Cuento | Por Diego Vecchio

El Maravilloso Circo de las Vocales del Alfabeto Latino

Tiempo de lectura: ...
Diego Vecchio

Diego Vecchio (Buenos Aires, 1969) es narrador, ensayista y traductor. Ha publicado Historia calamitatum (2000), Egocidios: Macedonio Fernández y la liquidación del Yo (2003), Microbios (2006), Osos (2010), La extinción de las especies (finalista del Premio Herralde de novela, 2017) y El demonio telepático (2022), este último referido a la obra de Mario Levrero. Desde 1992 reside en París. Trabaja en la universidad de Paris 8 Vincennes-Saint Denis, dando clases de literatura hispanoamericana y talleres de confección de lenguas imaginarias y espectrales.

Las vocales fundaron el Maravilloso Circo de las Vocales del Alfabeto Latino. Fue una idea de la I, una vocal con gran imaginación y capacidad para tomar iniciativas. Por espíritu de camaradería o simple inercia, las otras se dejaron llevar.

La I presentó un número de malabarismos. Ladeaba la cabeza hacia la derecha o la izquierda, para que el punto diacrítico se deslizara hacia un costado o hacia el otro. Cuando estaba cerca del borde, le daba un cabezazo. El punto trazaba una curva en el aire. La I siempre se las arreglaba para que volviera a caer en el centro de la coronilla.

La U propuso un número equino, con un caballo capaz de resolver cálculos aritméticos. Cuando le preguntaban cuál es el resultado de diez menos cinco, la U respondía con cinco golpes metálicos contra el suelo. Cuando le preguntaban cuál es la raíz cuadrada de veinticinco, daba de nuevo cinco golpes. Cuando le preguntaban cuánto es dos al cuadrado más diez dividido diez, otra vez cinco golpes. Diez cifras sin más y cinco vocales, dos débiles y tres fuertes, tres abiertas y dos cerradas, dos posteriores, dos anteriores y una central. Diez cifras sin más y cinco vocales, como los dedos de la mano, cinco letras con las que se puede trazar, diseñar, combinar, permutar y dar forma al alma de las cosas.

La E imaginó un número de lanzamiento de objetos punzantes. Con los ojos vendados, tiraba cuchillos, dardos o flechas sobre un blanco, situado a diez metros de distancia, clavado contra una pared. Para causar mayor impresión, le pidió a la I que fuera su colaboradora. La I aceptó con gusto. Tenía que quedarse parada contra la pared. La E lanzaba dardos, flechas o cuchillos, que zumbaban en el aire y se clavaban a los costados de la I, rozándola, pero sin causarle la menor herida. Su silueta longilínea facilitaba la hazaña. La E no tenía buena puntería.

La A, acostumbrada a ser siempre la primera, esta vez tuvo que resignarse a ser la anteúltima. Quiso proponer un número acrobático, pero ya no tenía ni la edad ni la elasticidad necesaria para dar saltos mortales. Cuando hacía la vertical, se le caía la barra  y quedaba su triángulo al desnudo. La U, que siempre tenía soluciones para todo, le aconsejó un número de halterofilia. Algo muy simple, para no complicarse la existencia, como levantar la barra en dos movimientos, del suelo al torso y del torso a la cabeza. No era demasiado inventivo, claro. Pero peor era nada.

La O rehusó participar en el espectáculo. No tenía el menor interés por aquel circo maravilloso de vocales del alfabeto latino, sobre todo con un nombre tan largo y ridículo. Las otras insistieron. Para ellas, era muy importante su participación. Las vocales eran letras muy unidas, mucho más que las consonantes. Si no estaban las cinco juntas, mejor nada. Entonces nada, les contestaba la O. Las otras la trataron de egoísta, mezquina y poco solidaria. ¿Qué le costaba hacer un número con aros giratorios, por ejemplo? La O alegaba problemas de sobrepeso y pedía que la dejaran tranquila. No es No. No hay letra más obstinada que la O.

La A, que no había quedado muy convencida con su número de halterofilia, imaginó entonces un nuevo número acrobático, adaptado a su artrosis. Aprovechando el influjo que siempre ejerció sobre la O, le hizo una invitación. ¿Si la E y la I trabajaban juntas, por qué no ellas dos? Lo único que tenía que hacer era quedarse de pie, sin moverse. La O aceptó o fingió aceptar.

Durante el primer ensayo, se produjo el accidente. Después de los ejercicios de precalentamiento, la A tomó distancia y se echó a correr hacia la O. Cuando estuvo a un metro, más o menos, pegó un salto. Entró por un lado, pero nunca salió por el otro. Al pasar a través de la O, se esfumó. Por más que las otras vocales la llamaran, la A no respondía. Comenzaron a sacudir a la O, para que devolviera a la camarada. Pero la O se echó a dormir, como una anaconda después de haberse tragado un venado. Era una letra predadora, una vocal caníbal.

La E, con su extraordinaria capacidad para adaptarse a las catástrofes, sugirió transformar el número de acrobacia en número de prestidigitación. Pero la I y la U exigieron la aparición inmediata y con vida de la A. Mientras discutían, la O se despertó, bostezó y comenzó a aspirar el aire, hasta chuparse a las otras vocales y el espacio que las envolvía. Cuando ya no quedó más nada que succionar, se chupó a sí misma.

En realidad no era una O, sino un 0 infiltrado entre las letras. Al pasar del otro lado del cero, las vocales se convirtieron en vocales negativas. Si hay cifras negativas, hay que admitir también la existencia de letras negativas, que en lugar de agregarse, se sustraen. Al combinarse, estas vocales negativas forman las palabras que nos faltan al hablar o que pensamos pero que ni bien queremos articular se nos olvidan y quedan atascadas en la garganta o en la punta de la lengua. El lenguaje tiene un doble aritmético y negativo, que hace de la nada lo que es y que hace que exista lo que no existe. Cada Letra emana de un mismo Nombre y este Nombre es el Vacío.

Estás leyendo:

Cuento Por Diego Vecchio

El Maravilloso Circo de las Vocales del Alfabeto Latino