25 de noviembre de 2024
La fuerza de centroizquierda gobernará por cuarta vez tras su victoria sobre la coalición conservadora. Yamundú Orsi, entre el programa de transformaciones y la coyuntura regional.
Fórmula triunfal. El presidente electo Orsi junto a Cosse, futura vicepresidenta, celebran este 24 de noviembre.
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El Frente Amplio (FA) vuelve fortalecido al Gobierno después de un intervalo de cinco años. No es poca cosa para la fuerza política más joven y competitiva del Uruguay, comparada con blancos y colorados, cuyo origen se remonta al siglo XIX. Desde su fundación en 1971, ganó cuatro elecciones. Dos con Tabaré Vázquez, una con José Pepe Mujica y ahora con el profesor de historia Yamandú Orsi, este último en la fórmula ganadora que integró con Carolina Cosse, la flamante vicepresidenta electa. La alianza de partidos de centroizquierda, que reúne desde socialdemócratas a comunistas, socialistas y exguerrilleros tupamaros, ya sabe lo que es gobernar. La derecha liderada por su candidato Álvaro Delgado perdió por un margen más grande del que habían anticipado varias encuestadoras. Fue por cuatro puntos porcentuales. 49,84% contra el 45,87%. La Coalición Republicana se armó en 2019 con un solo objetivo: derrotar al FA. Esta vez se dio al revés y con más luz de diferencia que en aquella oportunidad.
Los dos principales departamentos de los diecinueve que tiene el país, Montevideo y Canelones, resultaron clave en la victoria del Frente. Ahí sacó una distancia decisiva. En la segunda vuelta, a nivel nacional Orsi se impuso por 95.502 votos. Pero en la capital, el distrito más densamente poblado, el FA obtuvo 504.757 sufragios contra los 357.491 de la coalición oficialista. Le sacó 147.266 a la derecha, casi un 50% más que en todo Uruguay.
La fuerza que no pudo darle continuidad al ciclo político de Luis Lacalle Pou (en Uruguay no hay reelección presidencial consecutiva, sí alternada) defeccionó en temas sociales, económicos, educativos y de seguridad: los principales índices socio-económicos se deterioraron durante su Gobierno. Orsi, conciliador después de su éxito en las urnas, señaló: «Triunfa una vez más el país de la libertad, de la igualdad, también de la fraternidad, que no es nada más ni nada menos que la tolerancia y el respeto por los demás, sigamos por ese camino». Su rival, el veterinario Delgado, del partido Nacional, recogió el guante: «Esta coalición está dispuesta a que si a veces necesita una mano, le daremos las dos».
Para Orsi, la victoria del Frente Amplio «empezó en octubre cuando la ciudadanía resolvió la constitución de nuestro Parlamento». Una composición favorable para el FA en el Senado donde tiene mayoría propia y más compleja en Diputados, donde no la alcanzó, pero quedó muy cerca. Obtuvo 48 bancas de las 99 en la Cámara Baja. Aunque la Coalición, con 49, tampoco llegó a la mitad más uno. Ambas fuerzas deberán trazar alianzas con partidos menores.
Este escenario indica que el presidente electo, como lo anunció en la campaña del balotaje, tendrá las condiciones de gobernabilidad para que «en base a acuerdos, pero también con actitud firme y decidida, llevemos adelante las transformaciones que el país necesita». Orsi confía en que podrá desarrollar el programa del Frente con un objetivo: «¿Qué Uruguay nos imaginamos en el año 2030? O sea, cuando nos vayamos y entreguemos el poder a otro Gobierno. Y ahí tenemos que llevar adelante las transformaciones que estén en el programa».
Montevideo. Como es costumbre, los simpatizantes del Frente Amplio festejaron en las calles.
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Legitimidades y equilibrio
Para el mandatario recién elegido, de 57 años, padre de mellizos, exintendente de Canelones en dos períodos consecutivos, hijo de un viñatero primero y almacenero después y de una madre ama de casa, criado en el campo, monaguillo en su adolescencia, hincha de Peñarol y en 1990 integrado a pleno en el Movimiento de Participación Popular (MPP) dentro del FA, la política es la consecuencia natural de su militancia, que ya atravesó cuatro décadas.
Moderado en su oratoria. Identificado con una izquierda nacional que se reconoce en el legado de José Artigas. Alumno de la secundaria durante la dictadura, cuando su referente, el Pepe Mujica padecía la cárcel, Orsi logró captar un cierto porcentaje de votantes del partido Colorado, de la vertiente batllista. El ala más progresista de la fuerza que quedó tercera en la primera vuelta electoral. El abogado mediático Andrés Ojeda, su candidato a presidente en la primera vuelta, fue el que pareció digerir menos la derrota electoral: «No estamos contentos con el resultado, no era lo que esperábamos», comentó.
En Canelones, departamento que Orsi gobernó con índices de aceptación del 70%, sacó una amplia diferencia para la presidencia sobre Delgado (208.020 votos contra 160.454). Además, ganó en la capital y en los departamentos de Paysandú, San José y Salto. Aunque perdió con la Coalición en los quince restantes, sus porcentajes superaron a los del 2019 y Delgado solo lo derrotó con amplitud en Maldonado (donde se encuentra Punta del Este) y bien al norte, en Rivera, que hace frontera con Brasil. Lo curioso es que el partido Nacional disminuyó su caudal de votantes comparado con la elección que ganó Lacalle Pou hace cinco años, aun ganando en varios departamentos.
Un dato de legitimidad adicional para Orsi es el porcentaje de electores que acudió a las urnas. El 89,4% del padrón, un número altísimo. También bajó el voto en blanco y eso favoreció al Frente Amplio que volverá a ocupar la Torre Ejecutiva, el equivalente a nuestra Casa Rosada, después de la segunda presidencia de Tabaré Vázquez, finalizada en 2019. Yamandú, el político, militante y docente que apadrinó Pepe Mujica para ocupar el poder ejecutivo, sabe que deberá hacer equilibrio entre los dos países más grandes e influyentes de América del Sur: Brasil y Argentina. Preocupado por el Mercosur, le dijo a Acción que «en la coyuntura de gobiernos tan diferentes, quizás sea una oportunidad para el Uruguay ser el articulador en la región». Pero una definición reciente lo ubica mucho más cerca de Lula que de Milei: «En Uruguay el Estado no es mala palabra».