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Una marca registrada

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La selección argentina de fútbol para ciegos consiguió reconocimiento internacional por sus logros en los mundiales y la continuidad de su proyecto de carácter inclusivo. La historia de Sergio Velo, y el sueño del oro en los juegos paralímpicos.

Madrid 2018. Ataque albiceleste en el triunfo sobre Rusia, por 1 a 0, que le permitió al equipo nacional llegar al encuentro decisivo ante Brasil. (Prensa Mundial)

La identificación es instantánea. Los Murciélagos son la selección argentina de fútbol para ciegos. Pero no sucedió de un día para otro ni por arte de magia. Fueron años de trabajo detrás de una idea. En junio de este año, los Murciélagos perdieron 2-0 la final ante Brasil del Mundial de Madrid, en España. En las siete ediciones de la historia de esta actividad, sin embargo, Argentina salió campeón en Río de Janeiro 2002 y Buenos Aires 2006, y en otras cuatro terminó en el segundo puesto (Campinas 1998, Jerez de la Frontera 2000, Tokio 2014 y Madrid 2018). Dos décadas más tarde de la primera Copa del Mundo, Argentina no solo es una de las potencias junto con Brasil y España. Es una selección que adquirió un reconocimiento y un estatus. Es, en definitiva, uno de los mejores equipos en un deporte en el que juegan cinco futbolistas por bando –cuatro son ciegos o padecen disminución visual, acompañados de un arquero vidente–, con una pelota sonora y con un entrenador «llamador» detrás del arco contrario para la orientación.

En lo alto
Lo que hoy conocemos como la selección argentina de esta especialidad nació en 1991. Fue por inspiración de Enrique Nardone, profesor de Educación Física –y primer técnico del equipo– en el Instituto Román Rosell del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, ubicado en San Isidro. Había una necesidad entre los no videntes: querían jugar a la pelota. A Nardone, al principio, lo tomaron como loco. Pero no agachó la cabeza. Buscó recursos de apoyo y recorrió provincias en busca de jugadores. Hoy, reconoce Nardone, los Murciélagos son una selección emblemática. Previo al último mundial, la concentración del equipo fue en el Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (Cenard). «Fue un torneo muy complejo, en nuestro grupo había países de altísimo nivel. Nos tocó quedar primeros. En cuartos con Inglaterra fue muy difícil y pasamos por penales. La semifinal con Rusia fue muy dura porque viene de ser campeón europe. Y la final nada más ni nada menos que ante Brasil», le dice a Acción Martín Demonte, entrenador desde 2009, quien agrega: «Fue muy respetable el trabajo de los chicos. El equipo es mi familia. Siempre en la balanza pesa mucho más lo que me llevo que lo que les doy a los Murciélagos».

Otros valores
Argentina llegó al Mundial de Madrid como campeón de la Copa América. En diciembre de 2017, en Chile, le ganó en la final a Brasil. Fue 2-1 por penales después del empate sin goles. El arquero, Germán Muleck, atajó un penal y Silvio Velo y Maximiliano Espinillo convirtieron. Días más tarde, Velo, delantero de Boca en la Liga Nacional de fútbol 5 para ciegos, fue elegido el mejor deportista paralímpico del mundo por el Comité Paralímpico Internacional. A los 46 años, Velo es la estrella que brilla en la historia de los Murciélagos. La que sintetiza este deporte en la Argentina. Integra la selección desde el minuto cero. En él se resume la técnica de potrero, la gambeta y el gol.«Si hoy tengo algún tipo de reconocimiento se lo debo al deporte –dice Velo en el documental Los Murciélagos (2011), de Gabriel Antonielli y Matías Scilabra–. El fútbol es mágico y el fútbol se siente. O sea, el fútbol no se ve, se siente. Entonces creo que pasa por ahí. Para jugar al fútbol se nace: yo nunca vi jugar a nadie, es todo intuitivo. Es el momento y te sale. El mismo sentimiento que tiene Messi al jugar, lo tengo yo». Padre de siete hijos, en 2016 presentó su libro, Cuando hay voluntad, hay mil maneras, y mientras amaga con el retiro de la selección argentina, Velo se anima a otras experiencias: en marzo, por ejemplo, alcanzó los 5.970 metros en Plaza Cólera con el grupo de escalada al Aconcagua, el pico montañoso más alto de América.

Capitán. Velo, de 46 años, un emblema. (Mabrotama/AFP/Dachary)

Más allá de ser herramienta social y de tener cierto componente de autoayuda, en los Murciélagos, como en cualquier deporte institucionalizado, surgen disputas de poder. La selección está bajo la Federación Argentina de Deportes para Ciegos (Fadec). Domingo Latela, además de ser presidente del Comité Paralímpico Argentino (Copar), maneja Fadec. En marzo, después de que el jugador Lucas Rodríguez grabara un video en el que le pide ayuda al presidente Mauricio Macri para un viaje del equipo femenino de fútbol para ciegos, Fernando de Andreis, secretario general de la Presidencia, lo llamó enojado a Latela. La decisión fue sancionarlo a Rodríguez, un histórico del equipo, con una multa «equivalente al costo de 50 balones oficiales de fútbol de la marca Yadra». Es decir, según detalló su abogado, más de 100.000 pesos. «Fue una falta grave», dijo Latela, aunque no haya ningún reglamento que lo ampare. La intervención de la Secretaría de Deporte de la Nación, al mando de Carlos Mac Allister y en disputa de poder con De Andreis, suspendió la sanción a Rodríguez, que finalmente jugó el Mundial de Madrid. Junto a Velo, Rodríguez sumó un récord: jugaron los siete Mundiales, todos los de la historia, con la selección.
Plata en Atenas 2004, bronce en Pekín 2008 y Río de Janeiro 2016, y cuartos en Londres 2012, los Murciélagos tienen en la cuenta pendiente el oro en una edición de los Juegos Paralímpicos. Es un sueño que les queda por vivir. El plantel en el Mundial estuvo conformado por Darío Lencina (Estudiantes), Germán Muleck (Rosell), Silvio Velo (Boca), Froilán Padilla, Federico Accardi (Uniredes de Mendoza), Lucas Rodríguez y Nicolás Véliz (Municipalidad de Córdoba), Ángel Deldo (ACHADEC de Chaco), Maximiliano Espinillo (UCORCI de Córdoba) y David Peralta (Estudiantes). Padilla fue incluido en el equipo ideal del torneo. A Demonte lo acompañaron en la dirección técnica Claudio Falco y Germán Márquez, que es el guía detrás del arco que golpea los caños con una cuchara durante los dos tiempos de 40 minutos, y que, cada vez que los jugadores meten un gol, entra a la cancha a festejar, a abrazarse con ellos. «Aún recuerdo cuando llegué al instituto Rosell en 1999 y me contaron que los hacían jugar al fútbol. Pensé que era una joda –dice el entrenador Demonte–. Mi prejuicio era muy grande. Ahora, si se enteran de cuánto disfruto mi trabajo, me dejan de pagar… Detrás de los partidos hay horas de trabajo. Ahí se demuestra el gran valor cuando exponen su cuerpo a situaciones que a cualquier persona le daría pánico». El deporte, en cualquier modalidad y variable, entrega historias. En Argentina, los murciélagos, animales que no son ciegos ya que ven en la oscuridad, también remiten a un grupo de jugadores de fútbol que construyeron un equipo de primer nivel internacional a plena luz y con brillo propio.

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