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Como de la familia

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María Carolina Stegman

Limpian, cocinan y planchan, pero también cuidan. Cómo son las relaciones con los empleadores en un vínculo asimétrico, que mezcla lo afectivo con lo laboral.

Foto: Sandra Rojo

Quien haya escuchado alguna vez hablar a una trabajadora doméstica, por casualidad o porque forma parte de una familia con mujeres que sacaron adelante a sus hijos con ese empleo, sabe que no es solo una relación laboral la que se construye. La cercanía, la intimidad y el acceso a ese hogar, termina por colorear todo el vínculo, donde muchas veces, además, aparecen situaciones del orden de lo afectivo y lo emocional.
En el país, según un informe reciente de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), existen cerca de 1,4 millones de trabajadoras domésticas, una fuerza de trabajo que representa el 5,6% del empleo. Además, indica el informe, casi la totalidad de quienes desarrollan esta actividad son mujeres: el 99,3%.
El relevamiento, de 2020, señala a su vez que el 32% de las trabajadoras domésticas se desempeña en más de un hogar, normalmente en dos o tres casas. Asimismo, observa que mientras la mayoría de ellas (72,7%) realiza tareas generales (limpieza, lavado, planchado, mantenimiento, cocina), una de cada cuatro realiza tareas de asistencia y cuidado de personas.
Pero más allá de los datos cuantitativos, ¿cuáles son las características que definen este trabajo distinto de cualquier otro? ¿Cómo son las relaciones entre empleadores/as y empleadas? Orientado por este interrogante, Santiago Canevaro, sociólogo e investigador del CONICET, se abocó a descubrir y explorar estos vínculos, motivado también por sus propias vivencias cuando llegó de su Corrientes natal a los 6 años.
«Venía trabajando con el tema migratorio y las mujeres migrantes en la Ciudad de Buenos Aires, y observaba que los temas que las trabajadoras trataban en sus reuniones de organizaciones tenían que ver con las relaciones con sus empleadores. Al mismo tiempo, tenía intereses personales vinculados con mi experiencia migratoria: soy de Corrientes, llegué a los 6 años con mi mamá a Buenos Aires y en casa había una persona que trabajaba», relata Canevaro en diálogo con Acción.
Para llevar adelante su investigación de corte cualitativo, que le demandó ocho años de labor, más de 100 entrevistas en profundidad en la Ciudad de Buenos Aires y el uso de técnicas como la observación, el sociólogo trabajó con ambas partes, es decir, empleadores/as y empleadas, pero nunca de la misma relación laboral, porque consideró que metodológicamente no iba a funcionar.
A partir de las conversaciones, se propuso encontrar nodos problemáticos en principio mediante conversaciones informales con las y los empleadores.
«Aparecían conflictos vinculados con la manera de limpiar, de cuidar, legales también. Lo que me hizo clic en un momento fue escuchar a las empleadoras que hablaban desde un lugar de mucha afectividad, de cercanía, pero luego, me hablaban de sentirse “traicionadas” porque la empleada les había iniciado un juicio; en esa ruptura se expresaba mucho la manera en la que se había construido el vínculo, con una carga afectiva alta, donde había existido cuidado de niños, de un lado y del otro, porque las trabajadoras muchas veces llevan a sus hijos a las casas donde trabajan», refiere Canevaro, quien trabaja en la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales (IDAES) de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM).
En tanto, en el caso de las trabajadoras eran otros los relatos, exitosos o conflictivos, pero siempre el clivaje de lo afectivo estaba mezclado con lo laboral, y ese es el foco del libro de Canevaro: son relaciones de desigualdad, donde se ponen en tensión dimensiones del trabajo de lo relacional, de lo organizativo, de la lógica laboral, pero en un contexto que tiene un tamiz y una lógica vinculada con el hogar.
«Muchas trabajadoras esperan un reconocimiento más moral o personal de parte de los empleadores: que las pongan en blanco o que les contemplen la antigüedad. Cuando salió la ley de trabajo doméstico (26.844, de 2013) muchos empleadores las pusieron en blanco, pero no les reconocieron la antigüedad. Esto es un problema importante, hablamos de 10 o 15 años; hay una lógica patronal muy marcada además al sostener que es “la persona que me ayuda” sin reconocer que es la persona que está trabajando», asegura Canevaro.
Y es que pese a la ley y la creación incluso de un sindicato de empleadas domésticas, según la OIT, la tasa de no registro en el país alcanza casi el 77% y arroja a prácticamente un millón de trabajadoras a la informalidad.

La pandemia del olvido
Durante la pandemia de COVID-19 muchas trabajadoras domésticas no solo perdieron su trabajo sin ninguna compensación, sino que además hubo quienes fueron obligadas a seguir trabajando pese al aislamiento, a cambio de continuar percibiendo sus salarios, situación que revela lo asimétrico de la relación laboral.
«El comportamiento de los empleadores en estos contextos tuvo que ver más con sensibilidades propias, con relaciones construidas a lo largo del tiempo o no, con ideologías, es decir, quiénes son los otros para uno, y las trabajadoras reconocieron eso. Quizás por eso estamos viendo que no hay tantas, puede ser que hayan ingresado a otros espacios de trabajo, pero también que tras la pandemia hayan reconocido que los empleadores desaparecieron, entonces piensan que no pueden volver a un lugar donde “las desechan automáticamente”; sienten que dieron todo y cuando ocurre una crisis sanitaria no aparece la humanidad», explica Canevaro.

Foto: Shutterstock


El libro Como de la familia. Afecto y desigualdad en el trabajo doméstico (Prometeo, 2020) indaga, por una parte, en el modo en que una mujer se inserta en ese mundo laboral y las redes que se lo permiten, ya sea por recomendación, por conocidos o agencias. También aborda las disputas y negociaciones respecto de las tareas del hogar y cómo hacerlas, y finalmente recoge historias que reflejan los diversos modos de disolución del vínculo entre empleadoras y empleadas.
«Existe una representación previa de quienes ingresan a los hogares a trabajar como sectores necesitados, pobres, que “caen en este trabajo como el último”. Es una imagen antigua. Por otra parte, muchas veces los maridos de las trabajadoras les dicen que les hagan un juicio a los empleadores, y ellas traducen eso a la lógica del vínculo con ese hogar y tratan de llevarlo a un plano de afecto. Es probable que esto les termine jugando en contra, pero hay algo ontológico de ese espacio que no hay forma de que no se traduzca de esta manera, porque además si llevan la ley tienen que tratar de usar un idioma propio, reclamar en el mejor momento. Este lugar tiene una lógica distinta», concluye Canevaro.

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