Política | NORA CORTIÑAS (1930-2024)

Madre de todas las luchas

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Luciana Bertoia

Solidaria con las reivindicaciones populares y sociales, nunca cejó en la búsqueda de la verdad y justicia para su hijo desaparecido y los 30.000. El adiós a Norita.

Jueves. Cortiñas en Plaza de Mayo en 2018: la ronda semanal, símbolo mundial de la lucha por los derechos humanos.

Foto: NA

Es jueves en Plaza de Mayo. Un jueves más gris y triste que otros. Una marea de gente llega, llora, se abraza, se consuela, prende velas, camina, canta. En la reja de la Pirámide de Mayo hay un cartel casero que reza «Nora eterna». Horas antes, falleció Nora Irma Morales de Cortiñas. Norita, de 94 años, la madre de todos, todas y todes. Norita, la que estaba en todas las luchas. Norita, la que no se dejaba doblegar por lo duro de la batalla y siempre respondía: «Venceremos».

Nació el 22 de marzo de 1930. Se crió en una casa de clase media en el barrio de Monserrat. Tenía cuatro hermanas, con quienes compartió una infancia feliz. Se enamoró muy joven de Carlos Cortiñas, que tenía seis años más que ella. Cuando Nora cumplió 18 años, él entró a su casa a pedir su mano. Se casaron al año siguiente. En 1952 nació el primer hijo de la pareja, Carlos Gustavo. Y, en 1955 –año del derrocamiento de Juan Domingo Perón–, llegó Marcelo.

Hasta sus 47 años, tuvo una vida tradicional. Estaba mucho tiempo en casa: daba clases de alta costura y, a veces, cosía para afuera. Iba a la escuela con los chicos.

Hacía unos años que había comenzado a preocuparse de que algo pudiera pasarle a Gustavo. Él había empezado a militar en la Juventud Peronista (JP). Lo hacía en la villa 31 de Retiro junto al Padre Carlos Mugica, cara del Movimiento de los Sacerdotes para el Tercer Mundo. Gustavo cumplió 22 años el mismo día que acribillaron en la parroquia San Francisco Solano a Mugica. No hubo festejos. Con su compañera Ana dejaron la militancia en la Capital Federal y pasaron a la zona oeste del Conurbano.

Para 1977, ya no vivían en la casa de Nora y Carlos. Estaban escapando de la represión. Pero toda la familia había pasado junta la Semana Santa de ese año en Mar del Tuyú. Nora se despidió de su hijo en la terminal de ómnibus de esa localidad balnearia. Nunca pensó que sería la última vez que lo iba a besar.

A Gustavo se lo llevaron el 15 de abril de 1977 de la estación de Castelar, cuando iba a tomar el tren para llegar al trabajo. Después de ese momento, todo es oscuridad. Una persona tragada por el terrorismo de Estado. Una persona desaparecida para siempre. Su hijo mayor, víctima del peor de los crímenes, la desaparición forzada de personas.

Nora abandonó la máquina de coser para dedicarse de lleno a la búsqueda de Gustavo. Empezó su recorrido por la Iglesia, donde esperó encontrar alguna ayuda. Fue a la Catedral de Morón. Después, a la comisaría del barrio. Un amigo de Gustavo –recién recibido de abogado– le redactó un hábeas corpus que ella firmó y presentó. Con su marido, fueron a los organismos de derechos humanos que ya estaban funcionando.

Entrevista enero 2024

Llegó a la Plaza de Mayo la segunda semana de mayo de 1977. Se enteró de que había un grupo de mujeres que se reunían para buscar a sus hijos. Nunca abandonó ese lugar, en el que durante muchos años fueron perseguidas o simplemente ignoradas como si su tragedia fuera imperceptible para los transeúntes. Marchó –a pie o en silla de ruedas– durante 47 años. Su último día en la ronda fue el 2 de mayo.

Vigilia. En el lugar donde marchaba cada jueves se realizó un homenaje en la noche del 30 de mayo.

Foto: Antu Divito Trejo

Buscó respuestas en todos los lugares que pudo. Iba a entrevistarse con monseñor Emilio Teodoro Graselli, secretario del vicario castrense, en la Stella Maris, la iglesia que se encuentra frente a lo que hoy son los tribunales de Comodoro Py. Le preguntaba por Gustavo y sufría todo tipo de humillaciones. Desde decir que había abandonado a su familia, que estaría traicionando a sus compañeros o escuchar que tenía una crucecita roja que significaba que había «muerto».

En 1978, se enteró de que funcionaba un campo de concentración cerca de su casa en Castelar. Desoyó el miedo y se metió en el terreno de la Mansión Seré para ver si daba con algún indicio de que Gustavo estaba allí. La Navidad de ese año la pasó en Dolores: fue junto con dos madres a pedirle al juez local que les permitiera identificar los cuerpos que acababan de aparecer en la costa. Pensaba que alguno de ellos podría ser el de Gustavo. El juez les dijo que las llamarían. Nunca recibieron la convocatoria.

Alegría en la pelea

En cada Navidad, Nora pensaba que le podrían devolver a Gustavo. No esperaba nada bueno de los militares, pero la época despertaba su esperanza. Otras madres tejían suéteres o compraban jeans que podrían gustarles a sus hijos. Algunas ponían un plato en la mesa o pagaban la cuota del club. Nora lo esperaba para brindar.

Nunca supo qué pasó con Gustavo. En 2012, se decidió a regresar al principio. Volvió a presentar un hábeas corpus. En la audiencia, el juez le preguntó por qué lo hacía después de 35 años. Y ella le contestó la más cruda verdad: porque quería saber qué pasó con Gustavo antes de morirse.

Entrevista mayo 2022

Nora encarnaba la lucha más dura, pero también la alegría y la dulzura. Podía jugar al fútbol, subirse a una moto, tirar besos a través del blindex de la sala de audiencias de Comodoro Py o disfrutar de una cerveza en La Nueva Embajada después de la marcha de los jueves.

Tenía una verdadera necesidad de saber. Estaba convencida de que las respuestas podrían estar en los archivos de las Fuerzas Armadas, de seguridad o los servicios de inteligencia. Les pidió a todos los Gobiernos que desclasificaran su documentación.

Estuvo en la plaza el 24 de marzo. Su salud ya estaba golpeada, pero ella seguía firme y contenta de ver a miles en las calles contra un Gobierno como el de Javier Milei y Victoria Villarruel. El 17 de mayo la operaron de una hernia. Estuvo trece días en la terapia intensiva del Hospital de Morón. Ella, que tantas veces la había esquivado, no pudo escaparle a la muerte.

En la Plaza de Mayo –ese lugar que caminó tanto y que sintió tan propio– la consideran eterna. En algún momento le preguntaron cómo quería ser recordada, ella respondió que por su presencia en cada lugar en que la necesitaban. Nora, santa pagana de todas las luchas, será invocada cada vez que alguien se ponga de pie contra la injusticia en una Argentina cada vez más sombría y desigual.

Gustavo. El pañuelo blanco con el nombre de su hijo la acompañó en cada marcha, entrevista y presentación pública.

Foto: Juan Quiles

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