosa podría ocurrir.
Por ejemplo, en la cumbre en Asunción de julio pasado, la entonces canciller Diana Mondino representó a Milei porque él había preferido un encuentro de la ultraderechista Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC) en Camboriu, Brasil, en la que se vio con Jair Bolsonaro y aprovechó para no estrecharle la mano, esa vez, al presidente Lula da Sliva, al que había acusado de «corrupto y comunista». Lo terminó saludando en Río de Janeiro en el encuentro del G20, al que fue luego de haberse entrevistado en Buenos Aires con Emmanuel Macron. ¿El francés lo convenció de no dejarse llevar por un capricho otra vez?
Por lo que dejaron trascender fuentes presidenciales, en la capital uruguaya el mandatario argentino piensa plantear a los socios regionales la apertura a tratados de libre comercio o, de no encontrar eco, amenaza con salirse del Mercosur. Lo que implicaría darle un tiro debajo de la línea de flotación a esa entidad que inauguraron en marzo de 1991 su referente neoliberal, Carlos Menem, junto con Luis Lacalle Herrera –padre del actual presidente uruguayo–, Andrés Rodríguez por Paraguay y Fernando Collor de Melo por Brasil.
Distancia. Saludo meramente protocolar de Lula Da Silva al recibir al presidente argentino en Río.
Foto: G20
En Montevideo Milei abundaría –condicional– en sus propuestas neoliberales extremas, como lo suele hacer cada vez que hay un micrófono cerca. Lo hizo en Davos en enero, en la Asamblea General de Naciones Unidas en septiembre, y en la reunión de la CPAC en Mar-a-Lago, la residencia de Donald Trump, hasta que le cortaron la transmisión, hace 15 días. En el G20, en cambio, sus ideas fueron interpeladas por el colombiano Gustavo Petro y el chileno Gabriel Boric, lo que generó profundas rabietas, que en el fondo serían las «razones de Estado» del Gobierno en política exterior.
Tanto el vocero presidencial, Manual Adorni, como los referentes mediáticos que acompañan al Gobierno, negaron un feroz intercambio con Petro, con quien tiene viejas disputas alimentadas desde este lado del Plata. El entuerto en Río de Janeiro se descargó en el Vaticano contra el Gobierno de Boric y otro líder de fuste al que tampoco ha ahorrado diatribas hasta no hace tanto: el papa Francisco.
El sumo pontífice había organizado una celebración por los 40 años del acuerdo de límites firmado con Chile. La ocasión daba para el festejo. El 2 de mayo de 1977 la reina Isabel II emitió el Laudo Arbitral elaborado por cinco jueces de la Corte Internacional de Justicia sobre la soberanía del canal de Beagle y las islas Picton, Nueva y Lennox. El resultado adverso a Argentina estuvo a punto de desencadenar una guerra entre las dictaduras de Jorge Videla y Augusto Pinochet. Un conflicto que pudo ser frenado a tiempo por la tarea conciliadora del cardenal Antonio Samoré, enviado por Juan Pablo II.
A la convocatoria de Francisco fue el canciller chileno, Alberto van Klaveren, y estaba armando las valijas su par argentino, Gerardo Werthein, pero a último momento Milei le ordenó quedarse. Fue solo Luis Beltramino, el embajador argentino ante la Santa Sede. A diferencia del polaco Karol Wojtila, que vino a Buenos Aires en 1982 para otra de las batallas con la que los dictadores pensaban perpetuarse, Malvinas, ahora Jorge Bergoglio difícilmente venga a su patria, en señal del disgusto que le causó ese desaire.
Desplante semejante tuvieron el presidente y su ministro de Economía, Luis Caputo, ante la 30ª Conferencia de la UIA del martes pasado. Los industriales, que ahora sí ven que las políticas de libremercado los afectan directamente, habían girado las invitaciones correspondientes y todos alegaron problemas de agenda. Según Marcelo Bonelli, en Clarín, Federico Sturzenegger se ofreció a ir, pero el presidente se lo habría prohibido. El Gobierno tiene un planteo con la industria que no difiere del de la dictadura y el menemismo. Un debate que vuelve y en el que vale la pena seguir este hilo de tuits de Daniel Schteingart, sociólogo y curador de la ONG Argendata.
El triunfo de Donald Trump en Estados Unidos alentó las ínfulas presidenciales de liderar un espacio ultraderechista, mientras en Brasil su colega en esas lides, Jair Bolsonaro, aparece cada vez más implicado en el intento de golpe y magnicidio contra Lula da Silva.
«Argentina será un jugador estratégico en la región por la relación entre Trump y Milei», dijo claramente en el Canal E la CEO de la CPAC de Argentina, Soledad Cedro. El jefe del Ejecutivo argentino será el orador principal en la cumbre de esa organización en el hotel Hilton de Buenos Aires que se llevará a cabo dos días antes de la reunión del Mercosur.
Milei hubiera estado más acompañado en Montevideo con un triunfo de la coalición de la centroderecha armada tras la primera vuelta. Pero ganó el Frente Amplio con Yamandú Orsi a la cabeza, acompañado como vicepresidenta por Carolina Cosse. Del MPP –heredero de Tupamaros– él, del Partido Comunista ella. Un resultado que despertó la provocación módica del subsecretario de Políticas Universitarias, Alejandro Álvarez.
Por denuestos, insultos, improperios y banalidades semejantes la Argentina de Milei preocupa en el mundo y a los argentinos que, si no la veían, ya la están viendo. El exalcalde porteño, Horacio Rodríguez Larreta, se animó a cuestionar las formas en que el presidente se expresa y armó un texto que presentó en las redes con la lista de insultos proferidos bajo la banda presidencial.
No será mucho, pero es de los pocos dirigentes de lo que fuera Juntos por el Cambio que no ensayan justificaciones benévolas para el hálito de violencia que emanan las palabras oficiales. La respuesta del entorno presidencial fue, dentro de todo, menos irascible de lo acostumbrado, aunque tiene un tono arrogante que ya es un sello de fábrica. «Resulta absolutamente intrascendente el análisis que pueda hacer», dijo Adorni. «Según las últimas elecciones PASO, el precandidato a presidente, porque nunca llegó a ser candidato, se quedó en la precandidatura, sacó un 10% de los votos. Así que 9 de cada 10 argentinos no cree en lo que dice».