De cerca | ENTREVISTA A JUANA MOLINA

«Los discos son como relatos»

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Mariano del Mazo - Fotos: Juan Quiles

La compositora y cantante se despide de Halo, el trabajo que la llevó de gira por Japón, Europa, Estados Unidos y Latinoamérica. Naturaleza musical e influencia uruguaya.

«Juana Molina no imita a nadie. Se divierte demasiado siendo ella misma», escribió The New York Times. Era el tiempo en el que, con el afán de definirla, muchos trataban de encerrarla en analogías con otras artistas. La más extrema era la que la consideraba «la Björk argentina». Es cierto: Juana no imita a nadie y se divierte demasiado. Todo lo hace a su manera: su principal capital es la originalidad y, por añadidura, cierta terquedad para ser, como bien dijo el diario neoyorquino, ella misma.

Está sentada en el living de una casa de la calle Luis Viale, en un borde del barrio de Caballito. La vivienda pertenece a Mario Agustín González, su mánager y socio desde hace años, un coleccionista febril de incunables de la cultura pop. Dueña de una elegancia anacrónica, Juana aparece rodeada de vinilos hermosos de Jorge de la Vega, de Eduardo Mateo, un simple de los primeros Abuelos de la Nada. Se está despidiendo de su último disco en estudio, Halo. Después de haber recorrido Japón, Europa, Estados Unidos y Latinoamérica con más de 100 conciertos durante 7 años, baja el telón de ese material.

«Halo, de pé a pá» es el título del concierto que la tendrá en Deseo, Buenos Aires, el 13 de diciembre. Y será «de pé a pá”, efectivamente: lo va a tocar completo, del primero al último tema, junto al baterista Diego López de Arcaute. «Siete años es mucho tiempo. Una bestialidad. Hay gente que divide la vida en septenios.  Y si lo pensás no son demasiados los septenios… Sin embargo, no siento que haya pasado tanto. Fueron años raros, con obligaciones que me distrajeron demasiado y que me impidieron tener las condiciones ideales para hacer un disco nuevo. Nunca estuve tanto tiempo sin grabar. Y no fue por falta de ideas. Cada vez que se presentaba la oportunidad de hacer una gira o tocar en un lugar lindo, volví a ensayar el material. En cada ensayo las canciones van mutando. ¡Y se hace eterno! Ahora sentí que era el momento de decir basta. Chau Halo. Quiero arrancar otra etapa. Tengo encaminado un disco nuevo. Le falta, está verde, pero ya va asomando».

–¿Cuándo percibís que tenés un disco nuevo?
–Es extraño. Creo que es cuando de golpe te das cuenta que todo tiene sentido. Cuando ves que hay un montón de canciones que se llevan bien entre sí. Aunque no estén terminadas, ya vislumbrás que la secuencia funciona. Yo no puedo concebir una canción suelta, yo tengo en mi cabeza la idea del disco. Soy de esa época.

–Aunque casi nadie escuche un disco entero.
–Aunque casi nadie escuche un disco entero. No tengo idea qué hace la gente, la verdad. Yo escucho discos todo el santo día. Tal vez paso algún surco, pero nada más.

–¿Cómo pensás los discos?
–Yo los pienso como relatos. Lo más dificil es la primera canción, porque es la que define todo. Después voy ordenando las otras. Pasa también con la literatura: los comienzos te dicen todo. Fijate cómo empieza Risa en la oscuridad, de Nabokov: «Esta es la historia de un hombre…».  El primer párrafo define todo lo que sigue. Así son los discos. Dentro de ese intento de coherencia, siempre quedan algunas canciones guachitas, abandonadas, que no se llevan bien con las otras. ¡Inadaptadas! Son las que voy a tocar ahora en vivo.

–¿Mirás para atrás y qué ves en tu obra? ¿Fotos sueltas, una película?
–Cada disco es una foto, sí, pero a su vez es una peliculita, como varios fotogramas juntos. Creo que a partir de Segundo esas fotos forman parte del mismo álbum. En Segundo encontré la forma de hacer las cosas. Me costó llegar a entender lo que quería hacer.

–¿Por qué?
–Al principio hacia canciones sin estribillos, sin partes B. Tocaba de una manera mántrica. Lo hacía, me di cuenta después, por un tema de inseguridad. Fui modificando esa monotonía. Segundo es el principio de mi verdadera personalidad artística. Otro tema importante son los instrumentos: cuando llegaron los teclados a mi vida cambió todo. En esencia, mi manera de componer.

–Tus discos dialogan entre sí.
–Sí, aunque considero que cada uno debe ser una evolución del anterior. Siempre fue así, excepto Tres cosas respecto de Segundo. Ahí me agarró terror, y no fue una evolución.

–¿Por qué?
Segundo fue demasiado bien recibido, en todos lados. En Japón fue tremendo: ibas a Tower Records y veías un afiche gigante de Segundo. Las críticas eran increíbles. Bueno, me conflictué. ¡Soy una persona que se conflictúa mucho!

Como parte de la gira, la compositora y cantante tocó el 29 de noviembre en Montevideo. Confiesa una ligazón estrecha con Uruguay: «Cuando era chica me sentía uruguaya. Tenía, y tengo, una conexión especial. Será por Eduardo Mateo, será porque la novia de papá era uruguaya. No lo sé».  Con los oficios de Mario González, Juana fue la responsable de que se exhumara un disco perdido de la escena uruguaya de los 60: Musicasión 4½, con grabaciones inéditas. Las «musicasiones» fueron una serie conciertos colectivos que se hicieron en Montevideo entre junio y septiembre de 1969 en el teatro El Galpón, concebidos por Eduardo Mateo y el actor, poeta y músico aficionado Horacio Buscaglia: el año cero del candombe beat. Uno de los animadores de esas veladas fue el grupo El Kinto, que Jaime Roos definió como un plato volador que aterrizó en Uruguay para cambiarlo todo. Esa escena, que provocó la curiosidad de Horacio Molina, sintonizaba con la bossa nova, la psicodelia, la chanson. Era como la Tropicalia bahiana aplicada a Montevideo. Además de Mateo, hablamos de Urbano Moraes, Chichito Cabral, Walter Cambón, Luis Sosa, Rubén Rada.

Juana y Mario quieren profundizar en esa tarea que tiene todas las características de la arqueología musical. «Estamos preparando una antología enciclopédica de aquellos años. Lo que podríamos llamar el período beat de la música uruguaya. Va a ser para escuchar, sí, pero también tendrá un alcance académico, de consulta».

–¿Cuánto de Mateo hay en tu obra?
–Creo que ciertas músicas funcionan como disparadores de algo que uno tiene adentro. Yo toda mi vida escuché a Los Beatles y no hay presencia beatle en mi obra; pero hay ciertas músicas que resuenan de una manera determinada, y te despiertan cosas que tenés adentro. Me pasa con Eduardo Mateo, con El Kinto: es misterioso. Mirá, yo escuché el disco de Mateo y Trasante mucho tiempo después a su salida original, y descubrí una línea de bajo exacta a una que yo había hecho… antes. Es como un mundo armónico compartido. Y me pasa con otras historias de mi más profunda infancia.

Juana vuelve al presente, a este Halo y a lo que quedó afuera: «Cuando era más joven pensaba que los conciertos debían sonar iguales a los discos. Al principio, cuando temerosa subía a un escenario, sentía que si no estaban los arreglos exactos, no iba a complacer al público. Quizás haya tenido este prejuicio porque una vez fui a ver a Dorí Caymmi, esperando que tocara mi canción favorita, “Pescador”, y cuando llegó el momento, fue una gran decepción: la versión no tenía nada que ver con esos acordes que me habían subyugado tanto. Los años pasaron y empecé a sentir que las canciones tienen vida propia. Y me piden a los gritos que les ponga otra ropa. Siguen siendo ellas mismas pero, como nosotros, tal vez tienen otro peinado o vestidos de un color que antes no usábamos. Esto hace, ahora, que las canciones sean para mí inmortales, que estén vivas. Y como ya viene un disco nuevo, queremos hacer una despedida especial».

–Al principio fuiste muy rechazada, todos te pedían que volvieras a hacer los personajes de Juana y sus hermanas. Ahora sos prácticamente unánime, ¿qué sentís?
–Una gran satisfacción. Siento que valió la pena tanto esfuerzo. No vanaglorio el sufrimiento, pero ocurrió así.

–Una justicia, digamos, poética.
–No sé si una justicia poética, creo que ocurrió por el prejuicio. Me cerraron las puertas nada más que porque me dediqué a otras cosas. Ahora tengo un público joven que se formó sin conocer mi pasado como actriz.

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