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Carlos Romero

Las pujas por el poder en La Libertad Avanza se dirimen a cielo abierto y sin contemplaciones, con el mismo ímpetu que el Gobierno aplica a sostener el mega ajuste económico.

Casa Rosada. Reunión por Aerolíneas Argentinas en la que participaron, entre otros, Santiago Caputo y Guillermo Francos, duramente enfrentados.

Foto: @Jefatura_Ar.

Entre las novedades políticas (o antipolíticas) que el ascenso de La Libertad Avanza (LLA) supuso para la escena pública de la Argentina, una de las más inquietantes es la forma cruenta con que el Gobierno transita sus internas de poder, tanto entre sus filas como hacia los espacios y figuras aliadas. Así como no hay consideración para con los rivales, tampoco la hay, o sobre todo no la hay, con los propios. Nadie está a salvo del escarnio, que puede activarse en cualquier nivel y se manifiesta de diversas formas: la descalificación ante las cámaras, los gritos en los pasillos legislativos, los ataques masivos en redes sociales, la exclusión de mesas de decisión o la pérdida de cargos.

«Sin piedad y al desnudo» puede resumirse el estilo libertario de practicar el internismo. Qué tipo de construcción política permiten estos usos y costumbres, si es que lo hacen, es una incógnita a despejar en el tiempo, y quizás sea una de las claves para entender la misión con que Javier Milei llegó a la Casa Rosada.

«Hay algo de El juego del calamar, la famosa serie, en el modo en que se comporta el grupo libertario en la Argentina», graficó el psicoanalista y escritor Jorge Alemán, uno de los primeros en advertir sobre el ascenso local y global de lo que denomina «las derechas ultraderechizadas». Para Alemán, quien encontró en las ideas lacanianas una matriz oportuna desde la cual abordar la época, «hay algo exhibicionista; la idea de que el poder se debe mostrar. No hay cualidades intrínsecas a las funciones, sino que están directamente relacionadas a la lucha interna por el poder». Desde su punto de vista, «el mismo plan darwinista que tienen con respecto a lo social en Argentina, lo tienen entre ellos mismos». Y tanto es así que lo entiende como «la huella definitiva a través de la cual se relacionan».

Para el crítico cultural y ensayista Alejandro Kaufman, uno de los más agudos lectores del momento capitalista y su forma de manipular subjetividades, «la denigración constante que se hace del campo popular, el uso de medios colosales para difamar, desestimar y desmoralizar, instala un clima constante de maltrato, de rechazo a la estatalidad, la solidaridad, la distribución de la riqueza». Y es esa misma virulencia la que se replica hacia adentro de LLA. «Entre ellos se tratan del mismo modo –describe Kaufman–, exactamente igual que como nos tratan. No existe que alguien tenga un vínculo íntimo o familiar virtuoso, mientras maltrata a todo el resto de la humanidad de una manera atroz. Eso es una fantasía».

Zago. El diputado amenazó a quienes manejan los trols con proseguir la pelea virtual en el terreno de lo real.

Foto: NA

Tiempo de trols
Las escenas se replican y escalan, a la vez que no parece haber un «aprendizaje» o una orden que las desactive de cara al futuro. Luego de lo ocurrido con Carolina Piparo, caso testigo del ataque trol –y también de resiliencia, porque acaba de regresar a las filas de las Fuerzas del Cielo–, son un trending topic recurrente los escándalos de la diputada cosplayer Lilia Lemoine con otros personajes de LLA, como José Luis Espert, Marcela Pagano o Lourdes Arrieta, por citar los casos más sonados, pero también con rivales de mayor fuste, como Santiago Caputo o incluso Victoria Villarruel. En sus peleas, Lemoine –que, como pocas, calca el estilo confrontativo de Milei– combina la revelación de infidencias con insultos directos, sin que asome algún tipo de controversia política de fondo. Las diferencias parecen ser estrictamente personales, con la excusa de una lealtad hacia el «líder» que se resume en acatar órdenes, más allá de los barquinazos del presidente.
El caso de Arrieta, la diputada mendocina del patito amarillo en la cabeza, es otro ejemplo descarnado: luego de ser una de las legisladoras libertarias que visitó a genocidas condenados, a los pocos días se mostró en redes con un ejemplar del Nunca Más; a los gritos le recriminó a Martín Menem, titular de la Cámara Baja, falta de conducción y coraje –«no tiene huevos», graficó–; mantuvo cruces de alto nivel de viralización con Lemoine y finalmente armó un monobloque disidente.

Días después, Oscar Zago, exjefe de bloque de LLA en Diputados, amenazó al legislador bonaerense Agustín Romo, socio dilecto de Santiago Caputo: «La próxima vez que me mandes a los trols, te voy a buscar y te cago a trompadas».

Justamente, los trols que comandan Caputo, Romo y Fernando Cerimedo tienen en Daniel Parisini, alias «Gordo Dan», a su jefe operativo, quien hostiga por X a periodistas, a opositores y a los propios que se apartan del sendero. Así pasó con Julio Garro, exsecretario de Deportes, apuntado por Parisini para salir eyectado.
Estos cruces replican lo que ocurre en círculos más encumbrados, como los de la influyente y poderosa hermana presidencial, Karina Milei, con Santiago Caputo o Villarruel, traducción en este caso de la disputa que la vicepresidenta mantiene con su compañero de fórmula. Y en un tablero más amplio aparece el mano a mano furioso de Patricia Bullrich y Mauricio Macri por la titularidad del sello PRO.

Impotencia estructural
Frente a conflictos internos sobre los que, lejos del secretismo, se montan campañas de difusión, Alemán traza un paralelismo: «No necesitan encubrirlos como tampoco lo hacen con la represión que ejercen». Por eso, sostuvo que «la idea que tiene ese espacio es que cuanto más clara sea la caída en desgracia de la víctima, del sector crítico, de la persona que no se comportó como ellos esperaban, es más claro el poder». A la vez, subraya: «Que esto es fruto de una impotencia estructural, por supuesto, como todo acto de violencia».

Para Kaufman, en LLA «se rigen por otras reglas. Ellos vienen a destruir la estatalidad y la política desde otra perspectiva, que es la lógica capitalista del mercado desregulado, ilimitado, anómico, solo sometido a las ganancias y las finanzas». En ese sentido, explica que «la política siempre implica un grado de discreción. El poder está asociado con la discreción, no es algo transparente». Por eso, consideró «muy importante entender esto, porque el mileismo no es política, no hacen política, no construyen un partido político, usan las estructuras formales de un modo, entre comillas, “revolucionario”, de ultraderecha, fascista. Vienen a destruir». ¿Y qué es lo que buscarían colocar en ese lugar que pretenden vacante? «Los poderes corporativos –responde Kaufman–, que las grandes corporaciones globales compren todo lo que pueda ser comprable. Tener un país empobrecido, en una reducción de todo lo que se ha logrado. Van a hacer un daño muy grande y ya lo están haciendo, pero creo que no lo van a poder conseguir».

Retomando la comparación de Alemán, la segunda temporada de El juego del calamar ya tiene fecha de estreno: Netflix la anunció para el 26 de diciembre. Por entonces también comenzará a correr el reloj para LLA rumbo a su primer examen electoral, donde ese internismo al desnudo y sin piedad será puesto a prueba.

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