Sociedad | DESPERSONALIZACIÓN

Niños que matan niños

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María Carolina Stegman

¿Cómo explicar casos como el del chico de 13 años asesinado por sus compañeros? El psicoanalista Juan Vasen analiza la relación entre infancia y violencia. 

Con saña. El asesinato de Nicolás a manos de chicos apenas algo mayores que él conmovió a toda la sociedad argentina.

«Inocencia» seguramente está dentro de una lista de palabras que se asocian casi de inmediato cuando se piensa en la niñez. No obstante, como en toda idealización se esconde un lado B muchas veces impronunciable, triste, indigerible. La noticia de que un niño de 13 años había sido asesinado por otros dos apenas mayores, de 14 y 17, causó estremecimiento y horror, no solo por la edad de los involucrados, sino por la saña y la crueldad con la que se actuó. Aterra, sin dudas, pero tal vez cabe el interrogante de si este hecho puede considerarse inesperado en una época marcada por la deshumanización del semejante, la pérdida de consensos mínimos y el individualismo.
En una charla con Acción, Juan Vasen, especialista en Psiquiatría de las Infancias y las Adolescencias, intenta arrojar un poco de luz. «Comprender que haya chicos o jóvenes que maten a otros es difícil, porque es difícil de digerir un hecho así, sin más. Luego, tenemos una visión idealizada de la infancia, pero ser niño o ser joven no es tan fácil, se atraviesan muchas angustias, miedos, horrores, historias de abandono y de maltratos –asegura el médico y psicoanalista–. En este caso no sabemos los móviles de estos chicos, nos horrorizamos, claro, pero si pensamos bien en Estados Unidos hay unas 40 masacres por año de chicos a manos de sus compañeros con ametralladoras; la violencia está entre nosotros, los chicos viven esto. Por otro lado, faltan canalizaciones y modos de inscripción de reglas éticas y legales, en la sociedad hay una pérdida de conexión amorosa con el semejante que está en desgracia y esto es un espejo en el cual no queremos mirarnos», reflexiona el profesional.
En 1993 los ciudadanos de Liverpool, Inglaterra, se vieron sacudidos probablemente por el mismo espanto con el caso de James Bulger, de tan solo 2 años, quien fue secuestrado, torturado y asesinado por dos chicos de 10. Para Vasen el punto en común con el asesinato de Nicolás es lo que él llama la desrealización. «Lo que advierto es cierta desrealización del semejante, esto se veía también en el caso de los chicos ingleses, porque el niño agredido se parecía mucho al personaje de Chuky (muñeco maldito), de hecho los agresores mataron a James como si fuera un muñeco –refiere el médico–. Hoy la desrealización tiene que ver, para mí, con una impregnación de las pantallas y las virtualidades: el otro pasa a ser como un personaje de videojuego y no una persona real. A diferencia de los niños británicos, en este caso de Merlo, creo que los adolescentes agresores empezaron a tomar conciencia después de la barbaridad que habían cometido; en el momento del crimen no terminaban de dimensionar que se trataba de un semejante».
De acuerdo con la investigación policial, el momento de la tortura y asesinato de Nicolás fue filmado por los perpetradores, motivo por el cual –según consignó la agencia oficial Télam– los investigadores apuntan a que el homicidio fue «por placer, diversión y el odio que le tenían a la víctima». «Por los audios que pudimos escuchar y por los textos que se escribían los autores, lo hicieron para divertirse y porque también le tenían bronca», aseguró a Télam un investigador que participó en la pesquisa.
«En esto de “matar por placer” me preguntaría cuáles son las fuentes de placer que tiene una infancia y una adolescencia en el contexto en el que vivían estos chicos, cuál es el acceso a disfrutes que no sean vinculados con la violencia –se interroga Vasen–. En este sentido, se me ocurre pensar en los chicos perejiles que venden drogas, las mulas, que se ven arrasados en un espiral de violencia, porque no tienen otra alternativa».
Además de las cuestiones relacionadas con la singularidad de cada uno de estos chicos, para el psicoanalista lo que se rompe es un dique, frágil siempre, que tiene que ver con una concepción ética del semejante: no le hagas al otro lo que no quieres que te hagan a ti. «Cuando esto pasa, el otro deja de ser un semejante que sufre horrorosamente cuando uno lo lastima; hay una insensibilización, el otro pasa a ser un objeto al que hay que eliminar –dice Vasen–. Esto tiene que ver con las guerras, con el terrorismo, donde hay un desprecio absoluto por la otra persona. La búsqueda es por ahí, hay que reconstruir una trama ética, reglas de convivencia, espacios para elaborar los conflictos», sostiene.
Por otra parte, con mucho cuidado de no apuntar a una única causa para este horror, para Vasen hay que tener en cuenta también el tema de las redes sociales, que si bien abren la posibilidad de vínculos mucho más amplia y diversa, también cargan valores muy complicados: la belleza, el disfrute, la burla, el desdén por el que no es lindo, por el que es gordo, por ese al que no le salen del todo bien las cosas, por el «loser». «Se potencia una suerte de darwinismo social en donde se libera la posibilidad de ejercer violencia sobre otro porque se lo considera inferior y no se merece otra cosa, hay una desvalorización importante», apunta el psicoanalista.

Tiempos difíciles
Por estos días también se fueron dando a conocer algunas de las fotos más tristes de la vida de Nicolás, como el hecho de que estaba bajo el cuidado de su tío porque su mamá no podía cuidarlo debido a problemas de salud mental y que además nunca conoció a su papá. Nico, como le decían en el barrio, salía muchas veces a buscar a esa madre porque la extrañaba, con lo cual se ausentaba de la casa hasta que sus familiares lo encontraban.
Preguntarse por el rol de los adultos cuando un hecho tan trágico ocurre lleva a no pasar por alto que los vínculos afectivos y las condiciones de paternar y maternar cambiaron, el tiempo «donado» a los hijos hoy compite con los amigos, las redes sociales y las relaciones de pareja a largo plazo.
«María Elena Walsh decía que “contarle un cuento a un niño es tiempo donado”, hay que poner deseo, pero también trabajo en la crianza. Me pregunto cuánto tiempo se les dona a los chicos hoy y también en cuántos hogares hay cuentos para poder contar. La desigualdad es clave, si esto estuviera resuelto podríamos pensar en otras cuestiones como la pulsión de muerte freudiana, pero primero hay que resolver las condiciones de vida de la gente –aclara el médico–. A su vez, es importante que estos chicos tengan la posibilidad de reelaborar el desastre que cometieron y eventualmente en algunos años poder rearmar sus vidas, pedir el castigo de mano dura es ir por las consecuencias, no vamos a resolver el asunto con palos o cárcel».

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