Voces

Un cambio de raíz

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Con sus libros y documentales, la periodista francesa Marie-Monique Robin denuncia las consecuencias del uso de pesticidas y el monocultivo e impulsa la agroecología.

 

(Sergio Goya)

Si se hace la fábrica de semillas de Monsanto en la provincia de Córdoba, será una derrota de la sociedad civil». La voz de la periodista francesa Marie-Monique Robin arrastra algunas erres y se empeña en enfatizar el significado del avance de la semillera transnacional. En una reciente visita a Rosario, presentó el libro y documental Las cosechas del futuro. Cómo la agroecología puede alimentar el mundo, realizado en 2013. Es el tercer film de una serie dedicada a cómo resolver  la alimentación de una población mundial que para 2050 se estima en 9.000 millones de personas. Robin muestra en este trabajo de qué manera la producción agroindustrial contribuye al calentamiento global, agota la fertilidad de los suelos, consume los recursos hídricos y la biodiversidad, y condena a la marginación a millones de campesinos.
En Rosario,  además de dialogar con centenares de huerteros, consumidores, profesionales y miembros del Programa de Agricultura Urbana (PAU), se reunió con el gobernador de la provincia, Antonio Bonfatti, y la intendenta Mónica Fein. «Es muy importante rescatar y fortalecer experiencias agroecológicas –destaca–, ya que son capaces de conciliar la producción de alimentos con los principios de sustentabilidad socioambiental». Para la investigadora, es indispensable revisar el sistema de distribución de alimentos a escala global y reintegrar a los campesinos en un papel preponderante.
–¿Cómo definiría la agroecología?
–La agroecología es un sistema agrícola en el que no hay monocultivos. El monocultivo origina una infinidad de problemas ecológicos y alimentarios, mientras que la agroecología es un sistema complejo, mucho más complejo que la producción agroindustrial o el modelo sojero, que necesita la interacción de las plantas, los árboles y los animales. Y en esta complementariedad el suelo juega un papel decisivo. Los suelos nunca tienen que estar desnudos como se ve en la pampa húmeda argentina. Si el suelo no está cubierto, queda expuesto y no aguanta las sequías o su rendimiento disminuye. Estas cosas son las que tiene en cuenta la agroecología, generando resultados buenísimos que permiten la autonomía de las granjas y el cuidado del medio ambiente.
–Es decir que no se trata únicamente de no usar agrotóxicos.
–Exacto. Tampoco alcanza con generar productos orgánicos, ya que puede existir la producción orgánica de un solo cultivo. La agroecología es mucho más que eso. Hoy se necesita recuperar viejos saberes, agregar la participación científica y el apoyo público para que los agricultores encuentren la mejor solución para los diferentes cultivos y terrenos. Un ejemplo muy claro de agroecología es el sistema «milpa» que se desarrolla en México, algo que también se practica en las huertas de Rosario. El «milpa» consiste en el cultivo simultáneo de plantas de maíz, frijoles y calabazas, lo cual genera mutuos beneficios: el maíz le sirve de soporte al frijol, que fija el nitrógeno y lo aporta al maíz, mientras que las hojas de las calabazas hacen sombra al suelo y permiten que la humedad se mantenga. Un estudio realizado en la Universidad de Berkeley, en Estados Unidos, determinó que una hectárea cultivada mediante el sistema «milpa» genera tantos alimentos como una hectárea cultivada con el modelo agroindustrial, de tal modo que es una mentira total decir que las granjas no son productivas o que no se pueden implementar modelos de trabajo que utilizan mejor los recursos naturales y no generan externalidades, ni generan contaminaciones del agua, ni del aire, ni producen enfermedades como las que provoca la producción de soja que se realiza en Argentina. Con el sistema agroecológico no existiría este tipo de problema.
–¿El modelo agroindustrial también genera distorsiones en los precios?
–Claro. ¡Imagínense lo que pasaría con el precio de la soja si se les pidiera a los grandes productores que pagaran los gastos y daños que provoca! Siempre se dice que el precio de los productos orgánicos es mayor que el de los productos agroindustriales, pero es así porque en el sistema de producción industrial los precios son totalmente falsos. Las externalidades no se incluyen dentro de los precios. Si los grandes sojeros tuvieran que pagar por la contaminación del medio ambiente, se les acabaría el negocio.
–¿Qué se necesita para que el sistema agroecológico pueda avanzar?
–Por un lado, existe la necesidad de llevar a cabo políticas públicas que sostengan alternativas de cambio e implementar mecanismos de apoyo a los productores que quieren pasarse a la agroecología pero no saben cómo hacerlo. Otra cuestión importante es la actitud y la lucha de la sociedad civil. Los consumidores juegan un papel muy importante. En Europa se ha gestado un gran movimiento de consumidores que llegan a los productos sin ninguna intermediación, lo cual favorece a los productores. Si queremos cambiar el sistema, hay que trabajar en ese sentido. No se puede aceptar que los alimentos sean vistos como simples commodities. Cada país tiene el derecho de ser autosuficiente en alimentos. Eso significa proteger la producción local y buscar sistemas de venta entre el productor y el consumidor. Además, hay que entender que la sojización que sirve para alimentar cerdos y pollos de países donde el transgénico fue prohibido, como en Francia, está acabando con los suelos de Argentina. Cuando en 2005 hice el documental Argentina. La soja del hambre, ya se hablaba de la erosión de los suelos. Y en EE.UU. existen grandes sojeros que quieren abandonar el cultivo de soja. Las malezas se volvieron resistentes al glifosato y los productores empiezan a tener muchas inquietudes, a lo que se suma que los herbicidas generan un problema ambiental: casi el 40 % de las emisiones de gases con efecto invernadero proviene de la agricultura industrial. Esto es así porque tenemos un modelo basado en agrotóxicos y fertilizantes producidos con gases y petróleo.

Córdoba. Multitudinaria marcha contra los agrotóxicos y Monsanto. (Télam)

–Usted ha realizado varios documentales sobre la producción agropecuaria argentina: ¿qué puede decirnos de su desarrollo?
–En 2005 muy pocos se preocupaban por estos temas. En aquella oportunidad estuvimos en Formosa, donde se denunciaba el avance de la soja y el desplazamiento de los campesinos. También estuvimos en Santiago del Estero filmando todo el proceso de deforestación. Y estuvimos en Rosario, donde nos entrevistamos con Eduardo Buzzi, presidente de la Federación Agraria Argentina (FAA), quien nos dijo que la soja transgénica era una trampa. Luego cambió de opinión y estuvo detrás de los cortes de rutas a favor del agronegocio. No sé qué le pasó. Está todo grabado en el documental. Hoy vemos que existe una conciencia mucho más grande del problema. Existen distintas experiencias de agricultura urbana y agroecología, podemos contar la resistencia que se lleva a cabo en la localidad de Malvinas Argentinas, en la provincia de Córdoba, donde Monsanto quiere instalar una fábrica de semillas transgénicas. Esta lucha es un símbolo muy importante y tiene que ser apoyada por la sociedad civil. Hay que entender que esa gente que hace soja transgénica no tiene nada que ver con la agricultura; son inversionistas que hacen negocios. La semilla es el primer eslabón de la cadena alimentaria, y patentar las semillas es una manera de controlar a los pueblos.
Los gobiernos poco a poco están entendiendo el problema, pero el desafío sigue siendo enorme y estamos al borde del precipicio. Las consecuencias que trae el cambio climático ya están en marcha: muchas inundaciones, muchas sequías, muchas tormentas. Hace poco estuvimos en EE.UU. y los expertos nos decían que esa maquinaria se puso en marcha y es muy difícil detenerla. Olivier Du Schutter, relator especial de la ONU sobre los derechos de alimentación, dijo que, si seguimos así, en 20 años vamos a tener más problemas climáticos y más hambre en todo el mundo. Entonces, hay que desarrollar la capacidad de resistir los cimbronazos que se están generando. El sistema de la sojización no va a hacer que se termine con los problemas alimentarios. Esto no sirve para alimentar a los argentinos; es una locura. Esto mismo dije en la entrevista que tuve con el gobernador Bonfatti y con la intendenta de Rosario, Mónica Fein. Y no me dijeron que no tenía razón. El tema es ver cómo se sale de este modelo. Y para eso es muy importante la participación de la sociedad civil, porque, como me reconoció el propio Bonfatti, existen un montón de presiones. Lo que pasó en Argentina cuando se quiso regular las retenciones, que al menos era un intento de frenar el avance del monocultivo, muestra los intereses que hay en juego.

(Sergio Goya)

–¿Cuál es la responsabilidad de los distintos gobiernos?
–Uno entiende que en 2001, en medio de la crisis, los gobiernos hayan lanzado la producción de transgénicos. Además, en aquella época no se conocía tanto acerca de estas consecuencias, y la demanda de soja para alimentar animales era muy fuerte, porque Europa había prohibido la producción de harinas y necesitaba mucha soja. Pero hoy no se puede decir que no se sabe. Antes se decía que con el uso de transgénicos se iba a necesitar menos cantidad de herbicidas, pero resulta que el uso se multiplicó más de 10 veces porque las malezas se han vuelto resistentes al glifosato. Por otra parte, yo interpreto que los dirigentes de las pequeñas ciudades tienen más posibilidades de trabajar en algunos problemas; están más cerca de la gente y eso permite estimular ciertos cambios. Fein me comentó que la autonomía alimentaria de Rosario es de solamente dos días, lo cual es nada si pensamos en una posible catástrofe climática o en una crisis en el transporte de petróleo. Entonces, es muy importante el apoyo que se le brinde a la agricultura urbana y pensar un programa de transición en materia energética: consumir menos y desarrollar las energías renovables. Hay que empujar esas iniciativas y observar qué está pasando en otros lugares. Hoy, algunas ciudades han puesto en circulación monedas locales y bancos comunitarios ligados con la economía real de esas sociedades. Mi próximo documental va a contar esas experiencias y las prácticas de agricultura urbana como las de Rosario o Toronto, donde un antiguo corredor de la bolsa de Nueva York, un arquitecto, un ex director de una galería de arte y otros ciudadanos canadienses dejaron sus trabajos y formaron una cooperativa que produce alimentos en la ciudad. Es urgente que los gobiernos acompañen un cambio cultural y productivo.
–En sus libros y documentales anteriores denuncia el negocio y las consecuencias de este modelo productivo. En cambio, en Las cosechas del futuro se detiene en experiencias algo más esperanzadoras.
–La denuncia está muy bien. La hicimos y la seguiremos haciendo. Pero hemos llegado a un punto en el que debemos asumir las urgencias. Es muy duro, pero no tenemos tiempo. Entonces, es necesario apoyar las iniciativas agroecológicas o aquellas prácticas que forman parte de este momento de transición o poscrecimiento que estamos viviendo. En Rosario, por ejemplo, pude ver el proceso de transformación personal de las huerteras y huerteros, la felicidad con la que producen alimentos y el compromiso que tienen con el trabajo que llevan adelante. Nosotros no decimos que la agricultura urbana va a alimentar completamente a ciudades donde viven millones de personas, pero este tipo de experiencia hace que muchas personas piensen en volver al campo o se desarrollen nuevas alternativas. Hoy, una de cada dos personas vive en las ciudades, y eso genera villas miserias o favelas en todos lados. Así que si queremos relocalizar la producción de alimentos, tanto en el campo como en la ciudad, hace falta una política pública muy fuerte y discutir la tenencia de la tierra. ¿Por qué no podemos pensar que eso se puede llevar adelante? Yo soy hija de agricultores que participaron en lo que se llamó la primera revolución verde. Mi papá me contaba que a principios de la década de los 60 las granjas francesas se llenaron de técnicos que decían que había que aplicar tóxicos para poder realizar aquella conversión productiva. ¿Por qué no se puede pensar que ahora tenemos posibilidades de realizar un cambio hacia la agroecología? Para hacer esta conversión hace falta una clara decisión política y apoyar a los que quieren cambiar el sistema productivo. Pasar de la soja transgénica a un modelo agroecológico necesita el apoyo de las instituciones públicas. Mi hermano estuvo en el sistema agroindustrial hasta que publiqué el libro El mundo según Monsanto. Y cuando decidió pasarse a la agroecología, tuvo que aprender todo. No sabía nada. Por eso es necesario que haya científicos o ingenieros agrónomos que trabajen de verdad con los agricultores. Lo que se hizo en Argentina va a demorar varios años en reconvertirse, y para hacerlo es necesario tener voluntad política.
–Mencionó la responsabilidad de los gobiernos, de los consumidores, de los científicos. ¿Qué papel han tenido los medios de comunicación?
–Ufff. En el capítulo dedicado a la Argentina de El mundo según Monsanto escribí que el Suplemento Clarín Rural era pura propaganda de las empresas dedicadas al negocio transgénico, lo cual demuestra la importancia que han tenido algunos medios en la instalación del modelo. Al principio, usaron a la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (AAPRESID) y pusieron mucha plata en los medios de comunicación, pero ahora empiezan a aparecer notas que hablan de lo que venimos denunciando hace años: el aumento de las enfermedades, los suelos acabados, el desplazamiento de las poblaciones campesinas, la contaminación del medio ambiente. La inversión publicitaria de Monsanto y la manipulación de datos fueron tan grandes que le hicieron creer a mucha gente que la producción transgénica es equivalente a la soja convencional. Y en Rosario estamos en el imperio de la soja transgénica, así que no sé cuántos medios pueden escribir que el sistema de agronegocios es un desastre para el país.

Lautaro Cossia

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