Voces | ENTREVISTA A JAIME SORÍN

Arquitectura hostil

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Florencia Vidal - Fotos: Horacio Paone

Académico de vasta trayectoria, el arquitecto dice que las grandes ciudades están pensadas para expulsar a grupos sociales del espacio público. Una mirada crítica que busca soluciones.

La noticia del hombre de 30 años que paseaba con su familia por la ciudad de Montevideo, tropezó y dio contra unos pinchos que estaban en la entrada de un edificio y después murió a consecuencia de las graves heridas reactivó el debate sobre lo que se conoce como arquitectura hostil, una práctica extendida en las grandes ciudades del continente. Jaime Sorín, arquitecto, investigador del Conicet, exdecano de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Buenos Aires y de la Universidad Nacional de Avellaneda y profesor emérito de esta institución, asegura que así es cómo las grandes ciudades buscan expulsar a grupos sociales del espacio público. Con una mirada crítica sobre los usos actuales del urbanismo, en diálogo con Acción manifiesta que esta disciplina debería servir para poder organizar una ciudad mejor, una ciudad compartida como es el propósito de nuevas corrientes como el urbanismo ciudadano o lo que es el urbanismo social.

–¿Qué es la arquitectura hostil?
–Caminando por cualquier calle de la Ciudad de Buenos Aires vamos a encontrar unos ejemplos de arquitectura hostil, desagradable, que es una cantidad de objetos de diseño que se colocan para dificultar el uso y goce de la ciudad por determinadas personas. A veces es porque molesta la presencia de la gente que duerme en la calle, y otras para excluir a ciertos grupos sociales, como los jóvenes, que molestan a los comerciantes.

–¿Cuál es el objetivo de esta arquitectura?
–Es el de generar una ciudad elitista que pueda ser utilizada por determinadas personas y no por otras. Esto no quiere decir que sea producto de la oligarquía. En Montevideo tuvieron una discusión importante porque cuando murió este muchacho, que se tropezó y cayó sobre unos pinches, está la particularidad de que esa es una ciudad dirigida por la izquierda. Fue el Gobierno el que puso esos artefactos. O sea, yo no diría que es un producto de la clase dominante, pero sí de un falso sentido común que pretende que la ciudad pueda ser utilizada de una determinada manera y no de otra, o por algunos grupos sociales y no por otros. Pasa en todo el mundo.

–¿Cómo se hace frente a este modelo de ciudad?
–Hoy hay un movimiento bastante extendido en contra de que esto suceda, sobre todo en Europa. Ámsterdam, por ejemplo, es una ciudad peatonalmente accesible. Además, tiene una política habitacional que permite que mucha de la gente que no tiene a dónde ir, tenga, por intervención del Estado, la provisión de vivienda. En cambio, en Nueva York es absolutamente al revés. Hay muchísima gente en la calle y tratan de generar obstáculos para que no tenga lugar donde vivir. Y esto no se soluciona con el diseño. Si alguien duerme en la calle, lo que hay que tratar es de que no tenga que hacerlo.

–¿Se busca invisibilizar a la pobreza?
–Evidentemente, sí. Especialmente a aquellos que tienen que dormir en la calle. En este sentido, el Gobierno de la CABA hace todo lo posible para que cada vez haya más gente durmiendo en la calle, en vez de buscar la solución; pero también pasa en Rosario, en Mendoza. En general, en todas las ciudades latinoamericanas. San Pablo es un ejemplo importante a pesar de que, cuando aún estaba Bolsonaro, se votó la ley Padre Julio Lancellotti, impulsada por un cura. Bolsonaro la vetó, pero se pudo dar vuelta ese veto y esa ley está vigente. De todos modos, esto no se resuelve con una ley. Es una actitud general que la sociedad debería tomar y de medidas que habría que adoptar, es decir, dejar de mirar al otro como a un enemigo, lo cual en Argentina es muy difícil y ahora más aún.

–Quienes promueven ese tipo de arquitectura dicen que es para garantizar la higienización y la seguridad.
–Sí, excusas se podrían dar muchísimas para que eso pase. Ya en la década del 60 Jane Jacobs escribió, en Muerte y vida de las grandes ciudades, un gran planteo sobre el tema del espacio público. Esto en realidad tiene que ver con cómo concebimos a la ciudad y al espacio público. Ella peleó mucho por mantener a los barrios como un elemento central de la generación de la vida ciudadana. Cuando la ciudad se convierte solamente en un elemento donde ir y venir y no se utiliza para ninguna actividad social, ahí la seguridad es difícil de mantener. La policía lo que genera es violencia más que seguridad. Con la violencia no se arregla la seguridad, se genera con la intervención de la sociedad e involucrándose. Por supuesto que hay elementos que ayudan, como la iluminación y la poda. La Ciudad de Buenos Aires prácticamente no tiene un uso intenso y compartido del espacio público. En el Código que se aprobó estos días, las calles del espacio público son para transitar y cuanto más rápido, mejor. En vez de ser el lugar que debería ser, que es donde se produce el intercambio social, porque por eso es público. En realidad, cada vez está peor. Con Jorge Macri el tema de la ciudad es tremendo, entre la basura y las veredas destruidas.

–¿Qué cambios experimentaron las ciudades con el neoliberalismo?
–Por empezar, está el tema de la utilización del espacio público y, después, el entender a la ciudad como un objeto de cambio y no un objeto de uso como con el problema de la vivienda. Hoy, la vivienda no está entendida como un objeto de uso si no de cambio, de venta, una caja fuerte donde guardar el dinero. Eso creo que lo introdujo el neoliberalismo porque, hasta 1976, la Ciudad de Buenos Aires estaba armada alrededor de la actividad barrial, se extendía a través de los barrios y las sociedades vecinales que fundaban los barrios. Con los intendentes en la época del Proceso empieza el problema del neoliberalismo en la Ciudad y, más acá, el Gobierno de Carlos Grosso fue el inicio de lo peor que nos pudo pasar. Se ha incentivado mucho el individualismo. En la época de la dictadura tiraron 2.000 edificios abajo para hacer las autopistas y a partir del macrismo hay toda una política, que se refleja también a nivel nacional, de borrar nuestra historia. Lo que está pasando es que, de a poco, se va borrando la Ciudad de Buenos Aires. Hay más de 100.000 edificios construidos antes de 1941 que deberían ser protegidos y el Código ahora protege 4.000.

–Se pretende borrar la historia apelando al discurso de la modernización
–La Ciudad tiene que cambiar porque no podemos vivir como en 1930, pero la historia tiene que seguir existiendo. Y yo creo que una de las cosas que el macrismo intentó, tanto desde el Gobierno nacional como desde la Ciudad, es ir borrando la historia; primero borrar al peronismo y todo lo que sea parte de la historia de la ciudad. Mucha gente cree que eso es moderno. En París no se pueden hacer torres, hay que hacerlas afuera. La calle tiene un valor, no es solamente para que pasen los autos, y acá en Buenos Aires no tiene valor. Esto es lo que nos pasa también a nivel nacional, si nos olvidamos de la historia, sonamos.

–Antes, en los barrios de la Ciudad se cruzaban las distintas clases sociales.
–Sí, estaba esa posibilidad. Mis padres eran de clase media baja, pero enfrente vivía el carnicero y más allá el médico que había podido poner mármol en el frente. Y yo jugaba en la calle con sus hijos, donde todos nos encontrábamos y nos saludábamos. Hoy eso es imposible y tiene que ver con la injusticia espacial y con la manera como se entiende, por parte del Gobierno de la Ciudad, qué es lo que tiene que pasar en un barrio. Si las plazas están enrejadas es un problema. Yo fui presidente de la Comisión Nacional de Monumentos Históricos. El Parque Lezama es un monumento histórico y ahí hubo una pelea infernal porque lo querían enrejar; pero parte de la población estaba de acuerdo. El Parque Lezama lo utilizan en verano todos los que viven en los conventillos porque es muy difícil vivir en un conventillo en verano, por el calor, la falta de agua. Entonces era un lugar de expansión de parte de La Boca, de Barracas, pero parte de la clase media de San Telmo no quería saber nada, querían enrejar.

–Finalmente se logró que no se enrejara.
–Fue una pelea muy grande, que se ganó por la intervención de la gente, porque si la gente no se involucra es imposible ganar estas peleas y en la Ciudad de Buenos Aires hay una falta de involucramiento muy grande, hay mucho individualismo y cada vez vamos más hacia allí, porque, además, está impulsado por el Gobierno nacional. Con dos palabras se puede caracterizar a este Gobierno nacional: la crueldad, que es evidente, y la violencia, que es cada vez mayor.

–¿Cómo se construye una ciudad que albergue a todos?
–Hay una corriente que se llama urbanismo ciudadano y también el urbanismo feminista, que, de algún modo, están intentando instalar en la discusión que la ciudad tiene que ser para todos. Básicamente, incluyendo el tema de los cuidados, ahí tiene mucho que ver la tarea de la mujer; pero también tiene que ver con pensar a la ciudad como un producto colectivo y no como un lugar solamente de explotación financiera. Hoy la Ciudad de Buenos Aires y nuestro país están pensados desde lo financiero y no desde lo social. En CABA, en particular, la aprobación del último Código hace que cada vez vayamos a tener una ciudad más exclusiva, más elitista y en ningún caso pensada para un uso colectivo.

–¿Qué reflexión hace acerca del problema de la vivienda en la Ciudad de Buenos Aires?
–Es alarmante porque el Gobierno de la Ciudad ha dejado, ya hace tiempo, de intervenir en esta cuestión. Con la Ley de Alquileres la vivienda se ha transformado en un objeto de especulación y el último Código lo ha multiplicado al generar metros cuadrados. Creo que el problema se va a poner cada vez peor en la Ciudad de Buenos Aires porque no se puede comprar ni alquilar. Los alquileres en la Ciudad pasaron de un 25% a un 40%, entonces ahí hay una situación de hacinamiento que no se mide demasiado. Hay alrededor de 200.000 viviendas que están desocupadas y las villas duplicaron su población. No nos olvidemos que más del 10% de la población de la CABA vive en los barrios populares, en las villas de emergencia. Entonces, si yo tengo una vivienda desocupada, tengo derecho a tenerla, pero debería pagar un impuesto mayor. Nosotros perdimos la oportunidad de introducir la función social de la propiedad. Esto ya existía en la Constitución de 1949 y existe en Colombia, en parte de Brasil y en algunas provincias. Y es importante, no para sacarle a alguien la propiedad, sino para discutir su uso. Si tenés un terreno y no lo vas a usar, bueno, que haya un impuesto que financie la construcción social de vivienda.

–¿Qué otros fenómenos observa hoy en la Ciudad?
–Además del de la vivienda, que es el más extremo, hoy en la Ciudad de Buenos Aires tenemos problemas de salud fuertes, un poco generados por el Gobierno nacional y otro poco por el descuido que hay en la Ciudad. El no reconocerles a las enfermeras el estatus médico, lo que ganan los médicos, el poco mantenimiento de los hospitales. En las escuelas, creo que a partir de la terrible ministra Soledad Acuña, la cosa fue cada vez peor y hoy nadie se ocupa de eso.

–Usted afirma que una ciudad no es mejor si es más cara, sino que se trata de romper con la desigualdad.
–Hay una teoría del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), que se ha extendido mucho, que dice que la calidad de vida de una ciudad se mide por el valor de la tierra. Eso, obviamente, no es así. Pero estos Gobiernos que están ya desde 2007, el macrismo, Horacio Rodríguez Larreta, y el actual, la miden así. Hay un proyecto de Larreta para la Ciudad, que igualmente no se aplicó, donde la calidad de cada barrio se mide por el valor de la tierra. Es muy terrible que se pueda medir la calidad de una ciudad de esa manera y no por su calidad de vida y las posibilidades de incorporar a todos los sectores. Es necesario encontrar una fuerza social en la Ciudad de Buenos Aires que se transforme en fuerza política en el momento de las elecciones.

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