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Dinero por nada

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Esteban Magnani

Cada vez hay más proyectos locales para minar criptomonedas. Impacto ambiental de una actividad que genera ganancias pero no satisface necesidades humanas.

Foto: Shutterstock

Con frecuencia creciente aparecen en los diarios menciones sobre proyectos de minado de criptomonedas, sobre todo Bitcoin, en la Argentina. Muchos de esos proyectos generan polémica: por ejemplo, en Tierra del Fuego existe una granja de minado que representa cerca del 22% del consumo total de electricidad de la isla, la cual, además, está desconectada de la red nacional, por lo que tiene poco margen para superar los picos de demanda estacionales. También está avanzando un proyecto en Río Cuarto y más recientemente se dio a conocer otro en Zapala que podría representar un 15% del consumo eléctrico nacional
¿Por qué estas iniciativas, que ahora llegan a la Argentina, insumen tanta energía? ¿Puede la caída de las criptomonedas disminuir la competencia y el daño ambiental?

Pruebas de trabajo
Bitcoin, la primera criptomoneda, surgió en 2009 y está basada en la tecnología de «blockchain», o cadena de bloques, un conjunto de mecanismos que permiten registrar cada transacción de manera segura y distribuida. Los nuevos bloques que se suman al registro no pueden ser modificados porque mantienen una coherencia matemática con los anteriores. Otro reaseguro de este sistema es que no se registra en una sola cadena, sino que todos los nodos de la red guardan una copia: si más de la mitad de los nodos registran como válida una transferencia de bitcoin, esta pasa a ser aceptada por toda la red.
¿Cómo se suma un registro nuevo y quién decide que es válido? Simplificando, cuando alguien envía por medio de su billetera virtual un bitcoin o un satoshi (un cien millonésimo de bitcoin) a otra billetera virtual, se genera un problema matemático cuya solución solo puede ser resuelta probando una a una las respuestas posibles, lo que suele llamarse «fuerza bruta». Este sistema se llama «prueba de trabajo» (proof of work). Los paquetes de transacciones a ser aprobadas se envían a los nodos que compiten por ser los primeros en resolver el problema matemático; aquel que lo haga primero obtendrá una compensación en bitcoins por hacerlo y el resto se quedará con las manos vacías.
En sus comienzos, esta actividad era realizada por los escasos miembros de la red, pero con el paso del tiempo y el aumento de la cotización, que pasó de unos centavos a miles de dólares, comenzó a atraer a capitales especulativos y creció la competencia por el «minado», es decir, la resolución de esos problemas. Como bitcoin está diseñado para ir reduciendo paulatinamente la acuñación de nuevas monedas («minting»), el premio por resolver el trabajo desciende en bitcoin con el tiempo. Esta caída debería ser compensada por el aumento irregular pero ascendente en el mediano plazo de la cotización de la criptomoneda.
El problema es que al crecer la cotización de la moneda, creció el incentivo para invertir en más potencia para minar, la competencia se fue haciendo más exigente, con máquinas cada vez más poderosas para resolver las pruebas de trabajo antes que los otros nodos. Para evitar que se acelere la producción de nuevos bitcoins, el sistema automáticamente complejiza los problemas, por lo que es necesario más poder de cómputo para minar la misma cantidad de bitcoin, en una espiral sin fin. La consecuencia es un enorme y creciente costo energético, sumado a la generación de chatarra, ya que los procesadores que se utilizan tienen una vida útil aproximada de tres años, luego de los cuales ya no pueden competir con los más modernos.
Como parte de la energía también se utiliza para refrigerar máquinas que funcionan sin pausa y se calientan por ese uso intensivo, muchas de las granjas de minado (pasillos y pasillos con procesadores desde el techo hasta el piso) suelen elegir lugares fríos para instalarse. 

Competencia global
En la actualidad no solo bitcoin utiliza el sistema de prueba de trabajo para gestionar su red. Otra de las grandes plataformas que lo usa (pese a constantes anuncios de cambio) es Ethereum, que tiene su moneda propia (ETH), pero que también funciona como infraestructura para otros criptoactivos. Es allí donde se instala buena parte de los NFTfan tokens, juegos play to earn y toda una prole de nuevos negocios financieros basados en blockchain, muchos de los cuales funcionan como burbujas temporales.
Como consecuencia de esta competencia global, la red de Bitcoin, por ejemplo, llega a consumir el equivalente a lo que necesita un país de desarrollo intermedio como la Argentina, con 50 millones de habitantes. Este enorme gasto energético es el que condujo a muchos países, estados y ciudades a prohibir el minado. 
Uno de los casos más significativo es el de China, donde se prohibió en junio de 2021. Allí se realizaba cerca del 75% del minado global gracias a los bajos costos de la energía, sobre todo la proveniente del carbón. En ese país ya se había vedado la circulación de criptomonedas por la inestabilidad económica que generaban. A esto se sumó el minado para las emisiones de carbono. En el Estado de Nueva York también se está prohibiendo el minado por la misma razón. Y la lista sigue.
Es por eso que las empresas que se dedican a esta actividad buscan otros lugares del mundo en los que no haya regulaciones, haga frío y el costo de la energía no sea elevado. Allí es donde entran países como la Argentina, justo en el momento en el que se vive una crisis energética importante que pone al límite su capacidad de generación. Por otro lado, este avance se da en un contexto de caída de los valores de los criptoactivos, algo que puede reducir la competencia y las consecuencias ambientales de productos que, en realidad, producen dinero pero no satisfacen ninguna necesidad humana concreta.
En definitiva, toda actividad humana genera un costo ambiental. Lo que provoca dudas es si tiene sentido provocarlo para resolver problemas matemáticos que luego se descartan, solo para fabricar unas monedas puramente virtuales.

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