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Saber y sanar

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María Carolina Stegman

Los conocimientos sobre las hierbas medicinales pasan de una generación a otra y conforman un aspecto de la cultura popular que suele ir de la mano de mujeres. Desde el INTA quieren indagar sobre estas especies para fomentar su producción.

Bariloche. Recuperación de cultivos ancestrales y sus productos derivados. (Guido Piotrkowski)

Recientemente, técnicos del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) lanzaron una encuesta pública y anónima para conocer los hábitos de consumo de las plantas aromáticas medicinales y sus productos derivados con el objetivo de hacerse de información y de este modo mejorar el sector productivo e industrial del país. Según Ariel Mazzoni, investigador del INTA a cargo del proyecto nacional sobre mejoramiento genético de plantas ornamentales, aromáticas y medicinales, nativas y exóticas, «los hábitos de consumo y uso de plantas aromáticas medicinales y sus productos derivados permitirán saber un poco más sobre preferencias del consumidor, e identificar el uso de las principales especies demandadas en cada zona del país».
Más allá del conocimiento que pueda llegar a aportar el relevamiento, hay algo que se evidencia en el uso de las plantas medicinales y es el significado cultural y social que esta práctica conlleva. Quien toma un té de manzanilla o de boldo, solo por mencionar los más conocidos, seguramente está poniendo en práctica esos saberes transmitidos de generación en generación, que llegaron de la mano de una madre o abuela poseedora de este conocimiento, desprestigiado muchas veces por el modelo médico hegemónico. No obstante, la medicina de las plantas es la más antigua que existe, todos los pueblos del mundo se valieron y se siguen valiendo de ellas para ganar salud.
Quien puede hablar de las plantas sin ningún reparo es Sara Itkin, médica recibida en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario, quien también se informó y preparó en lo que implica curarse o calmar alguna dolencia con hierbas medicinales o con «yuyos», como se las llama muchas veces.
«Las plantas sanan desde siempre, los miles de años de usos las avalan como medicina segura, como compañeras en el ganar salud. Hay culturas que tienen una relación espiritual también con las plantas y creo que esto también es importante. Hoy existe una necesidad de las poblaciones de volver a sanarse con las plantas, de volver a cultivarlas, y en paralelo se fue avanzando en el estudio de las mismas», señala en diálogo con Acción.
Itkin, o la «médica yuyera», como la llaman, reside en la ciudad de Bariloche y fue aprendiendo a lo largo de los años el uso de las plantas medicinales de mano de las propias mujeres que las cultivaban, primero en su Rosario natal y luego en su paso por la provincia de Neuquén, más precisamente en Villa Traful, donde compartió saberes con las integrantes de pueblos originarios.
«Recuerdo mis días en Rosario, trabajando en un centro de salud que estaba cerca de una villa miseria; eran casitas de cartón, pero siempre estaba la plantita que venía del lugar de origen, de Santiago del Estero, del Chaco, y cuando les preguntaba qué era esa plantita a las personas se les iluminaba la mirada, esas mujeres que me contaban se ponían más erguidas, podían decir con orgullo de dónde venía esa planta. Las plantas nos fomentan la autoestima, nos atan con nuestra propia historia, con el territorio. Aprendo de mi madre, ella de mi abuela, siempre esto está vinculado a recuerdos de la crianza, hay una ligazón habitualmente femenina que se transmite de generación en generación», afirma Itkin.

Tomar las riendas
Quien sabe lo que significa recuperar las riendas de la propia vida a través de los saberes ancestrales es la productora agropecuaria Carolina Rodríguez, integrante de la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT), quien hoy es referente del área de Género de la organización que trabaja en pos de la soberanía alimentaria y la agroecología. Junto a otras mujeres, Rodríguez empezó siendo promotora de salud en el cordón frutihortícola de La Plata, a donde, según sus palabras, «las políticas de salud no llegan».
«Empezamos a hacer talleres de plantas medicinales como forma de acompañar a las mujeres víctima de la violencia machista acá, en el campo, yo misma soy una de esas mujeres. Compartir lo que sabíamos sobre las plantas fue muy importante, porque por mucho tiempo nos decían que no servíamos para nada, el machismo es muy fuerte en el ámbito rural, el compañero es el que agarra la plata, el que está al frente, ese modelo hay que cambiarlo. Por suerte las mujeres no nos callamos más. Nos reunimos una vez por mes enseñando y compartiendo la sabiduría ancestral, también como forma de tener autonomía económica», relata Rodríguez.
Esta mujer, nieta de un médico de campo de Puesto Viejo, Jujuy, junto a otras distribuidas en los distintos nodos que la UTT tiene en el país, elabora tinturas madre a partir de las plantas que cultivan, como romero, ruda, ajenjo, carqueja, burrito, cedrón, y las comercializan en los almacenes de la organización. Lo que ingresa les permite a las mujeres tener autonomía económica y ayudar a otras. Parte de lo recaudado va a la Secretaría de Género de la organización, lo que permitió la inauguración del primer refugio para mujeres víctimas de violencia de género en La Plata.
«No hay que tener vergüenza de nuestros conocimientos sobre las plantas, de nuestra cultura. Mis abuelos murieron llorando porque no podían practicar la medicina ancestral, la gente pensaba que eran brujos. Estos saberes vienen de siglos», indica Rodríguez.

Sumatoria de virtudes
Además de lo ancestral y cultural, hay algo concreto que tiene que ver con aliviar las dolencias, algo que las plantas medicinales logran de forma única. «Las plantas pueden sanar por sumatoria de virtudes. Si una persona tiene diabetes y le dicen que tome té ortiga, le va a ayudar a regular el nivel de azúcar en sangre, pero a su vez le va a aportar nutrientes, ya que es rica en hierro, en vitamina C, en sílice, tiene clorofila de muy buena calidad y resulta que también reduce hemorragias menstruales si existieran, esa es la sumatoria de virtudes. A su vez, las acciones de las plantas son selectivas, esto significa que si la persona que toma la ortiga para la diabetes no tiene hemorragia menstrual no le va a inhibir nada. Otra de las ventajas es el bajo costo, en estos tiempos de crisis, tener la planta sin gastos asociados y sin efectos colaterales es muy valioso. Además, es terapéutico cultivar una planta», indica Itkin.
Según aseguran desde el INTA, una vez que tengan la información procesada de la encuesta se van a implementar diversas líneas de investigación, apuntando fundamentalmente a aquellas que permitan el desarrollo de productos adecuados a las necesidades de los consumidores y mejoren la competitividad de la cadena de valor.
«Creo que si se cuenta con jardines donde se cultiven las plantas medicinales y se acompaña esto desde el sistema público de salud, se puede llegar a dar un diálogo intercultural muy enriquecedor. Además, para quien utiliza plantas medicinales surge una conexión con la madre tierra –concluye Itkin–, y empieza a mirar o a sumar el cuidado del medioambiente, tiene cuidado de no contaminar, de cuidar el agua, se opone a la deforestación, a los avances de la megaminería, hay un compromiso con la vida».

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