Voces

«Escuchemos a la gente que ha dicho no»

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El arzobispo provincial se sumó al reciente proceso de movilizaciones populares que frenó el avance de la megaminería en Mendoza y sostiene una posición firme en defensa del agua y el medioambiente. La Iglesia, su compromiso social y el concepto de ecología integral.

Porteño de nacimiento, Marcelo Colombo es el arzobispo de Mendoza designado por el papa Francisco el 22 de mayo de 2018. Fue ordenado sacerdote en 1988 por el entonces obispo de Quilmes, Jorge Novak, uno de los hombres de la Iglesia comprometido con la defensa de la justicia social y los derechos humanos, de quien Colombo fue colaborador directo. Antes de ser sacerdote se graduó en derecho en la Universidad de Buenos Aires, estudió filosofía en la Universidad Católica y se doctoró en Derecho Canónico en la Pontificia Universidad Santo Tomás de Aquino, de Roma, en 1995. Benedicto XVI lo designó obispo de Orán (Salta) en 2009 y en 2013 fue nombrado obispo de La Rioja por el papa Francisco. Allí asumió, entre sus principales tareas, la de impulsar el proceso de canonización de monseñor Enrique Angelelli, asesinado por la dictadura cívico-militar en 1976 y de quien Colombo se confiesa admirador por su compromiso cristiano con la justicia social. El año pasado Jorge Bergoglio beatificó a Angelelli, convirtiéndolo en ejemplo para los católicos y las católicas. Hoy Colombo ocupa el importante sitial de vicepresidente segundo de la Conferencia Episcopal Argentina y es miembro de la Comisión Ejecutiva de los obispos católicos. Recientemente fue protagonista de un firme posicionamiento junto con las organizaciones socioambientales, alineándose en contra de la modificación de la ley provincial 7.722 –que prohíbe el uso de sustancias tóxicas en la actividad minera– y pidiendo su derogación, algo que finalmente ocurrió como resultado de la movilización popular.
–¿Desde cuándo la Iglesia se preocupa por el tema de la megaminería?
–Ya con Juan Pablo II hay algunos antecedentes, pero yo ubico especialmente el mensaje de Benedicto XVI para la Jornada Mundial de la Paz de 2010. Allí el papa invita a recrear una nueva alianza, un nuevo pacto con la creación, resignificando religiosamente el concepto de ambiente y nos invita a todos a sentirnos corresponsables de esa misión. Luego es clave la encíclica Laudato si, del papa Francisco. Es como una especie de carta magna de los derechos de la creación, involucrando al hombre como parte de lo creado y poniendo todo en una relación de integralidad. El concepto de «ecología integral» marca que lo social, lo individual, está implicado en lo ambiental, en lo ecológico. En la Arquidiócesis de Mendoza hemos resignificado nuestra comisión y la llamamos Comisión Pastoral Ecológica Integral.
–Hay sectores empresarios que afirman que ustedes impiden la generación de puestos de trabajo.
–Tenemos que analizar qué proyecto queremos para Mendoza, Argentina y el mundo, no solo desde la matriz productiva sino también en diálogo con lo que significa la supervivencia. Hay una cuestión de emergencia, porque ya no estamos hablando de cambio climático, sino de crisis climática. Vemos inundaciones en todo el NOA y aquí en Mendoza estamos padeciendo una sequía dramática que nos pone en un lugar de desierto permanente. Hoy estamos en un momento donde es tan grande el impacto de la transformación ambiental que nos toca de lleno y nos golpea. Oponer empleo a cuidado del ambiente nos parece poco sano. No podemos discutir eso si antes no aseguramos que podemos vivir. Otro aspecto es la desconfianza. Los políticos y los empresarios deben reconocer que no se logra desterrar la desconfianza que existe en torno a la garantía que deben ofrecer los proyectos mineros y las capacidades que existen para controlarlos. Los ejemplos en Latinoamérica y en las provincias vecinas nos hablan a gritos. Mendoza debería demostrar que se puede trabajar seriamente sobre el control de los posibles daños ambientales que genera esta actividad. No estamos aislados del resto de las experiencias.
–¿Pero cuál sería el camino? ¿Decirle no a la megaminería?
–Acá está el tema de la licencia social. Escuchemos a la gente que ha dicho no. Parte del equívoco inicial ha sido este: confundir una verdadera legitimidad electoral, una contundencia en las urnas, con una licencia social para la actividad. De esto hablamos, de escuchar a la población e informar adecuadamente. Evidentemente hay otras industrias conectadas con la minería que despegarían con este rubro: empresas de servicios, de alimentación, concesionarias de distintos servicios intermedios que entran en juego. Es cierto que se dispararía cierto bienestar de empleo, pero aparente, fugaz, brevísimo, tan solo unos 7 a 10 años para poblaciones que después no ven ningún derrame.
–¿Tuvieron instancias para dialogar esta problemática con el Gobierno provincial?
–Sí, tuvimos varias instancias. La carta abierta que envié al gobernador Rodolfo Suárez fue el último esfuerzo, el último intento. Nuestro parecer nunca va a ser técnico, pero forma parte de la mirada de la población, de lo que se está visualizando sobre este tema. Habrá gente muy bien intencionada que intenta demostrar la viabilidad de los proyectos, otros llamativamente recurren a cierto lobby periodístico, a ciertos cerrojos mediáticos, al aislamiento o la desacreditación de posiciones. Como Iglesia no queremos ser un obstáculo sino un espacio de encuentro para la sociedad, un puente. Además, es muy importante que la población tenga canales efectivos para comunicarse e informarse. Hay que ir a los pueblos, a las comunidades y esto supone tiempo, dedicación, veracidad y voluntad por parte del Gobierno para impulsar este debate.
–¿Cuáles son los actores y aliados que ustedes suman a la escucha y la participación?
–Las Asambleas Populares por el Agua son espacios de verdadera discusión que están presentes en todos los departamentos. La marcha que vino desde San Carlos hasta capital, con alta participación de departamentos y pueblos de toda la provincia, muestra que hay consistencia en la reflexión y conciencia de la comunidad organizada.
–¿Les plantearon que como Iglesia se estaban metiendo directamente en política?
–Para algunos sectores, la Iglesia solo debiera ocuparse de lo religioso, de lo espiritual para adentro. Para nosotros lo religioso se manifiesta públicamente, no es un hecho privado de devoción, sino que trasciende las puertas de un templo para manifestarse en vida nueva, en vida justa, en vida digna para todos.
–¿Cuál es el aporte que la arquidiócesis puede hacer en este tema?
–Somos parte de la sociedad. No nos ponemos ni por encima ni por afuera; somos ciudadanos, votamos y opinamos, pero en algunos ámbitos institucionales somos escuchados porque podemos presentar una visión de conjunto. La Iglesia es una institución dentro de la vida mendocina: queremos tender puentes, abrir espacios de encuentro y dar nuestra propia mirada sobre algunos temas.
–¿Qué dice la gente en sus encuentros sobre esta cuestión?
–He tenido agradecimientos elocuentes por el acompañamiento, por la carta al Gobernador. Nosotros le pusimos voz a lo que ellos estaban haciendo en el pie y en el andar. Fue un modo de sumarnos, pero de ninguna manera fuimos los organizadores ni mucho menos los que definimos nada. Fue la gente con su voz, con su constancia, con el compromiso y su resistencia pacífica, que se manifestó en contra de este modelo y por ahora lo hemos logrado.

–En el país estamos viviendo una situación de pobreza muy crítica, ¿cómo salimos de esto?
–Una frase famosa que hemos escuchado más de una vez hace referencia a «las joyas de la abuela». En los años 90 las empresas públicas fueron regaladas y hoy las joyas de la abuela son la creación misma. Si rifamos la creación no nos queda vida posible. Los cambios están a nivel climático universal, sin embargo, hay cuestiones que a nivel nacional y provincial podríamos mejorar, se pueden hacer algunos esfuerzos más. El cuidado del agua es un tema muy delicado. El tema energético también es clave: hay que revisar las cuestiones tarifarias y las formas de generación de energía porque con el viento que tenemos en Argentina hay una gran oportunidad para implementar otras formas de producción energética.
–El Gobierno anterior dejó mayor concentración de la riqueza y más pobreza. Frente a eso, ¿por dónde caminar?
–Hay una situación de emergencia que la nueva composición del Estado nacional está afrontando con el Plan Argentina contra el Hambre. Nosotros participamos a través de Cáritas y otros organismos eclesiales que nos permiten acompañar desde la Iglesia. Me parece importante trabajar mucho en la articulación de espacios de diálogo como fue la experiencia de Diálogo Argentino que trabajó sobre las consecuencias de la crisis de 2001. Un Estado inteligente debe buscar la participación de todos, aunque el límite siempre va a ser la depredación, la ganancia pingüe, la corrupción que hemos visto en algunos sectores recientemente, en donde lo que entraba de préstamos del Fondo Monetario Internacional se iba como agua por canasto.
–Pastoral Social y Cáritas plantearon que no se puede pagar la deuda externa sin atender primero la deuda interna.
–Hay prioridades. Pagar, pero, ¿cómo? Pagar, pero, ¿a costa de qué y quién? En esto hay que trabajar mucho para que esa deuda interna sea definitivamente saldada.
–¿Cuál es para usted la deuda interna?
–Son los sectores postergados que sufren la fragilidad de un sistema que no los contiene y que solo van paliando su situación por el trabajo de los movimientos sociales, el acompañamiento de la Iglesia y la ayuda transitoria de los gobiernos. Es una deuda también la falta de capacitación y calificación. La formación profesional debe volver a ubicar la formación técnica y repensar la universidad: qué carreras, orientaciones y oficios necesitamos desarrollar o profundizar. Yo creo que necesitamos más desarrollo técnico, pero eso de ninguna manera significaría que pierdan valor las ciencias sociales y las humanidades.
–Hay cuestiones críticas que afectan la imagen de la Iglesia. Respecto de los abusos sexuales se señala que no se toman medidas de fondo para generar cambios.
–Es un tema doloroso que nos ha dejado muy afectados, pero también nos ha llamado y nos ha provocado una gran actividad. Se vienen desarrollando formas preventivas de actuación, modos concretos de investigación y de sanción. Esto ya está bastante extendido en la Iglesia y en este sentido hay que decir que, aunque tardíamente, afrontó el tema y lo está llevando adelante con coraje y con altibajos porque hay cosas que son muy novedosas acerca de cómo el hombre se ha ido deteriorando en su capacidad de relación.
–Las víctimas plantean que es poco.
–Siempre va a ser poco para las víctimas porque el daño es enorme. Lo único que uno puede hacer es trabajar para adelante. Para atrás, justicia y verdad.
–Usted forma parte de la Comisión Ejecutiva del Episcopado ¿Cómo ve la relación con el Gobierno?
–Tenemos una relación cordial y fluida, pero eso no nos impide decir lo que pensamos ni defender lo que tenemos que defender. Con el señor presidente hemos tenido un encuentro que marca un estilo para adelante: decirnos las cosas con toda claridad, sin verso, sin dibujarla. Hemos dialogado duro –porque estaba fresquito– sobre el protocolo de aborto no punible. Él nos dijo que comprende la posición de la Iglesia, comprende que no lleguemos a un acuerdo y veremos cómo seguir trabajando para adelante. La Iglesia va a proponer con fuerza su mirada sobre la defensa de la vida. En algunos temas relacionados con la atención a los sectores sociales más desprotegidos tenemos una mirada más convergente con el Gobierno, hay un acuerdo en cómo acompañar procesos de recuperación del mundo de los pobres.
 

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