Sociedad | HÁBITAT Y COVID

El mal de las ciudades

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María Carolina Stegman

La pandemia redefinió la arquitectura: ventilación, luz y contacto con el exterior son necesidades cada vez más vitales. Una nueva mirada al espacio.

Mercado. La ecuación costo-beneficio económico del inversor inmobiliario deja en segundo plano al bienestar.

JORGE ALOY

Antes de la pandemia de COVID-19, el diseño y la construcción de viviendas pequeñas ganaba adeptos en todo el mundo. Claro que la pequeñez de ese y de este lado del mundo no era ni es sinónimo de abaratamiento. Muy por el contrario, los precios son elevadísimos aun cuando el hogar no alcance los 30 metros cuadrados.
Coronavirus mediante, el aislamiento causó una abstinencia de espacios exteriores, llevó a revalorizar cualquier lugarcito hogareño con la capacidad de brindar un momento de respiro, literalmente hablando, o que posibilitara el contacto con una naturaleza que había pasado inadvertida a fuerza de contar con ella en cualquier momento. Así, estuvieron los que hicieron huertas en el balcón, los que pusieron mesa y sillas para tomar mate, los que dieron otras funcionalidades al living o a la habitación y quienes se detuvieron a pensar en cuán saludable y sustentable era el lugar que se habitaba.
Dentro de este último grupo se puede ubicar a los profesionales de la construcción y el diseño, para quienes no había nada nuevo. Por el contrario, lo que se produjo fue la revalorización de uno de los principios fundamentales de la arquitectura: la necesidad de gestionar un espacio habitable. «Creo que lo que puso en evidencia la pandemia fue que no se estaban gestionando correctamente los espacios o, en todo caso, cómo un tipo de arquitectura, repetitiva, que se va reproduciendo muchas veces por cuestiones de mercado y otras veces por tendencias o modas, va perdiendo su esencia; que un espacio sea ventilado es una condición sine qua non, por ejemplo», señala en diálogo con Acción Miguel Ángel Vecino, arquitecto, docente en las carreras de Diseño de la Universidad Nacional del Noroeste de la Provincia de Buenos Aires (UNNOBA) y coordinador regional del Instituto de Investigación, Desarrollo e Innovación del Colegio de Arquitectos de la Provincia de Buenos Aires.
Para Vecino, además, la vorágine de la vida y el trabajo invisibilizaban ciertos rincones de la casa que se fueron refuncionalizando con la pandemia. Así, el living se transformó en un gimnasio a partir de tomar conciencia de la espacialidad y de sus virtudes: contar con ventanas, con sol o conexión a internet.
Por otro lado, sostiene el docente, el aislamiento evidenció que muchos diseños no eran vivibles. «En el mercado de la construcción la mayoría de los departamentos a la venta tienen un tipo de inversor cuya ecuación costo-beneficio es solo económica», subraya. En 2019, de acuerdo con un relevamiento de Mercado Libre Inmuebles, la Ciudad de Buenos Aires era la metrópoli latinoamericana donde se registraba la mayor demanda para adquirir monoambientes, con un 32,2%.
El medioambiente, sin lugar a dudas, tiene una enorme influencia sobre la salud de las personas. Ni siquiera hace falta remontarse a la Revolución Industrial, en la segunda mitad del siglo XVIII, cuando el éxodo del campo a la ciudad trajo consigo el hacinamiento de los trabajadores y sus familias bajo condiciones insalubres, sino que las geografías de muchas ciudades actuales, incluida la de Buenos Aires, son un verdadero mosaico de la falta de gestión del espacio habitable y su correlato con la ocurrencia de enfermedades producto del amontonamiento de las personas. De acuerdo con un relevamiento del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) correspondiente al segundo trimestre de 2020 y realizado sobre 31 conglomerados urbanos, el 2,6% de los hogares se encuentra en una situación de hacinamiento crítico (más de tres personas por cuarto), lo cual involucra al 4,8% de las personas. Ello implica que viven en estas condiciones 238.000 hogares compuestos por 1.382.000 individuos.
«Los grandes cambios de la arquitectura se producen a partir de hechos de pandemia y de avances científicos como el descubrimiento de los rayos X o la penicilina. Basta con recordar que con enfermedades como la tuberculosis empiezan a surgir los sanatorios y la necesidad de que la arquitectura aporte soluciones, como la renovación funcional de ambientes o el diseño de nuevas aberturas que posibilitan no solo ventilación sino también la entrada de sol y aireación conducente», indica Vecino.

Superficies dignas
¿Cuántos metros cuadrados son dignos para una persona? Esa es la pregunta que le surge a Vecino al momento de cuestionar cuán habitable son los espacios pensados tal vez más desde una lógica mercantilista y menos desde quienes son los beneficiarios finales y reales de esos lugares. «Hay una estadística que hay que contextualizar, como todo, necesita una interpretación. La arquitectura debe volver al rigor y a la precisión. ¿Por qué un monoambiente tiene que ser de 35 metros cuadrados? ¿Quién lo determina? ¿El mercado? Ahí es donde hay que recurrir otra vez a la conversación, al diálogo; la pandemia puede servirnos para esto», sostiene. Una parte importante del diálogo sobre lo que existe y lo que hay que retomar al momento de proyectar el hábitat tiene que ver con el contexto y con la relación comunitaria de los lugares y también con los límites entre lo público y lo privado.
Antiguamente, el zaguán, que era ese espacio donde se recibía a las personas pero que estaba separado del resto del hogar. Esto se advertía en las llamadas casas chorizo, por ejemplo. La delimitación de esta instancia se resignificó con la pandemia. «Es necesario poner en práctica un replanteo de los requerimientos y del diseño de las interfaces. Un ejemplo de esto es el descalzarse en la cultura japonesa al ingresar al espacio habitable, como hábito simbólico pero también físico en relación con un espacio de llegada, lo mismo que ocurría con el antiguo zaguán de nuestra casa chorizo», asegura Vecino.
Sin dudas no hay una receta de la arquitectura pospandemia, de lo que se trata es de revalidar cuestiones que ya estaban dadas, de repensar y de cuestionar. La vinculación interior-exterior, por ejemplo, tiene que ser real, hacer una huerta en un balcón implicará construir más metros cuadrados, algo que tienen que entender inversores, arquitectos y destinatarios.
«La cuestión no siempre ronda lo económico, implica también contextualizar las tecnologías de uso, el acondicionamiento térmico o la posibilidad de aprovechamiento de recursos genuinos. La arquitectura bien realizada tiene que ser sostenible, de mantenimiento lógico, con relación manifiesta entre interior-exterior y que se vincule con el ser-estar en contexto. Por otra parte, el espacio público debe compensar la necesidad de intercambio y encuentro con el otro; no puede ser todo privado –concluye Vecino–. Por ejemplo, acá, en Pergamino, hay un parque llamado General San Martín, donde todos los sábados y domingos las parrillas están llenas, 50 familias comiendo su asado, es el espacio público el que les permite esa vinculación con la naturaleza».

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