10 de febrero de 2024
El paladín de la mano dura fue reelecto pese a que la Constitución lo prohíbe. Perfil del líder que pasó de admirar al Che a ser modelo de la derecha regional.
Desde el balcón. El presidente junto a su esposa al finalizar la jornada electoral del 4 de febrero.
Foto: Getty Images
La multitud se congregó en la plaza Gerardo Barrios, en la capital de El Salvador. Aún no había resultados oficiales de las elecciones, cuando, sonriente, Nayib Armando Bukele Ortez salió al balcón del Palacio Nacional, de la mano de su esposa, Gabriela Rodríguez, bastante más seria. Un instante después emitiría mensajes en la red social X, jactándose de haber sido reelecto por cinco años en una votación «récord», con el apoyo de «más del 85%», lo que le garantiza 58 de 60 diputados para una Asamblea que ya controla a sus anchas desde 2021 y que le permite mes a mes a gobernar bajo un «régimen de excepción». El sistema de conteo de votos, cabe decir, mostró fallas, lo cual empaña un proceso electoral ya de por sí cuestionado. De todos modos, y si bien falta el recuento definitivo, el actual mandatario sacaba una amplia ventaja sobre sus contendientes.
La utopía cesarista: un Gobierno casi absoluto de un único partido. La suma del poder.
Consultado sobre la necesidad de una reforma constitucional que permita la reelección indefinida, el mandatario volvió a sonreír: «No, no debería incluirla. No es necesario». No le hace falta: de hecho, Bukele no es el presidente sino su secretaria privada, Claudia Juana Rodríguez de Guevara, a quien con sus cinco semestres de Administración de Empresas, nombró como «encargada del Despacho» presidencial por cinco meses, un artilugio en apariencia absurdo, con el que burla los seis artículos de la Constitución que prohíben la reelección consecutiva. Lo avaló su Corte Suprema, designada por su Parlamento.
Allá abajo, un seguidor, José Dionisio Serrano, farmacéutico, 61 años, resumió: «Es un presidente único, diferente. Necesitamos seguir cambiando, transformando. Hemos vivido etapas muy duras, etapas de guerra en esta situación que vivimos con las pandillas… Ahora tenemos una oportunidad. ¿La reelección prohibida? Son leyes pétreas».
El terrorista de la clase
Descendiente de palestinos arribados a principios del siglo XX, Armando Bukele Kattán edificó un emporio (publicitario, textil, alimenticio, farmacéutico, automotriz). Antes de morir a los 71, en noviembre de 2015, se convirtió al islam y fundó cuatro mezquitas. Dejó activos por más de 18,4 millones de dólares a sus diez hijos. Nayib nació en julio de 1981 y es el mayor de los cuatro que tuvo con Olga Marina Ortez. «Nunca hubo mejor hombre que mi papá: el más inteligente que ha parido el país, lo dicen sus exámenes de IQ de 157».
Creció en un entorno acomodado de San Salvador. Estudió en la Escuela Panamericana, un colegio bilingüe de élite. Alumno promedio, chico introvertido integrado a un grupo de amigos que mantiene. Ocupan cargos públicos: la ministra de Economía, María Luisa Hayem; el de Ambiente, Fernando López Larreynaga; el de Gobernación, Juan Carlos Bidegaín Hanania; el presidente de la Comisión Portuaria, Federico Anliker. Por entonces, en un anuario, escribió de puño y letra: «La sangre del estudiante es como la del mártir, un poco yihadista». Ya presidente, en un tuit, se definió como «class terrorist» (el terrorista de la clase). No concluyó Ciencias Jurídicas en la Universidad Simeón Cañas. Su padre lo puso al frente de la agencia de publicidad Obermet (1999-2006). También trabajó en Nölck Red America y Saatchi & Saatchi, que manejaban la imagen del izquierdista Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, el FMLN al que se afilió en 2011 cuando gobernaba el país y por el que fue alcalde de Nuevo Cuscatlán (2012-15) y de San Salvador (2015-18).
«Esa es su habilidad: vender imágenes, vender una impresión, decir a la gente lo que quiere escuchar», explica José Manuel Cruz, de la Florida International University. Se conocieron en la UCA.
Nuevas Ideas
Bukele armó su propio partido Nuevas Ideas en 2017 aunque requirió una alianza, GANA, para ser electo: asumió el 1 de junio de 2019. Al presidente millennial del pelo engominado, barba de peluquería, «cazadora» de cuero, jeans y gorra se lo caratuló como «el rockstar de la derecha sudamericana». En marzo de 2020, vía Instagram, le confesó al rapero y activista portorriqueño Residente (René Pérez): «Yo no creo en ideologías». Maneja a la perfección las redes sociales. «Hay gente que tiene un concepto de dogmas de la que no puede salir. No soy ni de derecha ni de izquierda: voy a decir lo que me sale del corazón», fue una de sus frases celebradas. Otra: «Los radicales como yo, quieren los cambios y sin esperar tanto».
Apoyo. Manifestantes de Bukele celebran con fuegos artificiales en el Palacio Nacional.
Foto: NA
Cuando todavía era alcalde admiraba al Che, envió condolencias por la muerte de Fidel, celebró el giro a la izquierda en Chile, elogió a Venezuela y posteó: «El progreso en Nicaragua (de Ortega) se ve en todos lados». Sin embargo, durante una visita a Washington tras ganar las presidenciales en 2019, disertó en el corazón conservador de Estados Unidos, la Heritage Foundation: sedujo al mismísimo Donald Trump al ponderar la libre empresa y el límite de la intervención estatal, acusar a China de «no respetar las reglas» y anticipar rupturas con Nicaragua y Venezuela. «Un discurso casi libertario», calificaron los medios locales.
En 2021, en elecciones cuestionadas, logró mayoría parlamentaria y avanzó sobre los otros poderes: redujo la cantidad de municipios de 262 a 44 y de la de legisladores de 84 a 60; destituyó a decenas de magistrados de la Corte Suprema, jueces y fiscales. Se autodefinió «el dictador más cool del mundo mundial». No necesita reformar la Constitución.
Propaganda exitosa
El Salvador es un país con rasgos definidos: sus playas bañadas por el Pacífico, desbordantes de surfers; sus imponentes montañas; los volcanes; sus plantaciones de café.
Y también lo definen las crisis económicas crónicas. La emergencia de Bukele, por caso, se inscribe en una etapa marcada por los padecimientos económicos de la población. Fue en 2001 cuando el expresidente Francisco Flores (Arena), quien acabó condenado por un gran desvío de dinero a Taiwán, debido a la imposición de un Tratado de Libre de Comercio con Estados Unidos, implementó una extraña dolarización. No suprimió la moneda nacional, el Colón, aunque pasó a ser pieza de colección. La crisis se profundizó desde ese momento: en 2019 las dos terceras partes del país estaba en la pobreza. Bukele dio el primer paso fuerte: estableció el bitcoin (una criptomoneda) como moneda legal. La economía mejoró, pero sigue siendo la gran deuda pendiente del actual mandatario.
Pero hubo un hecho bisagra que explica el protagonismo y liderazgo de Bukele. Fue el 26 de marzo de 2022 cuando un choque de pandillas –de fuerte presencia hasta ese entonces– dejó 87 muertos en un fin de semana. Bukele ordenó que le votaran un Régimen de Excepción que suspende garantías como el debido proceso y la libertad de expresión. Debe renovarse cada mes, un mero trámite. Desde entonces hubo 68.000 detenidos y más de 3.000 denuncias de violaciones de derechos humanos. Más del 2% de la población está engrilletada y hacinada en prisiones como el Centro de Confinamiento Contra el Terrorismo: la cárcel más grande (40.000 reclusos) en el país continental más pequeño (6,4 millones de habitantes). Naturalizó los juicios colectivos de más de 300 reclusos, inviables para una mínima defensa. La oposición acusa «un régimen de persecución política» contra líderes sociales, sindicalistas y militantes. Al tiempo, el Gobierno genera un boom publicitario con esa acción y su consecuente baja de violencia. Bukele vendió exitosamente su modelo de mano de hierro a los salvadoreños y al resto de la región.
No requirió campaña, no exhibió propuestas, no participó del debate con sus rivales. Las cifras oficiales de un recuento provisional que se cortó en la tarde del lunes le daba el 83,13 % ante 6,95% del FMLN; 6,15% de Arena; 2,28% de NT; 0,82% de FS; y 0,67% del FPS. La diputada Anabel Belloso (FMLN) y Carlos Saade (presidente de Arena) ensayaron enjundiosas denuncias, desechadas por la titular del tribunal electoral, Esmeralda Martínez, uno de los tentáculos de Bukele en la Justicia. Solo admitió «algunos inconvenientes».
La realidad es que convence a su pueblo. ¿Por temor? También, según sus índices oficiales, por mejoras en salud, educación, trabajo, pobreza. Puso al borde del abismo a los partidos tradicionales que gobernaron desde 1989, tras el socialdemócrata José Napoleón Duarte que sucedió a la dictadura.
Nayib lo hizo sin pelearse con los medios, a los que desprecia. Solo les dijo: «El pueblo habló, y habló del modo más contundente. Si eso no los convence, señores periodistas, nada los va convencer».