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La ciencia de la lectura

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María Carolina Stegman

Leer y comprender supone un complejo entramado de habilidades. Destacados especialistas explican las claves del proceso y proponen opciones para mejorar el aprendizaje.

Objetivos. El reconocimiento de las palabras debe ser automático, fluido y preciso.

Foto: Natalia Tealdi

Recientemente, en la provincia de Buenos Aires se estableció que unas 650 escuelas sumen una hora más de clases por día y que otras 261 pasen de jornada simple a completa. El objetivo de la ampliación, según las autoridades, es mejorar la lectura, la escritura y también el desempeño en matemáticas.
El tema del rendimiento escolar y sus dificultades no es nuevo. Seguramente la mayoría de los padres y los maestros habrán escuchado la remanida frase «los chicos no comprenden lo que leen». De hecho, son varias las evaluaciones que reflejan el retroceso que se ha producido en los últimos años en este punto, entre ellas las pruebas Aprender 2021, realizadas en 19.638 escuelas primarias de todo el país, que muestran, entre otros datos, que un 44% de los alumnos de 6° grado tuvo problemas para la lectocomprensión, cifra que representa casi el doble de la registrada en 2018, cuando se ubicaba en 24,7%. A su vez, de ese 44%, un 22,3% estuvo por debajo del nivel básico que plantea la currícula (una suba de 15,2 puntos porcentuales respecto a 2018) y el 21,7% obtuvo un nivel básico.
Ahora bien, el interrogante es si con más horas resultará suficiente para revertir este problema o si, como plantean algunos especialistas, es momento de ir un poco más allá y orientar las herramientas pedagógicas desde el conocimiento de los procesos complejos que están detrás de la habilidad para leer, comprender y producir un texto.
«Nadie nace sabiendo leer, escribir, comprender y producir textos, son habilidades que dependen de la enseñanza explícita y de la ejercitación, los mejores resultados se dan en aquellos estudiantes que están más expuestos a situaciones de clases, si es con el agregado de una hora más de clases no lo sabemos, lo que sí podemos decir es que el mejoramiento de cada una de estas habilidades depende de un trabajo sistemático, progresivo y sostenido en el tiempo», señala en diálogo con Acción Valeria Abusamra, investigadora del Centro Interdisciplinario de Investigaciones en Psicología Matemática y Experimental, del CONICET, docente de Psicolingüística de la UBA, y coautora, además, del libro Leer y comprender. Tejidos con hilos de palabras, junto con Aldo Ferreres, Micaela Difalcis y Telma Piacente, donde muestran y explican los diversos aspectos implicados en la habilidad lectora.
Para comprender un texto escrito y un discurso oral se tienen que poner en marcha los mismos mecanismos: jerarquizar la información, conectar piezas informativas, intuir lo que va a venir y establecer lazos cohesivos. Según Abusamra, todas estas habilidades se pueden enseñar desde el jardín de infantes, desde la oralidad, e ir reforzando esto en el tiempo.
Para Aldo Ferreres, médico, profesor titular de Neurofisiología en la Facultad de Psicología de la UBA y jefe del Servicio de Neuropsicología del Hospital Eva Perón, comprender textos tiene implicancias sociales porque es un mecanismo que amplía también la capacidad de comprensión discursiva; leer y comprender habilita a la práctica social. «Tenemos una crisis muy grande en la Educación, con problemas que tienen causas que dependen de los chicos y otras ambientales –dice el profesional–. Entre las que dependen de los chicos, podemos encontrar la dislexia, por ejemplo; ahora, las ambientales en nuestro país están complicadas, porque incluyen a la marginación social, la desigualdad y las condiciones socioeconómicas. Por esto, no le vamos a echar la culpa a la escuela, pero la escuela está y ahí sí tenemos la cuestión de la organización escolar, del nivel de los docentes y del método de enseñanza», sostiene.
En la lectura, uno de los objetivos es que el reconocimiento de las palabras sea automático, fluido y preciso. En este sentido, es fundamental la decodificación, que es un proceso doble –porque se reconoce letra a letra y también la palabra ubicada dentro de la memoria ortográfica– porque da autonomía para empezar la experiencia lectora.
«El almacén de palabras ortográficas en la mente depende de la experiencia, cuanto más lee un chico más fácilmente reconoce la palabra escrita, con más velocidad y con menos esfuerzo –comenta Ferreres–. La comprensión de textos es un proceso complejo que requiere muchas funciones cognitivas y lingüísticas y las neurociencias pueden aportar mucho para entenderlas».
Según argumenta el médico, «lo que ocurre es que cuando se debate sobre esto lo primero que te dicen es Psicolingüística y Neurociencias es neoliberalismo, cuando no hay nada que demuestre esto. Es posible que esta creencia se remonte a actividades que hizo la Organización Mundial del Comercio, OCDE, como parte de sus políticas hegemónicas orientadas a lo educativo, de las que participaron primeras plumas no sin advertir de las desigualdades», refiere Ferreres.

Hiperconexión y lectura
Muchas veces se escucha decir que hoy los chicos aprenden de otra forma, que son capaces de atender varios dispositivos a la vez y aun así aprender. Ahora bien, los especialistas señalan que para leer y comprender se necesita una experiencia inmersiva, ya que no solo se pone en juego la decodificación, sino también el vocabulario, la estructura sintáctica, el establecimiento de lazos cohesivos, la metacognición, la generación de inferencias y la jerarquización de la información.
«Más allá de que los chicos puedan estar conectados a tres pantallas en paralelo, la comprensión de textos es profunda, con creación de significados a nivel consciente, nunca es automatizada –asegura Abusamra–. Lo que se automatiza es la decodificación, pero la comprensión de textos siempre es una construcción activa y consciente de significados; la comprensión que se hace estando con la computadora, el celular y otra pantalla más es superficial y no sirve para llegar al conocimiento».
Otro de los puntos clave para los investigadores es saber que no todos los chicos aprenden de la misma manera y necesitan el mismo tiempo de estímulo. «Hay un enfoque que se llama respuesta a la intervención, que sirve para reconocer esto. La ciencia se basa en mediciones, entonces identificando a quienes rinden bajo se los puede ayudar mediante programas intensivos complementarios para que vuelvan al rendimiento promedio –dice Ferreres–. Hoy hay chicos que tienen problemas de lectura y los mandan al fonoaudiólogo como si fuera un trastorno clínico y tal vez simplemente no recibieron la instrucción en calidad y cantidad suficiente para ellos».
Aun así, los profesionales reconocen que en el aula se hace mucho por la comprensión de textos, el problema es que quizás habilidades como las que permiten jerarquizar, inferir o conectar información, se suponen adquiridas y no se las trabaja explícitamente. Un ejemplo de este problema, señalan, se da incluso en la universidad, con alumnos que no saben tomar apuntes.
«Creo que es importante generar una doble alfabetización entre docentes y neurocientíficos. Los primeros deberían alfabetizarse en las cosas que ocurren en el aula –cuáles son las estrategias que utilizan los docentes o cómo se desempeñan los alumnos, porque si no termina siendo una investigación teórica–, y los docentes alfabetizarse en términos neurocientíficos; hoy en día los saberes compartidos son distantes», concluye Abusamra.

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