Sociedad | Situación de calle

Lo peor es el frío

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María Carolina Stegman

Cada vez más personas viven a la intemperie, víctimas del creciente deterioro socioeconómico y de políticas que buscan «limpiar» la Ciudad. Relatos del desamparo.

Alarma. Según el Relevamiento Nacional de Personas en Situación de Calle de 2023, más de 8.000 personas duermen en la vía pública.

Foto: Rolando Andrade Stracuzzi

El flagelo es tan grande que recientemente el Ministerio Público de Defensa de la Ciudad pidió la intervención de la ONU para que se garanticen los derechos de personas en situación de calle y se activen los mecanismos para prevenir esta situación y generar conciencia pública sobre una realidad que afecta a miles en la Ciudad, más de 8.000, según datos del Relevamiento Nacional de Personas en Situación de calle (Renacalle) de 2023, y 3.500 de acuerdo con indagaciones del Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat, del mismo año. Más allá de la cifra exacta, hay algo en lo cual las organizaciones que tratan de hacer menos penoso el día a día de ellos y ellas coinciden: la cantidad no deja de crecer y cada historia es una tragedia en sí misma. 

Acción salió a recorrer las calles porteñas, más precisamente los barrios de Caballito, Parque Centenario y Balvanera de la mano de los voluntarios que acercan comida caliente, ropa, frazadas y elementos de higiene desde hace muchos años, con la escucha atenta y la palabra necesaria que reconoce a quien necesita ayuda.

Los días de frío polar dieron una tregua y todavía pueden verse en el asfalto el agua de una lluvia intensa, pero breve. La noche arrancó desde hace dos horas por lo menos, después de la merienda, y para algunos es un miércoles de teatro, de cine, con chicos alegres que disfrutan del receso invernal, pero en otros lugares de la misma Ciudad de Buenos Aires, la oscuridad se convierte, un día más, en la cómplice perfecta para un cuerpo en alerta que, sobre algún colchón con mantas raídas colocado metódicamente bajo un techito salvador, no descansará por miedo a ser saqueado, material y físicamente.

«La gente nos ayuda, es solidaria, nos trae un plato de comida, abrigo, el problema es la policía, los de Espacio Público», relata Ivana (27) mientras, desde la ONG Amigos en el Camino, le entregan una campera y una bufanda, además de un plato de guiso caliente. Ella, joven tucumana que vino hace seis meses junto a su compañero Juan de la Cruz (28) desde su provincia para buscar trabajo, aún se permite hacer chistes sobre el palo cromado que asoma desde el lateral del colchón donde duermen, en la esquina de Giordano Bruno y Colpayo, herramienta que otrora fue un toallero tal vez, y que ahora funciona como vigilante de lo poco que esta pareja posee. «Tenemos este (señalando el palo), porque hace un rato había un pibe que iba y venía, y no sabemos quién es», cuenta risueña.

«Hace un mes y medio que estamos durmiendo acá, antes estábamos en La Plata, alquilábamos, yo trabajaba de ayudante de albañil y ella de empleada doméstica, pero nos quedamos sin trabajo y no pudimos seguir pagando. Lo peor de la calle es el frío, la lluvia que te arruina lo poco que tenés, que te roben», relata Juan, triste porque hace pocos días en uno de los operativos de «limpieza» del Gobierno porteño le llevaron todos los cartones que habían juntado para vender y de ese modo conseguir algún alquiler económico.

Desde hace 13 años la organización Amigos en el Camino despliega a sus voluntarios, unos 200 aproximadamente, para asistir con comida, bebidas, con kits de higiene, ropa de abrigo, frazadas y también calzado a las personas en situación de calle. Mientras unos cocinan otros hacen el reparto en sus propios autos. «Hay recorridos fijos: Abasto, Balvanera, Caballito, hasta San Nicolás, uno de los circuitos termina en el Teatro Colón, se hace todo microcentro, otro circuito hace Once-Tribunales, otro Caballito-Parque Chacabuco y llega hasta Agronomía y el último, zona norte: Palermo-Belgrano. No logramos cubrir toda la Ciudad, es imposible para nosotros, asistimos a más de 1.000 personas por semana, no damos abasto y aumenta cada vez más el pedido de ayuda», relata Patricia Sarquis, directora de escuela y presidenta de la ONG que tiene su base en el barrio de Once, un lugar alquilado de escasas dimensiones donde todas las donaciones e insumos están clasificados cuidadosamente.

Son casi las 21 y el recorrido con los autos de los voluntarios avanza con sus baúles cargados de comida y ropa. Con la lluvia, algunos buscaron refugio para guarecerse. Entre los predilectos, están los garajes de las guardias hospitalarias. Hacia allí se dirigen los Amigos, sin suerte, aparentemente, pero de pronto una voz se escucha a lo lejos: «¿Ustedes son de Amigos? ¿Les habrá quedado un plato?», pregunta un hombre bien vestido que espera en la Guardia del Hospital Durand. El interrogante se responde cuando advierte las pecheras rojas con el logo que portan Eduardo y Vane, responsables del recorrido, que raudamente van a buscar la porción para Jorge (68), a quien conocen del Hospital Pirovano.

«Antes estaba en el Pirovano, también estuve un tiempo en el Rivadavia, pero es un desastre, los vigiladores te echan. Hace cinco años que vivo en la calle, antes estaba bien, tenía un local y contraté a una persona que me estafó y tuve que vender todo, hacía trabajos de pintura. Ahora estoy en el hospital esperando que me atienda la guardia», relata con la nostalgia de quien tuvo una vida mejor.


«Lo más triste es que nadie te venga a ver»
Atrás va quedando de a poco la tibieza que trajo la lluvia, y la temperatura empieza a bajar con el avanzar de las horas. Los voluntarios tienen mapeado en su cabeza dónde se halla cada persona que los necesita y con los ojos bien abiertos los buscan. «Se llama María Cristina», dice Vane, una de las voluntarias, en referencia a la mujer que está sentada sobre su colchón y mantas en Acoyte al 800. Tiene unos 70 años y la acompañan muchos libros que coloca a su lado, también posee un carrito de compras que resguarda sus pertenencias. «Ella tiene esquizofrenia», comentan los Amigos. María Cristina nos ve y empieza a gritar, a contar una historia de abusos, de atropellos, de dolor. No se sabe cuánto de verdad hay, ni qué llegó antes: el abandono o la enfermedad o si la segunda fue consecuencia del primero. Después de unos minutos se calma, se consuela, plato de comida caliente mediante y una mano amable apretando la suya.

«La calle te vulnera, te destruye, si había alguna predisposición a cierto padecimiento, la hostilidad de una ciudad como Buenos Aires agudiza el cuadro; la mayoría padece algún tipo de sufrimiento psíquico y emocional, esto tiene que ver con los sentimientos de soledad, de vulnerabilidad, de abandono, de miedo, tristeza y de una sensación permanente de persecución, además de mucho estrés por la ausencia de descanso», relata Sarquis desde su experiencia.

Amigos en el Camino. Desde hace 13 años, la ONG despliega unos 200 voluntarios para asistir con comida, ropa de abrigo y más.

Foto: Rolando Andrade Stracuzzi

Arturo Jauretche al 200 suele ser parada de muchas personas que precisan ayuda frente al desamparo, pero esta vez fueron en busca de un techo que frene la lluvia. No obstante, Juan (63) es un fiel y paciente hombre que esperó a los Amigos y sale a su encuentro con el changuito que protege sus pocas posesiones. Tan respetuoso es este mendocino que llegó a Buenos Aires en los 80 que responde a esta cronista mientras saborea la comida y busca un pantalón de su talla.

«Hace tres años que vivo en la calle, antes vivía en Francisco Álvarez, en Moreno, soy de Mendoza. Empecé a trabajar y me quedé, era cuidador de una casa, muchos años, después la vendieron y me quedé en la calle, se me hizo difícil por la edad conseguir trabajo.

Tengo una hija que de chiquita vive en Italia, cuando me separé su mamá se fue con ella y no la volví a ver. Ahora vivo el día a día, no hago muchos planes, el mundo está raro, no sé lo que va a pasar mañana. Doy gracias a Dios que siempre venga alguien a ayudarme, creo que lo más triste de estar en la calle es que nadie te venga a ver, a traerte algo. Estuve en algo parecido a un refugio, en el Operativo Frío, y me agarré sarna, trato de no ir porque todos dicen que te roban, además. Me gustaría vivir en una casa, sin lujos, un techo, eso todavía está en mi mente», dice. 

La Red Solidaria es una de las ONG, la más conocida tal vez, porque funciona desde 1995, que también desde hace 13 años desarrolla su campaña Frío Cero y de lunes a domingos ofrece en Plaza de Mayo un plato de comida, abrigo, juguetes y hasta música para compartir con quienes están pasando sus días en las calles, bajo una mirada que refuerza la necesidad de contacto con el otro. «Es muy importante el plato de comida y el abrigo, la frazada, pero también la escucha, la charla, el abrazo, la mirada, conocer sus nombres, para muchos es la única charla del día. Este es el tercer invierno que, junto a la Fundación Flecha Bus, en días de frío extremo, ponemos micros solidarios después de la cena para quienes quieran quedarse a dormir. Desde julio de 2023 a julio de este año se podría decir que pasamos de 120 a 180 amigos que se acercan a compartir un plato de comida; uno solo que se acerque es mucho, queremos que sientan que no están solos, la calle no es un lugar para vivir», asegura Martín Giovio, presidente de la Red. 

Romina (35) y Carlos (28) hace siete meses que viven sin una casa que los proteja, el mismo tiempo que lleva embarazada, aunque sí supieron lo que era porque habían comprado un terrenito en Paso del Rey, Moreno, y plantado una casilla. Luego llegaron los verdaderos dueños y se quedaron en la calle, víctimas de la estafa.

«Cada día es muy deprimente, lo peor es el frío, no poder bañarse; para higienizarte tenés que ir a una estación de servicio, el cuerpo molesta. Te piden muchos requisitos para darte un subsidio habitacional y los hoteles están colapsados. Salgo para hacer trámites, hace poco hice el DNI de Capital, mientras voy, Carlos se queda acá, porque abandonaste dos segundos tus cosas y te sacan todo. A nosotros nos pasó, los vecinos me salvaron los colchones, se pelearon con los de Espacio Público, porque si no les entregás tus cosas te hacen una contravención; hace dos meses por comer asado que me habían dado y tener un Tramontina para cortar la carne vinieron como seis patrulleros, me pusieron contra la pared y me sacaron fotos como si fuera una delincuente, me dio mucha vergüenza, me hicieron firmar una contravención, ahora tengo que hacer tarea comunitaria para que la levanten, pero vivo en la calle… estábamos en Repetto y Aranguren», cuenta con la voz quebrada.

«Lo peor de nuestra tarea es la impotencia de sentir que no podés más, porque lo que tenés se va rápido de las manos, y lo mejor es cuando te abrazan y te dicen “volviste”. Sigo apostando a la sensibilización del otro, ojalá entendamos que nos puede pasar a cualquiera, nadie está exento por esos cachetazos de la vida de quedarse en la calle un día, sin nada, y ahí vas a necesitar del otro, otro que te mire, que te ayude, que te escuche», concluye Sarquis.

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