Sociedad

Una tragedia anunciada

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El calentamiento global, el tráfico de fauna y la destrucción de ecosistemas son algunos de los factores que aumentan la probabilidad de que aparezcan virus desconocidos. La pandemia de COVID-19 enciende alarmas e impone nuevos desafíos.


Chaco. El desmonte favorece la convivencia con especies que estaban aisladas. (Martin Katz)

Recientemente en una entrevista publicada por el diario Il Manifiesto Global, el periodista científico David Quammen explicaba que «muchas especies de animales que viven en diversos ecosistemas tienen sus propias formas únicas de virus. Ni siquiera sabemos cuántos virus viven en los animales del bosque del Congo o los animales del Amazonas. No tenemos idea. Solo sabemos que son muchos virus diversos. Y así, cuando los humanos perturbamos esos diversos ecosistemas, cuando entramos allí y talamos árboles y construimos campamentos de madera y construimos campamentos mineros y atrapamos a los animales, los matamos por comida para alimentar a los trabajadores o incluso capturarlos en vivo para transportar y vender en un mercado, nos ponemos en contacto cercano con esos animales, perturbamos esos ecosistemas y liberamos, en efecto, nuevos virus».  
Matías Mastrangelo, investigador del CONICET del Grupo de Estudios de Agroecosistemas y Paisajes Rurales (EAP) de la Facultad de Ciencia Agrarias de la Universidad Nacional de Mar del Plata, identificó hace un tiempo ya cinco maneras en que las modificaciones al medioambiente pueden desencadenar enfermedades o epidemias.
Según explica el biólogo, en muchos ecosistemas naturales, como los bosques de la región chaqueña, hay una cantidad de especies que han vivido allí por millones de años en forma relativamente aislada del ser humano. Luego, con los niveles de demanda de materias primas, de alimentos, de fibras, de combustibles, las sociedades avanzan y tranforman el hábitat de esas especies condenándolas a que una misma cantidad de individuos tengan que existir en mayores concentraciones pero en menores espacio.
«Hay una serie de cambios que produjo el ser humano sobre el ambiente, esto viene desde la revolución industrial. Lo que se observa son desequilibrios y desbalances y el aumento de la probabilidad de que pandemias como el coronavirus emerjan. Existen por lo menos cinco formas de modificar el medioambiente que están interconectadas entre sí: la destrucción de ecosistemas, el cambio climático, el tráfico de fauna, el aumento de los viajes y la urbanización y también la extinción de especies», señala Mastrangelo.
«Esto aumenta a su vez la frecuencia de contacto entre esas especies, que se habían mantenido aisladas, con el ser humano. Entonces, si cultivamos maíz donde había un bosque ahora las personas que vivan en esa finca van a estar en una situación de contacto con estas especies y esto puede provocar que bacterias o virus se transmitan al hombre», asegura Mastrangelo.
El cambio climático es otro factor importantísimo para muchas enfermedades transmitidas por vectores. Hay ejemplos muy claros en este sentido: el dengue a través de los mosquitos, el Mal de Chagas mediante las vinchucas. «La fiebre hemorrágica argentina transmitida por roedores surgió en la región pampeana, la zona donde ha desaparecido la mayor cantidad de especies silvestres por la intensificación de la agricultura y donde se concentra la mayoría de la población del país. A su vez, hay muchas enfermedades que son típicas de ciertas zonas que tienen que ver con las áreas de distribución de esos vectores. Por ejemplo, un mosquito que habita regiones tropicales lleva un patógeno que afecta a la población que convive en esas áreas, pero si las temperaturas y precipitaciones que se dan en esas zonas tropicales ahora también se dan en subtropicales o templadas surge una ampliación en el rango de distribución de esos vectores. El cambio climático tropicaliza ciertas zonas templadas y las especies que habitan esos ambientes se mueven de un lado al otro y llegan a zonas más templadas donde hay mayor población humana», explica Mastrangelo.

Fuera de la ley
La venta ilegal de animales silvestres es hoy el tercer negocio ilícito más importante a escala global. En el país, se estima que 9 de cada 10 animales capturados mueren antes de llegar a ser comercializados. De los que llegan a venderse en forma ilegal, 10 de cada 100 se recuperan y únicamente 5 de cada 100 logra regresar a su hábitat. Por si todo esto fuera poco, hay otro peligro que el tráfico de fauna esconde y es el contacto entre estos animales y los humanos.
«Es importante entender que cada animal y planta lleva en su organismo una diversidad de virus a los que hospeda desde hace mucho tiempo. Durante esa convivencia milenaria desarrollaron inmunidad contra esos virus. Este equilibrio se rompe cuando un virus se transmite a otra especie con la que no convivió nunca, encontrando así un hospedador que no desarrolló inmunidad contra él», explica el biólogo del CONICET.
Por otra parte, el tráfico de fauna, un negocio que mueve unos 23.000 millones de dólares anuales a nivel mundial, también provoca la extinción de especies, muchas de ellas benéficas para el control de otras que en contacto con humanos pueden causar enfermedades.  

El gran salto
Muchas veces la transmisión del virus desde un animal silvestre a un humano se da en etapas. Un paso intermedio común se relaciona con la cría de animales en forma intensiva: grandes concentraciones de ganado vacuno, criaderos de pollos, cerdos, donde los patógenos se multiplican en números muy grandes y a medida que crece su número aumenta además la posibilidad de que vayan mutando y con esto se pueden generar cepas o más infecciosas o más letales.
Este fue justamente uno de los puntos señalados recientemente por la investigadora uruguaya Silvia Ribeiro, directora para América Latina del Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración (ETC) quien en una entrevista publicada en Página/12 señaló que «todos los virus infecciosos de las últimas décadas están muy relacionados con la cría industrial de animales». En este sentido puso como ejemplo el surgimiento de la gripe aviar en Asia, de la gripe porcina y también del SARS. «Son virus que surgen en una situación en la que hay una especie de fábrica de replicación y mutación de virus que es la cría industrial de animales. Es porque hay muchos animales que están juntos, hacinados. Esto se repite tanto en los pollos como en los cerdos, que no se pueden mover, y por lo tanto tienden a crear muchas enfermedades», afirma Ribeiro.
A esta situación se le suman además la urbanización y la globalización, que provocan que muchas personas vivan muy concentradas y desplieguen una gran movilidad a escala planetaria. «Esta combinación favorece la rápida propagación de enfermedades infecciosas desde su lugar de origen hacia cada rincón del globo. Como ciudadanos y consumidores podemos elegir alimentos agroecológicos, usar transporte público y bajar la emisión de gases de efecto invernadero que contribuyen al cambio climático, pero también elegir Gobiernos a los que les importen estas acciones, porque hay decisiones que tienen que venir promovidas desde el Estado. Los seres humanos no vemos estos problemas hasta que nos golpean fuerte, creo que el coronavirus generó eso, nos hizo quedarnos en nuestras casas, romper con las rutinas, nos afectó el bolsillo, nos hizo darnos cuenta de cosas que se venían engendrando. Ojalá sirva para aumentar la conciencia», concluye Mastrangelo.

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