La Patagonia es escenario de hallazgos de gran importancia para la paleontología. Desde fósiles de especies gigantes, hasta los restos de animales muy particulares, la región aporta cada año información sobre la vida en la Tierra hace millones de años.
24 de enero de 2018
Nueva York. Una réplica del Patagotitan mayorum, exhibida en el Museo de Historia Natural. (Télam)Hace cinco años, un peón rural notó algo distinto en la tierra árida del campo en el que trabajaba, a 260 kilómetros al oeste de Trelew, en Chubut. Algunos meses más tarde, la noticia del descubrimiento de un fósil en la estancia del campo La Flecha, en el paraje El Sombrero, llegó a oídos de los investigadores del Museo Paleontológico Egidio Feruglio (MEF), asociado al CONICET. Los trabajos de excavación y limpieza demoraron tres años: no se trataba de un fósil pequeño y, además, los restos no eran de uno sino de seis animales, todos gigantes. Finalmente, en agosto de 2016, el descubrimiento se publicó en la revista científica Proceedings of the Royal Society B: aquello que sobresalía de las rocas del suelo eran los fósiles de la especie de dinosaurio más grande conocida hasta el momento. Su nombre: Patagotitan mayorum, un coloso de 70.000 kilos, 40 metros de largo y un cuello de 12 metros.
«En cualquier animal el gigantismo es básicamente una manera muy eficiente de evitar la predación», explica el paleontólogo Diego Pol, coautor, junto a José Luis Carballido, del descubrimiento del Patagotitan. Si bien el descubrimiento atrajo la atención del mundo entero, los dinosaurios gigantes no son una novedad en la Patagonia: Puertasaurus, Argentinosaurus huinculensis o Futalognkosaurus son solo algunas de las especies de saurópodos (animales gigantes, herbívoros, de cuello largo, cabeza pequeña y patas anchas) halladas en provincias como Neuquén, Chubut y Río Negro.
Ventana al pasado
Los estudios de estos gigantes que vivieron en los períodos Jurásico y Cretácico (entre 200 millones y 65 millones de años atrás) funcionan, además, como una ventana al pasado para conocer cómo era esta parte del mundo cuando todavía no existía el continente americano como tal, sino un bloque más grande llamado Gondwana, y que incluía lo que hoy es África y Sudamérica. «En esa época había una flora compuesta por árboles de coníferas, que dominaban lo que era una serie de bosques abiertos en la Patagonia. Había una buena diversidad de helechos y las primeras plantas con flor estaban apareciendo y empezando a evolucionar en nuestro planeta. Presumiblemente estos animales comían todo lo que tenían a su alcance», dice Pol.
Estas latitudes también fueron el hogar de carnívoros como el Giganotosaurus o el Tyrannotitan chubutensis, que podían llegar a pesar 8.000 kilos y que estuvieron entre los predadores más grandes del mundo.
Más allá de estos gigantes y de los tamaños de los animales, la Patagonia también guarda una riqueza importante para la paleontología en general, como es el extraño caso del Carnotaurus, el predador chubutense con cuernos, o el Megaraptor namunhuaiquii, pariente del dinosaurio más famoso que vivió en lo que hoy es América del Norte: el temible Tyrannosaurus rex. Gualicho, un carnívoro bautizado así en 2016 por las dificultades que tuvieron los investigadores de la Fundación de Historia Natural Félix de Azada para retirar sus restos de la tierra, es otro ejemplo de las novedades que entregó la región. En el caso de este último animal, encontrado en las cercanías de Villa El Chocón, en Río Negro, tenía dos piernas muy fuertes y dos brazos cortos, de dos dedos cada uno: medía tan solo seis metros de largo, pero era muy veloz, y una trampa mortal para otros dinosaurios de tamaño medio.
Pol calcula que, hasta el momento, la Patagonia aportó 50 nuevos nombres a la ciencia paleontológica y, según anticipa, aún queda mucho por explorar. «Probablemente hemos descubierto un tercio de las especies que se van descubrir en los próximos 50 años», dice.
Juan Porfiri, coordinador del Museo de Geología y Paleontología de la Universidad del Comahue, coincide con el pronóstico: «Creo que hemos explorado muy poco en comparación con las grandes extensiones que hay. Va a haber paleontología por decenas de años. No hay un día que salgamos a campo y no encontremos nada». Incluso, agrega Porfiri, una superficie que en una primera instancia puede parecer sin ningún tipo de interés para su estudio, con el tiempo puede transformarse: «Nosotros a los fósiles los identificamos una vez que recorremos el terreno y hacemos una inspección visual. Pero puede pasar que hoy pasemos por un lugar y que no haya nada y que de acá a cuatro o cinco años la propia erosión del viento y la lluvia empiece a lavar ese terreno y aparezca algo en una segunda pasada».
Que los paleontólogos salgan al campo en busca de nuevos fósiles y que estos aparezcan con facilidad ante sus ojos, que estos aparezcan en cantidad y en buen estado de preservación y que, además, mucho de lo que se encuentre pertenezca a nuevas especies es, dicen los investigadores, como un regalo que la naturaleza les reservó durante millones de años. Un regalo que, en realidad, tiene su razón de ser, en primer lugar, por las características del terreno que, entre otras cosas, está libre de vegetación y ascendió gracias a las fuerzas tectónicas. «Hay un grupo de rocas llamadas sedimentarias, que son las que pueden conservar fósiles. Y de este tipo de rocas la Patagonia está llena. Sumado a que son de la antigüedad en la que vivieron los dinosaurios, hace que la región se termine transformando en un lugar clave para realizar nuevos descubrimientos. Tenemos esa suerte que otros países no tienen, porque por ahí los niveles que afloran son más antiguos o más modernos, o con presencia de otros tipos de roca en las que no se encuentran fósiles», explica Juan Porfiri.
La radicación de paleontólogos en las provincias patagónicas en los últimos 20 años y la apertura de las carreras de geología, biología y paleontología también hicieron su aporte para que los hallazgos se multipliquen y se presenten a razón de cuatro o cinco especies nuevas por año, en promedio.
Pero hay un factor extra que aporta su granito de arena para que esta parte de la Argentina sea de relevancia para la paleontología a nivel mundial: las personas que no tienen estudios o vinculación con el tema. Un llamado telefónico o un mail de un trabajador del campo o de un vecino muchas veces es el primer paso para dar con un fósil. «La gente de la región está muy familiarizada y por eso los más conscientes notifican esos hallazgos», cuenta Porfiri. En el caso de Patagotitan mayorum, la segunda parte del nombre científico hace referencia a los Mayo, la familia dueña de la estancia en donde apareció el dinosaurio y que le dio aviso al Museo Egidio Feruglio, tras el hallazgo del trabajador del campo. Sin embargo, fue justamente Aurelio Hernández, el peón rural quien, sin saber de biología, períodos geológicos o animales prehistóricos, dio el primer dato que luego pasó a engrosar el historial de la Patagonia y a ampliar un poco más lo que sabemos sobre la historia de la vida en la Tierra.