De cerca | ENTREVISTA A ARIEL STALTARI

«Arriba de las tablas está la verdad»

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Bárbara Schijman

En paralelo con el éxito de la serie El Eternauta, el actor encara el exigente unipersonal Agotados. El recuerdo de Okupas, el reconocimiento del público y las enseñanzas de la vida.

Foto: Guadalupe Lombardo

«Y justo cuando la oruga pensó que era su final, se transformó en mariposa», dice la imagen que abre la cuenta de la red social X de Ariel Staltari. Actor, guionista, docente de actuación y músico, debutó en televisión como Walter en Okupas y siguió con Sol negro, El puntero y Un gallo para Esculapio, donde además fue coguionista. En estos días disfruta de un momento muy particular, a sala llena con Agotados –una adaptación de la obra Fully Committed, de Becky Mode y Mark Setlock, con dirección de Pablo Fábregas– en el Paseo La Plaza, y el éxito global de la serie El Eternauta, donde asume un doble rol de actor y coguionista en la adaptación de la novela gráfica de Oesterheld.

«Resiliente», como se reconoce, tenía 25 años cuando le diagnosticaron leucemia. Fue en ese proceso que descubrió su amor por la actuación. A lo largo de su carrera le dio vida a personajes inolvidables que dejaron una huella imborrable en el público. Sin embargo, «no todo es color de rosa», dice. «Entre proyecto y proyecto me compré un horno para segmentar tornillos y me hice metalúrgico; volví a la panadería de mis viejos; vendí discos. Los proyectos estuvieron muy buenos, pero no me dieron continuidad y en el medio me quedaba sin trabajar y con muchas dificultades para llegar a fin de mes», confiesa.

Por ese motivo, cuando se le pregunta por proyectos a futuro, comparte: «Como resiliente, para mí siempre la mentalidad tiene que estar enfocada en que todo lo que va a venir va a ser mejor. Las expectativas en los tres ámbitos, Agotados en teatro, la segunda temporada de El Eternauta y su escuela de actuación, son muy hermosas. Ojalá no me equivoque y, si me equivoco, habrá que volver a escribir otra historia para poder estar de nuevo en un lugar de plenitud».

¿Cómo está viviendo este momento?
–Lo estoy viviendo con mucha paz y tratando de disfrutar en los instantes que puedo. En algún momento tuve que asumir la responsabilidad de subirme a esta ola que se generó a partir del estreno de El Eternauta, conjuntamente con el de Agotados; pero ahora, que la espuma va bajando lentamente, estoy empezando a disfrutar un poquito, mirando por el espejo retrovisor todo lo que fue quedando en el camino. En realidad, nada queda en el camino; todo me acompaña en el trayecto, pero sí viendo todos esos lugares por los que pasé, donde atravesé tantas situaciones lindas, feas, y que hoy esté transitando este nuevo camino es muy maravilloso y muy sorprendente también. Soy una persona muy agradecida a la vida. En muchos aspectos, la vida es muy dura y muy cruel, pero en otros es maravillosa. Todo te va preparando, dando una enseñanza y también esa capacidad de poder disfrutar después de las cosas lindas. Es un poco eso: sin lágrimas no hay risas.

–En Agotados interpretás 40 personajes muy distintos entre sí. ¿En qué te inspiraste para lograrlos?
–Me inspiré en las miradas hacia los demás, en personajes que hago o compongo, que en algún momento conocí o que me resuenan desde las voces o desde lo corporal. Soy un eterno niño que intenta jugar y divertirse. Y en esa diversión me arrojo al vacío. Si hay una red de contención, mejor, tampoco soy loco. Pero si no la hay, sé que en definitiva es un juego. Esa es la manera que tengo de vivir la vida. En donde le pusiste una cuota de solemnidad a esto, te alejás del gen de la actuación.

–Sam, el protagonista, espera con ansias una oportunidad para dedicarse a lo que realmente le apasiona, la actuación. ¿En qué medida refleja la obra la incertidumbre y la inestabilidad propias del oficio?
–Mi vida es bastante parecida a la de Sam. Soy hijo de comerciantes y muchas veces, ya habiendo transitado el camino de la actuación, tuve que volver al comercio. Cuando no transitaste el camino de la actuación o no tuviste la posibilidad de hacer algo importante, como fue Okupas, por ejemplo, sos más inconsciente, pero cuando lo hiciste, tener que volver a trabajos convencionales a veces cuesta y duele. Atravesé muchas veces el sinsabor de que el teléfono no sonaba, no sonaba y no sonaba. Varias veces tuve que arrancar de cero, porque había empezado en Okupas, pero haciendo un protagónico. No es normal arrancar de adelante para atrás. Hice el camino inverso: me adapté, empecé a hacer bolos aquí, allá. Y siempre con el prestigio de que venía de un lugar muy lindo, muy icónico que era Okupas. Fue seguir creyendo, apostando, muchas veces queriendo abandonar, salirme del camino, hacer otra cosa. Pero me sostuve y acá estoy, agradecido.

–¿Qué te apuntaló cada vez que quisiste abandonar? 
–Te vas construyendo desde el momento en que venís a este mundo hasta la edad que tengas. Y tenés la capacidad de empezar a reflexionar de qué estás hecho. Bueno, estás hecho de todo lo que te acompañó en este tiempo, de todo, de todos y de cada una de las situaciones. Algunas cosas te marcan, otras te enseñan. Entonces, del camino y las experiencias personales intransferibles, pude llegar a tomarme las cosas como me las tomo hoy. Aprendí mucho de las lecciones duras de la vida.

–Imagino que te referís a los problemas de salud… 
–Aprendí algo fundamental. Yo tenía 25 años, me creía invencible y un día me dijeron algo así como: «Te vas a morir». Fue un segundo. Ahí entendí que todo se terminaba y que esta vez me tocaba a mí. Cuando sentí que todo podía apagarse, que todo podía terminarse, volví a tener otra oportunidad. A partir de ahí siento que todo el tiempo podemos volver al punto de partida. Si no perdés tu esencia, hay algo en eso que te permite estar despierto, viendo lo que pasa alrededor. Y cuando uno está despierto, entonces puede darles a las cosas el peso que les corresponde. Eso me permite decir «ok, me aferro a lo lindo, pero sigamos trabajando, bajemos los decibeles y sepamos que mañana hay que volver a empezar». Creo que una de las cosas que me marcaron fue haber sido un pibe de barrio.

Foto: Guadalupe Lombardo

–¿Qué aportó el barrio al oficio? 
–Haber nacido en un barrio y haber crecido con tanto personaje alrededor, tanto color, tanta vida de otros tiempos, hizo que me llevara de ahí una valija repleta de colores que nunca supe bien para qué iba a ser. Lo empecé a entender ahora que soy guionista, que soy actor y que dirijo mis grupos de teatro. Era un mundo distinto. Y hoy voy y saco de esa valija un montón de colores que ya casi no existen, pero que yo los tengo. Eso es un patrimonio intransferible. Está dentro mío. 

–Coescribiste Un gallo para Esculapio con Bruno Stagnaro. ¿Cómo fue repetir la fórmula con El Eternauta?
–Sí, yo venía de hacer Un gallo con Bruno. Cuando parecía que íbamos a escribir la tercera temporada, en un café me dice que íbamos a escribir El Eternauta. Esto fue al final de 2018, todavía ni sabíamos lo que se nos venía a la humanidad entera. Le dije: «Dale, probemos, juguemos». Como hago todo en mi vida. Y así arrancó todo, obviamente, repitiendo el esquema de Un gallo, que era «yo participo de los guiones con vos, y vos me das un personaje». Ese acuerdo también se estableció en El Eternauta. Cuando apareció Omar automáticamente supe que era para mí. 

–¿Qué fibras creés que tocó la serie para generar semejante récord de audiencia en Argentina y el mundo?
El Eternauta habla de un grupo humano, de la supervivencia y de lo que el ser humano es capaz de hacer cuando de repente se encuentra cara a cara con la desesperación. En ese instante, pareciera que el primer impacto te lleva a actuar de forma egoísta, tratando de salvarte como sea. Pero después de un momento de reflexión, se hace evidente que así no vas a llegar a ningún lado, que lo tenés que hacer con los que están ahí, al lado tuyo. 

–El estreno coincidió con el de Agotados, ¿qué te brinda el teatro?
Arriba de las tablas está la verdad, no digo que aquello sea mentira, pero en el teatro tenés un feedback en vivo. Me doy cuenta de que la gente me quiere y agradezco a la vida que me quiera a través de los personajes icónicos de diferentes series, que fueron muy importantes y que evidentemente marcaron a sectores de la sociedad. Si hoy no estuviera arriba del escenario, me perdería entre las líneas de lo virtual. El aplauso final es muy emocionante, porque siento que no solo me están reconociendo el laburo que acaban de ver arriba del escenario, sino también todo lo anterior. 

¿Cuándo empezó en vos el sueño de la actuación? 
–Un mes antes de arrancar a estudiar teatro con Lito Cruz. En febrero se me despertó esa sensación de que tenía que hacer algo vinculado a la actuación y que tenía que ser con él. Este es el registro que tengo: en la escollera de Necochea, en la unión del río y el mar, mirando el horizonte, tomando mates con un amigo. Todavía estaba en pleno tratamiento, inflado por los corticoides. Recuerdo haber pensado: «Ahora que estoy en tratamiento ambulatorio y voy a salir de a poquito, quiero empezar a hacer cosas que tengo postergadas». Una de ellas era la actuación. Me anoté en marzo y arranqué. Ya estaba feliz de haber descubierto ese ámbito, me hizo entender para qué había venido a esta vida. Así de loco. Fue un impacto, un amor a primera vista. En agosto de ese mismo año ya era uno de los protagonistas de Okupas, hoy por hoy un clásico de nuestra cultura.

–¿Quiénes son tus grandes referentes?
–De chico admiraba mucho a Miguel Ángel Solá. A Lito Cruz también lo admiraba, pero con Miguel Ángel me pasaba algo fuerte. De afuera: Al Pacino, De Niro, Christian Bale es uno de los que más me gustan. Lo de Brando es de otra galaxia. Hay muchísimos. Haber empezado con Rodrigo de la Serna, que hoy es amigo mío, también fue una cosa muy linda y un aprendizaje muy hermoso. Trabajé con grandísimos actores, con gente muy grosa.  

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