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De otro palo

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Tiene apenas 10 años, vive en la Villa 31 y se proyecta como una figura del deporte argentino a partir de sus triunfos en el circuito junior, su madurez y su genuina pasión por el golf.

 

Objetivos. Reales se ilusiona con ganar en el futuro títulos como profesional. (Thom Sanchez)

Dylan Reales no es un golfista común. Tampoco es un habitante común de la villa. Este chico de 10 años, que nació y reside en la Villa 31, encontró en el golf no solo su pasión, sino también una actividad que le permite soñar con un futuro alejado de las calles de tierra y la estigmatización de la policía, y de la gente en general, únicamente por vivir donde vive.
Dylan ya compite en el circuito argentino junior, e incluso ha ganado torneos, como la Copa La Nación, ante niños bastante más grandes que él. ¿Pero cómo fue que el golf cautivó a este porteño que aún va a la escuela primaria? Dylan se pasaba horas mirando este curioso deporte que pasaban por la televisión. Tal era el interés que el pequeño Reales mostraba por esta disciplina que su abuelo Julio decidió regalarle su primer palo para que practicara en las calles de la villa. Claro que no fue un palo común y corriente. Se trataba de una vieja escoba adaptada especialmente por don Julio para que el niño jugara donde pudiese. Las frutas que quedaban tras las ferias de los miércoles y sábados en la Villa 31 servían de pelota, y la vieja escoba hacía las veces de palo de golf. Dylan iba de acá para allá por las calles de tierra pegándole a cualquier objeto redondo con su flamante palo. Así fue como, a los 8 años, se ganó en el barrio el apodo de El loco del palo.
El propio abuelo contó que una vez, cuando Dylan lo acompañó en su camioneta para hacer algún flete, se desviaron por los lagos de Palermo para ver a los patos, pasaron frente al campo municipal de golf y se toparon con un cartel que cambió la vida del niño: «Clases gratis para chicos de 8 a 13 años». Dylan no lo dudó y se zambulló en el mundo del golf de la manera que pudo.
Pero detrás de esta historia pintoresca hay un talento en bruto. Dylan Reales juega bien, pero bien en serio. No se trata solo de un chico de origen humilde que decidió dedicarse a un deporte que, en la Argentina, está relacionado con las elites y la clase alta. Dylan, con apenas 10 años, ya alcanzó un handicap de 25, algo totalmente fuera de lo común para alguien de su edad. El handicap indica el número de golpes de más, con respecto al valor «ideal», que un jugador necesita para completar un campo. Por eso, y debido a que Dylan es apenas un niño que aún no tiene la fortaleza física de un adulto para hacer los tiros largos, el coeficiente que tiene es muy destacable.
Más aún: con apenas dos prácticas realizadas, según cuenta don Julio, Dylan ganó un torneo contra chicos hasta tres años mayores que él y con varios meses de experiencia. Desde entonces, el joven obtuvo 17 torneos en el circuito junior argentino, y ya despertó el interés de varios golfistas de primer nivel, algunos de los cuales también tuvieron infancias en hogares humildes, como el Pato Ángel Cabrera, o Andrés Pigu Romero.

Puro talento
¿Por qué un niño de 8 años de una villa se interesó en el golf? El propio Dylan lo aclaró más de una vez: «Estaba mirando la tele y de repente enganché un programa de golf. Me cautivó la paz, los árboles, el paisaje y el canto de los pájaros». Desde aquella primera vez en la que entró al campo municipal, en el que incluso tuvo que soportar el prejuicio de una señora que no lo quería dejar tomar las clases gratuitas por vivir en la villa, hasta el presente, han pasado más de dos años. Hoy, Dylan se entrena seis veces por semana con un juego de palos que le regaló Claudio Borghi. El Bichi, ex entrenador de Argentinos Juniors, se los donó una vez que el chico le fue a pedir un autógrafo: «Yo no sabía quién era, pero me dijeron que era el entrenador de Argentinos y fui a hablarle. Él me contó que ya me había visto jugar y me regaló un juego de palos nuevos porque con los míos no iba a poder desarrollar mi juego», contó Dylan, que cada vez que habla sorprende por su madurez y la claridad de sus conceptos. El agradecimiento del chico y de la familia con Borghi por su gesto siempre fue total, y prueba de ello es el bordado en la bolsa de los palos de Dylan, que reza «Claudio Borghi».
Makarena, la joven madre (26 años) de este talento, también puso lo suyo para que su hijo cumpliera con su sueño: «El primer palo se lo regalé yo. Junté peso por peso hasta poder comprarle uno. Pero lo hice con dos condiciones: que no deje de estudiar, y que siempre mantenga ordenado su cuarto». Dylan, obediente, cumplió siempre con ambas premisas.
Hoy, Reales compite en el circuito argentino junior, pero ya tiene un objetivo a largo plazo: «Cuando sea grande me gustaría ganar el Masters, jugar los tour europeos, jugar en Estados Unidos. Me gustaría ganar el Masters de Augusta, por ejemplo». Por lo pronto, los primeros pasos de Dylan en el golf parecen los de un gigante. De hecho, hasta se anima a dar consejos a otros chicos: «Tienen que soñar, ponerle mucho sacrificio y van a llegar. Si quieren ser deportistas, pueden serlo. Pueden ser abogados, arquitectos, científicos. Yo juego al golf, y pongo todo el sudor de mi cuerpo para ver si puedo llegar a ser profesional».

Germán Esmerado

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