Voces | ENTREVISTA A ALICIA STOLKINER

Tiempos de malestar

Tiempo de lectura: ...
Bárbara Schijman

La reconocida especialista analiza los vínculos entre el sufrimiento psíquico y la economía en la actual coyuntura de crisis. Militar la amabilidad para hacer frente a la cultura de la voracidad.

Foto: Guadalupe Lombardo

«Lo que observamos es un claro aumento del malestar y un incremento notable del sufrimiento psíquico. Son tiempos de ruptura de los vínculos amables y solidarios entre las personas, para la existencia exclusivamente de la competencia, el éxito y el fracaso», advierte Alicia Stolkiner, psicóloga especializada en Salud Pública con orientación en Salud Mental. Sobre el Gobierno, agrega: «Vemos una captura del enojo social que fomenta una especie de goce retaliativo; un placer en localizar a alguien sobre el cual se descarga una bronca indefinida producida por la situación».

Doctora Honoris Causa de la Universidad Autónoma de Entre Ríos y de la Universidad Nacional de Mar del Plata, profesora titular regular de Salud Pública y Salud Mental de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA) desde 1988 a 2021 e investigadora correspondiente de Conicet, Stolkiner investiga la conexión entre salud mental y economía: «Como método de análisis propongo articular lo económico con lo institucional, con la vida cotidiana, para pensar la producción de los procesos de salud, enfermedad, atención, cuidado, pero también para pensar las problemáticas de sufrimiento psíquico», detalla.

–Investiga los vínculos entre salud mental y economía desde la crisis hiperinflacionaria de 1989. ¿Cómo analiza este vínculo en la actualidad?
–La inflación es, en sí misma, un factor de deterioro de las vidas cotidianas, los vínculos y la convivencia. Lo que vemos no es exclusivo de la Argentina. Estamos en presencia de un momento de inflexión con respecto al mundo que conocimos. Esta transformación de la geopolítica, la economía, la prioridad del capital financiero viene acompañada de una impresionante revolución tecnológica de los medios de comunicación, las redes, los descubrimientos científicos. Esta transformación global tensiona la idea misma que tenemos de sociedad. En este sentido, creo que hay algunas cosas occidentalocéntricas que tenemos que cuestionar. La humana es una especie gregaria. El proyecto liberal aspira a destruir lo gregario que tenemos los seres humanos, fomentando la rivalidad, la competencia y el odio al otro.

–¿Cómo impacta la economía en las relaciones sociales? 
–La economía concebida como la forma más brutal y extrema de concentrar la riqueza a expensas de la vida es la condición para el deterioro de esa necesidad de lo común, de lo colectivo. Esto, al mismo tiempo, requiere de la destrucción de lo gregario. Me parece muy llamativa esta tendencia de lograr una hegemonía cultural que rompa lo que podríamos decir la tendencia «natural» de la especie a la gregariedad y que trate de generar un modelo de sociedad de todos contra todos, de individuos contra individuos y de pares contra pares. Son tiempos de ruptura de los vínculos amables y solidarios entre las personas, para la existencia exclusivamente de la competencia, el éxito y el fracaso.

–¿Qué sucede, a partir de esta situación que describe, con la idea de comunidad?
–Hace unos días leía que Jorge Macri, el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, hizo una autocrítica acerca de las fotografías tomadas a gente en situación de calle –a la que mostraban como basura que había que limpiar–. Lo «sucio» era el espacio con la persona durmiendo, y lo «limpio», sin ella. Finalmente, se retractó ante las críticas, pero esa barbaridad es posible porque en algún lugar está naturalizado que esos seres ya no son personas o semejantes y por ende es dable la «limpieza» de sus vidas. El primer paso es localizar cuál es el sujeto social del cual se trata, la persona en situación de calle, el militante, el pobre, el planero. El segundo paso es descalificar esa designación. Aquello que se designa de esta manera queda subsumido a la designación. Y una vez que se redujo al sujeto de ese modo, el siguiente paso es colocar en un lugar de una supuesta culpabilidad, peligrosidad o maldad (de algo) a este sujeto designado de ese modo para justificar su arrasamiento.

Foto: Guadalupe Lombardo

–¿A esto alude su concepto de «goce retaliativo»?
–Goce retaliativo es un concepto que utilizo cuando se convoca al placer de la venganza, a disfrutar de la crueldad o del daño bajo el argumento de que el otro merece determinada designación o situación por algo que hizo. Por parte del Gobierno vemos una especie de captura del enojo social, que fomenta este goce retaliativo; un placer en localizar a alguien sobre el cual se descarga una bronca indefinida producida por la situación. Hoy vemos cómo se degrada al empleado público o cómo se convoca a gozar incluso de la pérdida de empleo de unos «otros» a quienes previamente se degrada por ser empleados del Estado que serían responsables de la carestía. De esto se trata el goce retaliativo, del placer de la venganza, de ese sentimiento que está en nosotros y que nos convoca a disfrutar de la crueldad o del daño con el argumento de que el otro merece lo que le ocurre.

–¿De qué manera impacta en la sociedad la violencia del poder?
–Como método de análisis propongo articular lo económico con lo institucional, con la vida cotidiana, para pensar la producción de los procesos de salud, enfermedad, atención, cuidado, pero también para pensar las problemáticas de sufrimiento psíquico. Somos una población que hemos venido atravesando situaciones traumáticas muy severas: un sostenido estrés económico, la pandemia y, finalmente, una inflación al borde de la hiperinflación. Hay una forma de manifestación en el duelo que es colérica. En las redes sociales ese lado del duelo, de la pérdida, que es la bronca, se ve muy claro. Trabajé mucho la relación entre inflación y deterioro social, ruptura de lazos, cuando fue la crisis del 89. Y un seminario completo sobre salud mental y economía y la asociación entre empleo, desempleo, crisis y el fenómeno de la inflación.

–¿Qué conclusiones arrojó ese trabajo?
–Suelo citar el libro de Adam Ferguson, Cuando muere el dinero, sobre la caída de la República de Weimar, el nacimiento del nazismo con la hiperinflación del período y lo que va pasando en los vínculos entre la gente. El dinero es un equivalente general que vehiculiza la relación entre las personas, el «enloquecimiento» del dinero hace que se enturbien los vínculos sociales y que se vuelva imposible la previsibilidad ya no del futuro a largo plazo, sino la predicción de cómo vamos a vivir la semana que viene. Si además de eso se suma un problema severísimo de acceso a la vivienda y un problema severísimo de acceso a la alimentación, entonces estamos en presencia de un proceso de sufrimiento psíquico importante para el conjunto de la población. Incluso quien cree que no lo atraviesa, lo atraviesa, porque tiene que estar prácticamente negando lo que ve o sentir que estos otros excedentes que están ahí tirados en la calle no son equivalentes a personas y por lo tanto está bien que los barran y los limpien. Eso también produce daño en la subjetividad.

–¿Cuáles son los principales malestares e indicios de sufrimiento psíquico que observa en esta coyuntura de crisis?
–En los últimos meses ha habido un incremento de consultas e incremento de consumo de fármacos. Vemos un claro aumento del malestar y un incremento de sufrimiento psíquico notable. En paralelo, problemáticas de sueño, autolesiones, el riesgo de episodios de suicidio particularmente corridos en edad hacia sectores más jóvenes, consumo de sustancias, manifestaciones en el cuerpo y vulnerabilidades mayores de salud. Hay un incremento muy grande de consumo de psicofármacos en general. Lo que priman son cuadros de angustia, algunos con forma de ataque pánico, fragilizando las redes de soporte necesarias. Y, también, se agudizan conflictos de vínculos, por ejemplo, los familiares o los laborales.

–¿Se evidenció esto último en la crisis de 2001?
–Sí. En la crisis de 2001 trabajé en una investigación de sectores populares con mujeres que tenían el Plan Jefas de Hogar, que trabajaban en cuidados de escuelas, con maridos que eran trabajadores desempleados. Una cosa es que un varón haga un proceso por el cual reconoce que ese modelo masculino, tradicional, sostén del hogar y la autoridad que esto conlleva, no es el que quisiera repetir, y otra cosa es que le toque ir a buscar a los chicos al colegio porque está sin trabajo y la mujer está manteniendo la casa. Esto implica que la estructura de la familia tiene una forma que no condice con lo que cada uno piensa. El sufrimiento se produce cuando se da una ruptura que es descalificadora. Solía decir que la aparición de los movimientos de trabajadores desocupados, al enunciar el significante de «trabajador desocupado», dio un alivio a las personas que vivían su desocupación como un drama individual singular de descalificación de sí mismos. Ese enunciado les dio una identidad: «Estoy desocupado». Las situaciones traumáticas colectivas se elaboran colectivamente. Buena parte del sufrimiento individual y singular de una persona se puede resolver en la clínica, pero hay una parte de ese sufrimiento singular, cuando tiene que ver con lo traumático colectivo, al que solo puede dar respuesta lo colectivo.

Estás leyendo:

Voces ENTREVISTA A ALICIA STOLKINER

Tiempos de malestar