10 de septiembre de 2012
Hace diez años que Susana Trimarco busca a su hija. No ha dejado de buscarla ni uno solo de los días y las noches de estos diez últimos años. Su perseverancia la llevó a cruzar más de una frontera y a conocer el otro lado, el más oscuro, de la apacible vida cotidiana de la provincia de Tucumán: vio personas vendidas y compradas como mercancías, vidas robadas, plusvalía sexual extraída a fuerza de violencia y terror de los cuerpos de mujeres jóvenes.
Marita Verón desapareció el 3 de abril de 2002. Tenía entonces 23 años, una hija de 3 y vivía con su pareja, David, en un departamento del barrio Gráfico II, en Las Talitas, Gran Tucumán. Esa mañana dejó a la niña con Trimarco y salió rumbo a la Maternidad para una consulta ginecológica.
«Quedate tranquila, mamá, que enseguida vuelvo», dijo antes de irse. Fue la última vez que Susana escuchó la voz de Marita. Desde entonces, dice, «fue como si la tierra se la hubiera tragado».
Pero no fue la tierra, y Trimarco lo supo enseguida, cuando empezó a recibir los primeros datos, que hablaban de un auto rojo y de una mafia que llevaba chicas de Tucumán a La Rioja y las vendía para su explotación sexual. Pistas difusas primero, más sólidas después, la fueron llevando tras el rastro de Marita y sus captores. Poco tiempo después de la desaparición, Trimarco ya había averiguado mucho más de lo que la policía y la justicia sabían o decían saber. Que su hija había sido obligada a subir a un remís de la empresa Cinco Estrellas, que había sido dopada y golpeada, que la tuvieron en varias casas particulares de Tucumán, que logró escapar y fue devuelta por la policía, y que en 2003 estaba en La Rioja. Marita habría sido vendida a una familia de proxenetas de esta provincia, que hoy están siendo juzgados junto con algunos de sus cómplices. En los prostíbulos riojanos, Marita se cruzó con varias chicas que luego brindaron su testimonio ante la Justicia.
La vieron sola, llorando, confundida, llorando otra vez, golpeada, con los rastros aún dolorosos de una puñalada en la espalda y una cicatriz detrás de la oreja. La vieron llevando en sus brazos a un bebé, fruto de la violación cometida por uno de los proxenetas que la explotaba, la vieron ayudando a recién llegadas a aflojarse sus ataduras, dando consejos,
compartiendo con ellas el saber práctico que fue acumulado para poder sobrevivir
en esos campos de concentración privados, pequeños estados totalitarios a cuyas puertas quedan suspendidas las leyes y los poderes públicos «Trata de personas»: la expresión, que tras la desaparición de Marita Verón comenzó a ganar espacio en los medios y en las conversaciones, adquiere, en la voz de Susana Trimarco, detalles precisos.
No alude ya a un negocio abstracto, el segundo rubro de comercio ilegal después del narcotráfico, que mueve decenas de miles de millones de dólares en todo el mundo, sino que se encarna en rostros, en los nombres de las chicas que Trimarco ayudó a rescatar durante su investigación, en las fotos de su propia hija, sonriente en los portarretratos que ocupan las paredes y los escritorios de su despacho en la Fundación María de los Ángeles (ver Prevención…).
El 8 de febrero se inició el juicio oral y público contra 13 personas, tucumanas y riojanas, por los delitos de privación ilegítima de la libertad y promoción de la prostitución de María de los Ángeles Verón.
Trimarco concurre a todas las audiencias. «Los veo a esos delincuentes y no tengo miedo, yo estoy ahí para decirles: devuélvanme a mi hija, díganme dónde está mi hija. Porque yo la adoro, la amo a mi hija. Yo les digo: mientras ustedes no me devuelvan mi hija, no tengo paz yo y no van a tener paz ustedes».
–¿Cuándo y cómo usted y su marido empezaron a enterarse de que una red de trata era la responsable de la desaparición de Marita?
–Fue como a los diez o quince días de que se la llevaran a mi hija. Ya habíamos hecho muchos afiches, fotos, pegadas por todos lados, y a mi marido se le ocurrió ir al Parque 9 de Julio, a la zona roja, preguntando si no la habían visto, y ahí una chica que trabaja en la prostitución dijo que sí, que sabía qué le había pasado a mi hija. Y ahí fue que ella dijo que mi hija había sido secuestrada, vendida, cambiada por droga en La Rioja para la prostitución.
Yo no creía esas cosas. Pero después, con los datos que ella nos dio, comprobamos que era la verdad. Con el tiempo descubrimos que la desaparición de Marita estaba vinculada con las mafias de la prostitución y la droga. Los comandantes generales de acá de Tucumán que manejan todo eso son los hermanos Ale, Rubén la Chancha Ale y Ángel el MonoAle, que por otro lado simulaban ayudarnos, porque como tienen la empresa de remises más grande de Tucumán, el gobierno del entonces gobernador Julio Miranda, los había metido como veedores de la ciudad, yo vi un convenio firmado entre la remisería Cinco Estrellas y el gobierno de Tucumán por el cual eran veedores de la ciudad.
–¿Qué significa ser veedores?
–Son como la policía. Al no tener la policía tantos móviles como ellos –más de 3.500 remises– los ponían a vigilar la ciudad.
Entonces todo lo que yo descubría, iba y se lo decía al secretario de Seguridad, y ellos me tomaban información a mí y les avisaban a ellos, a los Ale, para que a mi hija la vayan desplazando y la hagan desaparecer. Y a la vez simulaban y ponían la foto de Marita en sus autos.
Ellos tapaban todo, había jueces, fiscales, el poder político, el ex gobernador Miranda. Yo digo que por culpa de la complicidad del poder político, judicial y policial no la encontré a mi hija, por eso la hicieron desaparecer. Cuando empecé a darme cuenta de todo esto dije, no me puedo callar, porque buscando a mi hija yo iba encontrando chicas que algunas estaban secuestradas, otras estaban bajo engaño, las llevaban para ofrecerles trabajo y las tenían haciéndolas prostituirse, drogándolas, golpeándolas, cambiándoles su identidad, porque a las chicas les hacían documentos falsos.
También las llevaban en un auto a sus casas y las hacían pasar por enfrente diciéndoles ya sabemos que ahí vive tu familia, mirá que le puede pasar un accidente a tu papá o a tu mamá si no hacés lo que nosotros te decimos. Esa tortura psicológica es la que usan para preparar a las víctimas. Entonces, qué iban a poder pedir ayuda o qué iban a poder escaparse si ellas, las víctimas, están viendo dentro de los prostíbulos cómo viene el policía a avisarles que ya viene un allanamiento y para decirles que limpien, que saquen lo que pueda comprometerlos.
Las víctimas tienen tanto miedo que son mudas, sordas y ciegas.
–Ustedes no tenía noción de la existencia de esta realidad…
–Yo no creía que existían esas cosas, la verdad.
–Y el tema de la trata de personas tampoco era conocido por la sociedad tucumana…
–Fue a partir del caso de Marita que se empezó a hablar de la trata. No sabíamos, los ciudadanos no sabíamos, yo no sabía que ahí adentro de esos prostíbulos no solamente están las mujeres que trabajan por su propia voluntad… en realidad, más son las chicas que las llevan en contra de su voluntad. A estos tipos lo que les interesa es ganar dinero a costillas de las mujeres, explotándolas, porque a las chicas, todas estas chicas que nosotros rescatamos, todas salieron con… ni siquiera ropa tenían. Una pobreza, ni siquiera ropa tienen. Ellas no manejan plata, las hacen trabajar, trabajar, trabajar, nunca ven un peso, tienen una comida de lo más asquerosa que te puedas imaginar, y les cobran multa si lloran, si miran, si no quieren trabajar, si no hacen la cantidad suficiente de «pases», que son los hombres que atienden, cualquier cosa, porque es el método de tortura que tienen con las víctimas.
–El juicio por la desaparición de Marita les da, quizá por primera vez, la palabra a las víctimas, permite que aparezcan. Muchas de ellas están declarando como testigos.
–Ellas mismas, las víctimas mismas, están dando información y están esclareciendo toda la investigación que está dentro del expediente.
–¿Cuántas son las personas que vieron a Marita?
–Muchas chicas, lo que pasa es que algunas declararon y algunas por temor no declararon. Hay más de 20 chicas que vieron a Marita.
–Las testigos dicen que tenía cicatrices, una puñalada, porque quiso escaparse…
–Sí, eso le dijo a una de las chicas, que ella había sido capturada, así, con esas palabras, y que dentro de ese ambiente era sobreviviente. Si vos no hacés lo que ellos te dicen, le dijo Marita a esta chica, te van a matar, yo vi matar chicas, mirá lo que me hicieron a mí. Y mi hija se levantó la remera y le hizo ver una puñalada que le dieron.
–Es decir que ella intentó escaparse…
–Sí, según la información, a mi hija le han pegado muchísimo, la han castigado muchísimo, no la podían dominar.
–¿Todas las chicas habían sido llevadas a la fuerza a esos prostíbulos?
–No todas, pero yo diría que ni siquiera las que están ahí por su propia voluntad están tan libres, porque vos fíjate, todas las chicas que trabajan en ese ambiente viven con lo justo para mantener a sus hijos, para vivir, para la comida, para la ropita, y viven en unos ranchitos que se están cayendo. Y ellas, porque también de alguna manera están presionadas por estos proxenetas, dicen que trabajan por los pases y que los tipos van con las copas. Es una mentira, porque vos fijate los proxenetas, ¿qué proxeneta pobre hay? Si tienen muchísimos prostíbulos, propiedades, camionetas 4 por 4, celulares satelitales, tienen de todo, y las mujeres siempre empobrecidas, siempre con necesidades, y viven así, por eso yo digo que ellas también son víctimas, no es que ellas han elegido hacer eso porque les encanta ser prostitutas.
–Una vez que tiene la información de que Marita fue secuestrada, ¿cómo es que empieza a meterse en el mundo de la prostitución y la trata?
–Porque a mí me desesperaba que mi hija esté ahí… Yo me desesperaba y me negaba a creer que eso existiera. Entonces averigüé por mi propia fuente. En un momento detienen a un policía que tenía una agenda con miles de contactos en todo el país, y ahí fue que yo me hice pasar por proxeneta, cité a una mujer diciéndole que yo quería comprar chicas.
Esta mujer me citó en un prostíbulo y de ese prostíbulo me llevó a una casa que era particular y me las mostraba a las chicas como mercadería, como que yo te llevo y te digo mirá, recibí este tapado, como si fueran cosas, no personas.
–¿Y las chicas?
–Y las chicas estaban ahí, en una habitación que tenía dos cuchetas y cuatro chicas por cada habitación. Y las vendían entre 2.500 y 3.500 pesos cada una. Estaban calladas, así, con la cabeza gacha, ni siquiera se atrevían a mirarme, el mismo cuerpo de la víctima marca el estado en que están, en una situación terrible de avergonzadas, temerosas, con mucho miedo, agachan la cabeza, encogen su cuerpo, eso te marca la tortura psicológica, te das cuenta en el acto. Eran todas jóvenes, algunas menores de edad y otras mayores, de 22, 25 años.
—Texto: Marina Garber
Fotos: Julio Pantoja