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La ciudad y los perros

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Karina Niebla

En Buenos Aires, como en otras metrópolis, hay más mascotas que niños. Los animales se vuelven parte de la vida cotidiana en espacios urbanos que se transforman para acogerlos. Una mirada al mundo pet friendly.

Animales del mundo. Una mujer pasea con su bulldog inglés por las calles de Varsovia.

Foto: Getty Images

Anochece en Villa Crespo. Un hombre saca a pasear a su perro, un golden de andar suave, cansino. Pero los pasos que más llaman la atención son los de su humano responsable. Lleva medias con la cara exacta de su mejor amigo, hechas a pedido.

Los perros y gatos ya no son solo animales de compañía: son miembros de la familia. Ocupan camas, tienen redes sociales, aparecen en fotos familiares y hasta en medias de diseño. Pero también demandan espacio, tiempo y una reorganización de la vida urbana. En muchas ciudades, son foco de medidas para aumentar su bienestar y ordenar el espacio público. En algunas, también, son usados para alimentar discursos natalistas, según los cuales cayó la población infantil porque subió la de «perrhijos».

Es cierto que en algunas ciudades hay más perros que nenes. Son más de 493.000 los canes en la Ciudad de Buenos Aires, contra 394.000 niños menores de diez años, de acuerdo a la Encuesta Anual de Hogares 2022 de la Dirección General de Estadística y Censos porteña. Mismo panorama se ve en otras urbes de todo el mundo, desde Barcelona y Tenerife, hasta Dallas, Detroit, Seattle y Filadelfia. «Hoy, si se ve una red en un balcón, es más probable que sea por un animal pequeño que por un niño o niña», resume el arquitecto y urbanista Marcelo Corti.

Pero, más que fenómenos lineales, los cambios en el lugar de estos animales en la vida urbana son parte de transiciones más profundas y complejas: cómo modificamos la forma de demostrar afecto, cómo convivimos y cómo habitamos el espacio público.

«Los humanos tenemos una predisposición ancestral que nos lleva a vincularnos con otros animales. Eso encontró un espacio fértil para expresarse dentro del estilo de vida familiar postmoderno», observa el doctor en Psicología Marcos Díaz Videla, autor de los libros Antrozoología y No te metas con los perrhijos. Y aclara: «Los estudios muestran que la mayor parte de las personas que desarrollan vínculos con sus animales de compañía no lo hacen como sustituto de interacción fallida con otros humanos».

Para 2023, ya eran 1.280 los locales gastronómicos, 21 los hoteles y 1.426 los taxis declarados «pet friendly» en la Ciudad de Buenos Aires, según datos del Gobierno porteño. Desde hace diez años pueden estar en las mesas exteriores de los restaurantes, hace ocho pueden viajar en subte y, de aprobarse el proyecto del legislador Emmanuel Ferrario, pronto podrían hacerlo en colectivos. Pero, a diferencia de lo que ocurría décadas atrás con los boletos para perros, su traslado en tren hoy no está habilitado.

Fuera de los límites porteños, Rosario aprobó recientemente un sistema de licencias para que restaurantes y hoteles acepten animales de compañía. Y la empresa de ómnibus de larga distancia Flecha Bus los admite desde noviembre hacia algunos destinos, dentro de una caja transportadora sobre el piso.

El mercado llegó antes que los permisos a cubrir este nicho: siguen sumándose servicios urbanos específicos, como guarderías, funerarias, seguros médicos, alimentos gourmet y cuidadores o sitters.

Esta nueva centralidad también trae desafíos. El descuido del espacio público por parte de algunos de sus humanos responsables puede generar conflictos. En ese marco, surgen políticas públicas que intentan mantener un equilibrio.

Un ejemplo es el de Madrid, donde se prohíbe el ingreso de perros a zonas infantiles de plazas, y el de ciudades españolas con playas a las que no se puede entrar con ellos en temporada alta.

Con todo, la situación por estas pampas dista de ser ideal. Las leyes que obligan a levantar la caca del perro y hacerle usar chapa identificatoria no se hacen cumplir. El programa oficial de entrega de kits con bebederos y ganchos para correas en restaurantes se discontinuó. Y todavía no llegan a 100 los caniles en territorio porteño, cuyos modelos de mejor calidad se concentran en el noreste, mientras que el resto son de duro cemento, muy distintos de las amplias áreas de recreo canino con circuitos de agilidad de ciudades como Madrid, Berlín, Chicago, San Pablo o hasta pequeñas localidades como Johns Creek en los Estados Unidos.

La convivencia con los animales de compañía se juega cada día en veredas estrechas, en departamentos sin patios y en los desechos sin levantar. Pero también opera en el plano simbólico: en cómo las ciudades integran el afecto como dimensión política, en cómo los Gobiernos diseñan espacios desde la empatía y en cómo pensamos el derecho a una ciudad vivible para todos los cuerpos –también los no humanos– que la habitan.

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