Voces | Entrevista a Ezequiel Adamovsky

El individualismo autoritario

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María Carolina Stegman

El historiador brinda pistas para leer la Argentina actual. La política ante un escenario alejado de consensos democráticos. Reconstruir lo colectivo como proyecto real.

Foto: Guadalupe Lombardo

Ezequiel Adamovsky es historiador y ensayista egresado de la Universidad de Buenos Aires, aunque sus estudios y trabajos lo llevaron también a Londres y París. Es autor de Historia de la clase media argentina (2009); La marchita, el escudo y el bombo: una historia cultural de los emblemas del peronismo (2016); Historia de la Argentina, biografía de un país (2020) y del más reciente: Del antiperonismo al individualismo autoritario (2023). Actualmente, es profesor titular de la Universidad de San Martín e investigador principal del Conicet. Muchos de sus textos pueblan las aulas de las universidades, investigaciones en las que indaga, preciso y claro, en la historia social y política de la Argentina desde una mirada académica, científica y crítica respecto de las diferencias étnico-raciales sobre la cual se cimentó la estructura de clases en nuestro país, sin dejar de ponderar el protagonismo de las clases populares en la lucha por alcanzar una sociedad más justa. Adamovsky advierte sobre la emergencia de una subjetividad a la que llamó individualismo libertario, ese que, según su visión, «está alimentando las tendencias autoritarias que vemos por todas partes», y señala la necesidad de alcanzar «un proyecto político que vuelva a plantear el horizonte de lo colectivo como camino a la felicidad personal y del vecino, que sea creíble y que no se quede en el mero discurso».

«Hoy hay registro de una cantidad de hechos de violencia protagonizados por personas de extrema derecha, ahora ya violencia física, esto está sucediendo en todo el país».

¿Cómo describiría el gobierno de Javier Milei? ¿Tiene características fascistas como se advierte desde diversos sectores políticos y sociales?
Es ciertamente un gobierno autoritario, que no tiene un arraigo, un aprecio por la democracia. En este sentido, se podría caracterizar como un gobierno fascista. A mí me parece un problema de todos modos ese rótulo, porque el fascismo histórico era un movimiento comunitarista, es decir, giraba bajo la idea de comunidad fuerte, articulada alrededor del Estado y del líder político, y las ideas de Milei, o de otros movimientos similares, más bien rechazan al Estado, son profundamente individualistas. Para el fascismo el individualismo era un problema. Me parece que llamarlo fascista (al gobierno de Milei) oscurece el hecho de que viene de la tradición liberal. Milei se proclama a sí mismo un liberal, y realmente todas las categorías que utiliza y todo su pensamiento abrevan en verdad en esa tradición; hay que creerle cuando dice que es liberal, sin perder de vista que es autoritario.
¿Se naturalizó la llegada al poder de la ultraderecha?
–Se naturalizó con una velocidad pasmosa. Si uno ve cómo se refieren al Gobierno en la prensa, incluso los otros partidos políticos, (Milei) aparece como un jugador más, perfectamente legítimo dentro del tablero político. Los aspectos autoritarios son omitidos permanentemente y las diferencias se ven muy bien en la prensa internacional, que lo sigue caracterizando como un gobierno de ultraderecha, ese es el término que utilizan, y destacando sus rasgos autoritarios al punto que ya hay advertencias de los organismos de derechos humanos internacionales respecto del Gobierno, todo esto en el escenario argentino, lamentablemente, aparece poco y nada.

¿Hay registro en la historia argentina de una reacción tan rápida de la sociedad frente a las medidas de gobierno?
–Me sorprendió bastante la velocidad de la reacción popular contra el Gobierno, esperaba que eso demorase bastante más, que sucediera recién cuando se viesen las peores consecuencias de las políticas económicas. Por ahora, es la gente que no lo votó, quienes lo votaron siguen con algún grado de expectativas. Los sectores que movilizan son el movimiento obrero, también la izquierda, que fue el primer grupo que tomó la calle en un escenario muy complicado, con amenazas permanentes de Patricia Bullrich de represión y represalias. Luego, esa multitud más desorganizada que salió a cacerolear el mismo día de la primera manifestación de izquierda. Imagino que se irán sumando sectores a medida que se vean las consecuencias de estas políticas, que van a ser muy duras.

«Habrá que pensar la política en un escenario donde no podamos contar con los consensos básicos en torno a la defensa de la democracia». 

Recientemente, usted advertía sobre la posibilidad de la emergencia de una «violencia horizontal» frente a las protestas. ¿Qué significa esto?
–Hay algo que vengo registrando desde mediados del gobierno de (Mauricio) Macri en adelante, esto es: la tendencia a canalizar la frustración por el fracaso de las políticas propuestas, culpabilizando a distintos sectores sociales, ya no solamente a los adversarios políticos, como fue históricamente el peronismo, al cual lo han culpado de diferentes cosas, sino ya directamente a los sectores sociales: «los planeros», «los vagos», «la gente que vive del Estado», incluso los científicos aparecieron como un enemigo público inéditamente, esto se traducía en violencia verbal, en ese momento, contra personas en la calle que representaban algunos de estos enemigos que postulaba el Gobierno. Hoy hay registro de una cantidad de hechos de violencia protagonizados por personas de extrema derecha, ahora ya violencia física. Esto está sucediendo en todo el país, creo que es esperable, porque además lo advirtió el propio Macri cuando invitó a los jóvenes a tomar las calles para defender al Gobierno de «los Orkos», que se siga animando ese odio dirigido al de al lado, e incluso que promuevan o apoyen a grupos organizados que canalicen dicho odio.
¿Es el fin de los consensos democráticos?
El fin de lo que llamamos consensos democráticos también se notó a mediados del macrismo, ya en ese momento se vio una campaña de revisión del pasado con intención de justificar la dictadura; ahora que tenemos una vicepresidenta que es defensora de los militares que la encabezaron, es más claro aún. Habrá que pensar la política en un escenario donde no podamos contar con los consensos básicos en torno a la defensa de la democracia.

Foto: Guadalupe Lombardo

Milei habla del «peligro del socialismo, del colectivismo». ¿Qué encierra la construcción del enemigo bajo estas categorías?
Desde 2013, incluso antes, todo el debate político en la Argentina se organizó sobre la base de dos polos opuestos: por un lado, el populismo como enemigo de la institucionalidad, la democracia, las reglas y el buen gobierno, y por otro lado, la república, que sería la virtud democrática que habría que defender. Muchos advertimos en ese momento que bajo el rótulo de populismo se estaba colocando casi cualquier cosa que desagradara, desde expresiones de izquierda hasta de extrema derecha, cosas que no tenían que ver una con otra, todas demonizadas y convertidas en parte de una misma familia amenazante que había que rechazar. Milei trae de los movimientos de extrema derecha internacional directamente una reformulación del vocabulario político, por la cual se nombra como comunismo o socialismo ya a cualquier cosa que no sea el liberalismo extremo.
En el último discurso de Davos lo dejó claro: todos los gobiernos desde la social democracia, la democracia cristiana, el laborismo, cualquier tipo de gobierno que no sea de extrema derecha cae en esa bolsa común, llamada comunismo o socialismo. Esto vacía de contenido todas las categorías que teníamos para entender la realidad.
¿Cuál es hoy el principal peligro para la democracia?
–Los peligros son múltiples. Esta propia frustración generalizada alimenta expectativas en personajes políticos inverosímiles, como son Milei en Argentina, Bolsonaro o Trump, en Brasil y Estados Unidos, personas desquiciadas que incluso no tienen capacidad de sostener un diálogo más o menos fluido con otros sectores para construir consensos básicos, este es un riesgo. También está el riesgo de saltearse los mecanismos y garantías democráticas, lo estamos viendo en estos días a propósito del debate por el DNU del Gobierno y la ley ómnibus. Luego, algo más preocupante, que es la tentación represiva de ignorar el Estado de derecho. Patricia Bullrich ha hecho un avance muy fuerte en tiempos de Macri y ahora vuelve con estos protocolos y estilos de gestión, que ya la propia Comisión Interamericana de Derechos Humanos está advirtiendo que se salen de los marcos democráticos.

«Hay un núcleo material desde el cual se pueden reconstruir visiones de lo colectivo, lo que falta es la conexión entre eso y la dimensión política».

–¿En tiempos de crisis se retoma la solidaridad y lo colectivo? ¿Se puede reconstruir el lazo social?
–Pese a la pregnancia que tienen todas estas ideas (ver recuadro), en su vida personal nadie busca vincularse con gente egoísta, se busca el altruismo, el desinterés, el confiar en otro, incluso las personas más de derecha y liberales no quieren su vida personal o afectiva organizada en torno a esos principios interesados, los imaginan buenos para la vida social, pero no los quieren para su vida afectiva. Ahí hay un núcleo material desde el cual se pueden reconstruir visiones de lo colectivo, lo que falta es la conexión entre eso y la dimensión política, la posibilidad de que haya un proyecto político que vuelva a plantear el horizonte de lo colectivo como camino a la felicidad personal y del vecino, que sea creíble. Esto es que no se quede en el mero discurso, que no sea declamativo, sino que se plasme en hechos. Hay que volver a discutir las reglas del capitalismo pero también las reglas de la democracia. Vivimos una especie de receta de la frustración con un sistema político diseñado para ser impotente, para no poder afectar los intereses de las clases altas y para ser constantemente burlado por quienes tienen el poder real en la sociedad.

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