23 de julio de 2014
No es un piropo. Es una forma de violencia que vive más del 70% de las mujeres cotidianamente. La ejerce un desconocido, mediante frases groseras, gritos o silbidos no deseados.
A usted, ¿qué es lo peor que le han dicho en la calle? Cansada de enfrentarse a frases groseras, Sofie Peeters, una estudiante de cine belga, filmó el documental Femme de la rue (La mujer de la calle, 2012) con los insultos sexistas que le dirigían hombres mientras caminaba por la calle. Su trabajo consiguió llamar la atención sobre el acoso callejero en su país, a tal punto que la alcaldía de Bruselas terminó reglando el tema con la implementación de multas, que van desde 75 a 250 euros, «según la gravedad del improperio», para quienes insulten a otras personas en el espacio público.
Aunque en la Argentina todavía no se legisla al respecto, la discusión sobre lo que es piropo y lo que es acoso levantó polvo hace unos meses, cuando Acción Respeto, movimiento que encabeza la activista Verónica Lemi, desplegó en diferentes ciudades una campaña de afiches con frases como «Rubia, te hago de todo» o «Vení, morocha, que te violamos». Cada cartel cerraba con el lema «Si te incomoda leerlo, imaginate escucharlo, todos los días, cada vez que salís a la calle».
Entonces, el jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri, tuvo el mal tino de declarar que a todas las mujeres les gustan los piropos, incluso si son groseros. La verdad es que hay diferencias: mientras un piropo es un halago, el acoso callejero es una forma de agresión sexual cotidiana. «Decir un buen piropo es casi un arte, cuando la intención es halagar o incluso seducir. Los piropos suelen resaltar la belleza y pueden llegar a ser ingeniosos y pícaros… algunos hasta inocentes. Son un género literario popular similar a los aforismos, los haikus. El problema surge cuando el piropeador se orienta al acoso y provoca susto, miedo y enojo. La época actual, donde la violencia es un síntoma social, transformó el piropo en acoso. El acoso callejero ha vencido al piropo», dice la psicoanalista Any Krieger, miembro didacta de la Asociación Psicoanalítica Argentina y autora del libro Sexo a la carta: costumbres amorosas en el siglo XXI.
Según una encuesta que realizó la Facultad de Psicología y Relaciones Humanas de la Universidad Abierta Interamericana (UAI) a 400 varones y mujeres de la ciudad de Buenos Aires y el Conurbano, el 72,4% de las entrevistadas dijeron que desconocidos les gritaron o silbaron en el último tiempo. De éstas, aunque el 59,2% manifestó haberse sentido «incómoda o intimidada», el 76,2% no reaccionó ante el hecho. En tanto, al 71,4% de los hombres ninguna mujer le gritó o silbó nunca, y al 28,6% que sí le sucedió le gustó. De quienes reconocieron haber interpelado a una mujer en espacios públicos (apenas el 6,6%), el 57,1% cree que a ellas «les gusta».
La calle es el lugar donde mayormente ocurre esto (79,4%). «Temo que las diferencias entre espacio público y privado se han diluido con el auge de los reality shows, de Facebook y toda forma de funcionamiento donde lo virtual y lo real se confunden, donde muchos se sienten con derecho a inmiscuirse en la vida o en el cuerpo del otro», opina el psiquiatra Juan Eduardo Tesone, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina. «Disponer del cuerpo del otro es propio de todo sistema dictatorial, y el acoso callejero puede ser un equivalente a mínima de ese tipo de régimen, donde el acosador se comporta como un dictador prepotente que se siente con derecho a disponer verbalmente del cuerpo del otro. Las palabras se las lleva el viento, pero sus efectos pueden ser potencialmente traumáticos para la persona a la cual se hiere», agrega.
Una serie de mitos subyacen al piropo y al acoso callejero (como que «ellas tienen la culpa por provocar»; que «es una forma de coqueteo», aunque quien lo ejerce no tiene vínculo con la víctima y la fuerza a interactuar con él, o que el «hombre latino es así»). «Tienen que ver con pensar al cuerpo de las mujeres como siempre disponible para la mirada masculina», explica Victoria Keller, antropóloga de Colectiva de Antropólogas Feministas. «Los varones que lo defienden suelen decir que “en el fondo, a todas las mujeres les gusta”, por lo que se repite una lógica similar a la que se utiliza para los abusos sexuales, que es que el “no” de la mujer es un “sí” disfrazado, y que esa resistencia que ella opone es una especie de role playing donde primero debe resistir (en virtud de preservar su feminidad “digna” y no promiscua), pero luego sucumbe a su deseo. Prueba de esto es que quienes replican son acusadas de frígidas, de “malcogidas”, o sea, de no cumplir con su rol pasivo y receptor de la voluntad sexual del varón».
¿Por qué está naturalizado? «¿Naturalizado para quién?», responde Keller. «A las mujeres nos enseñan a ignorar esos comentarios por seguridad: “No retruques, mirá para otro lado, cruzá la vereda, pasá bien rápido”. Estamos forzadas a naturalizar el acoso callejero, a no replicar por miedo a que ese piropo se torne en acción. Es una conducta que vamos interiorizando desde la niñez… Los varones lo naturalizan, aprenden a piropear entre pares, lo ven en sus padres, hermanos. Hasta hace muy poco no existía un cuestionamiento muy fuerte, se tomaba como parte de la picaresca varonil, de la formación que el varón tiene en su rol activo, sexualmente agresivo y direccionado que debe cumplir». Afortunadamente, como todo lo que se aprende, es modificable. Y si no, a seguir los pasos de Bélgica: según los datos de la UAI, un 86,6% de los argentinos estaría de acuerdo con que se prohíba por ley.
—Francia Fernández