8 de abril de 2025

Novedad. El poemario de Kisielewsky se suma a su obra previa, que incluye títulos como Nunca te hablé con palabras.
La casa de lado
Sergio Kisielewsky
Ediciones del camino
114 páginas
Con este último poemario, Sergio Kisielewsky suma a sus anteriores libros de poesía, con títulos como Nunca te hablé con palabras, esta ofrenda que tal vez enigmáticamente se titula La casa de lado, virando la coloquial expresión «la casa de al lado», para situar al lector en una suerte de cercanía y a la vez distanciamiento, en el sentido de llevarlo a efectuar una lectura en la cual son reconocibles tanto los referentes como los lugares de Buenos Aires. Las evocaciones abarcan a compañeros y lecturas muy diversas, entre los que cabe mencionar a Leonor García Hernando, Edgar Allan Poe, Isidoro Blaistein y Dostoievski, entre muchas otros. Las escenas presentifican espacios recorridos, tiempos transcurridos con una ineludible carga epocal, de ahí menciones a, por ejemplo, series televisivas como El caballo Mr Ed o bebidas como el Vascolet.
Es decir, una suma de menciones y hechos que al mismo tiempo dejan en vilo la interrogación por el cúmulo y el resultado de las experiencias vividas. En tal sentido, al primar la sucesión de imágenes, puede ser que no se reconozca alguna alusión epocal, lo que no va en mengua de lo que el poema presenta, porque lo que destella es la composición de un núcleo persistente donde tales elementos hallan, en el conjunto, su significación. Un rasgo característico de estos poemas –breves algunos, más extensos otros– es que combinan acertadamente una escena cotidiana o una anécdota proyectándolas a una dimensión existencial, abarcadora, sin caer en abstracciones. Al contrario, se palpa lo concreto a través de un lenguaje que combina el registro coloquial con finas alusiones poéticas: «Tu saliva es de acople y/ no conozco el azul de tus ojos» («Ayer»). También sucede en tonos metafóricos o comparativos inesperados: «No espero el nuevo siglo o escuchar Obladi/ Obladá como un aserradero bajo los pies» («Tatuaje»). Y más, siguiendo esta pauta, según la poética que despliega el autor, quedan plasmadas visiones respecto de la poesía, así se evidencia en «Parecer», cinco versos que condensan nada menos que una reflexión sobre un tema sustancial: «El estilo no es un salto/ No es un pez ni una vaca/ El estilo no es un dardo ni un acople/ Es una batucada a un kilómetro/ Un cielo con relámpagos, lejos muy lejos».
La palabra «acople» en dos de los citados poemas parece jugar con la relación distancia/cercanía que estos textos proponen para, simultáneamente, ofrecer al lector retazos, ramalazos de memorias, meditaciones y la debida distancia que permita la recepción crítica sobre ellos. Valga considerar un poema como «Albricias», para visualizar un aspecto primordial, muy teorizado y discutido: el rol y la definición de poeta. Al afirmar que «Un poeta no es un turista» el autor parece estar pronunciándose contra toda concepción superficial de la escritura de poesía, en tanto «es la ansiedad la que empuja el viaje/ la temperatura del cuerpo». En resumen, entonces, este libro consigna al mismo tiempo lo propio (casa, hogar) pero vista «de lado», es decir, estableciendo una perspectiva que no hace sino enriquecer lo jugado aquí en este poemario.