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Otro lugar en el mundo

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Alberto López Girondo

Argentina pugna por incorporarse al grupo BRICS en la próxima cumbre del espacio que se realizará en Sudáfrica desde el 22 de agosto. Una oportunidad de importancia geoestratégica y económica.

En pantalla. La última cumbre del grupo que concentra el 42% de la población mundial se realizó en junio de 2022 en forma virtual.

Si el Fondo Monetario Internacional (FMI) eligió esperar hasta después de la PASO para refrendar el acuerdo por la refinanciación de la montaña de dinero que entregó a la gestión de Mauricio Macri, bien puede el Gobierno nacional esperar unos días más y recibir la sorpresa de que los países del BRICS aceptan a la Argentina como uno de los nuevos socios, lo que abriría las puertas del club que ya apunta a ser el más poderoso del siglo XXI.
El grupo, integrado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, concentra el 42% de la población mundial, cubre el 30% de la superficie del planeta, sostiene el 20% del comercio internacional y representa el 23% del PBI total, y se prepara para una cumbre en Johannesburgo entre el 22 y el 24 de agosto que se considera clave para este momento de rediseño de la arquitectura geopolítica internacional.
Fueron invitados 69 países, de los que ya dieron el sí una veintena. Se trata de naciones de Asia, África y el sur global, todo un símbolo de pertenencia que fue la excusa formidable para decirle no al mandatario francés Emmanuel Macron, que quería ser de la partida. En la ciudad sudafricana se trataría el ingreso no solo de Argentina sino, entre otros, de Arabia Saudita, Irán, Argelia, Bielorrusia, Egipto, Venezuela, Indonesia y Turquía. Pero permanece como incógnita si habrá o no ampliación, algo que debe hacerse por consenso.
El BRICS viene mostrando que le da al cuero para discutir el tablero internacional más allá de los dados que cayeron al fin de la segunda guerra mundial y dieron como resultado la creación de la Organización de Naciones Unidas, con un Consejo de Seguridad integrado por cinco miembros permanentes con derecho a veto. Ya desde los tiempos de Néstor Kirchner como presidente, y en sintonía con el brasileño Lula da Silva, se intentó, por un lado, ampliar la mesa de esos «Cinco Grandes» (EE.UU., Rusia como heredera de la URSS, Francia, Reino Unido y China) para construir un mundo multipolar.

Mesa chica
La otra opción, mucho más explícita durante los gobiernos de Cristina Fernández, fue pedir el ingreso a esa liga de naciones que dibujó en 2001 un poco como un juego de siglas el economista británico Jim O’Neill para explicar su teoría de que cuatro países estaban llamados a ser las mayores potencias del siglo que comenzaba. Eran los BRIC y dejaron de ser un juego cuando en 2008 los líderes de esas cuatro naciones originales decidieron recoger el guante. Dos años más tarde se sumaría Sudáfrica para agregarle la S final y una silla para el continente.
Entre el 2015 y la actualidad «pasaron cosas» y Argentina quedó en stand by acerca de construir algo así como el BRICSA: el expresidente Mauricio Macri no hizo nada por buscar el ingreso. De su colega brasileño, Jair Bolsonaro, se pueden decir muchas cosas, pero nunca esbozó la menor crítica al organismo. Baste decir que, en su última intervención, en la cumbre de junio de 2022, destacó que «el grupo representa un factor de estabilidad y prosperidad en el escenario internacional, así como un modelo de cooperación basado en beneficios para todas las partes». Fue en esa asamblea en Beijing que, de manera virtual, Alberto Fernández aprovechó la invitación para pedir formalmente la incorporación de la Argentina, cosa que le prometieron estudiar. Se entiende que en la mesa chica del grupo, Argentina ahora tiene dos votos favorables, el de Brasil y el de China, y las circunstancias dan para un moderado entusiasmo de las autoridades.
La crisis de reservas favoreció un intento de recurrir al Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social de Brasil (BNDES) en mayo de este año, que terminó empantanado porque en rigor de verdad, Lula no puede disponer a voluntad de dinero ni de esa institución ni del Banco Central, que debía ser garante de la operación. Peripecias de la independencia de la máxima entidad monetaria de un país. El líder metalúrgico tampoco pudo facilitar un crédito del recién creado Banco BRICS, que dirigía desde abril la expresidenta brasileña Dilma Rousseff, porque Argentina no forma parte del grupo.
La próxima jugada del ministro de Economía Sergio Massa fue pagar parte de los vencimientos que se sucedieron con el FMI en yuanes, mediante la aplicación del acuerdo con China que data de 2009, refrendado por Cristina Fernández y luego también por Macri, pero que nunca se había utilizado hasta ahora y que se extendió al pago de importaciones con la moneda china. La «sequía» de fondos frescos también llevó a que se recurriera a créditos de Qatar y del Banco de Desarrollo para América Latina y el Caribe (CAF), una manera de resguardar los dólares que quedan en el Banco Central.
La semana pasada, Lula Da Silva apoyó de manera indirecta la candidatura de Massa a la primera magistratura cuando dijo en una rueda de prensa: «Le pido a Dios que la democracia venza en Argentina y que no gane un candidato que piense que inversión social es gasto o quiere privatizar todo».
La pertenencia a BRICS es un horizonte deseado y en vista de la realidad actual, hasta imprescindible para el país, más allá de quien llegue a la Casa Rosada en diciembre. Es que el grupo no solo trataría la ampliación de sus miembros, a efectos de fortalecer sus espaldas, sino a discutir la creación de una moneda de intercambio común con respaldo en oro. Sería un regreso a las épocas de Breton Woods, pero sin el dólar como moneda de reserva internacional. Una amenaza letal para la hegemonía estadounidense.

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