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Por sus actuaciones en Roland Garros, Diego Schwartzman y Nadia Podoroska dieron un salto en el ranking mundial. Ambos dejaron atrás dificultades económicas y encabezan la renovación argentina en el circuito. El rol formativo de los clubes, aspecto clave.

París. El porteño y la rosarina hicieron historia al vencer a Thiem y Svitolina, ambos del top 5. (Bureau/AFP/Dachary y Samson/AFP/Dachary)

En un año del que parecía que no se podía esperar nada, el tenis argentino se encontró un día con cuatro semifinalistas en un Grand Slam. Nadia Podoroska, por el cuadro femenino, y Diego Schwartzman, por el masculino, entregaron su épica en Roland Garros. Al «Peque» le valió subirse al top ten del ranking de ATP, en el octavo lugar, una zona de privilegio al que solo habían accedido once argentinos antes que él. El tenis de la pandemia tuvo a los dos de protagonistas, pero también a Gustavo Fernández, en masculino adaptado, y a Juan Baustista Torres, en junior, como los otros semifinalistas del gran torneo francés. París es un lugar elegido para el tenis argentino, su polvo de ladrillo es el que mejor le calza.   
Por su contexto, la historia de Nadia brilla sobre el resto. Llegó desde un plano desfavorable, como ocurre con las tenistas sudamericanas, sin torneos en la región, con premios bajos cuando les toca, y teniendo que mudarse a Europa para seguir el tren del circuito. Rosarina, 23 años, con apellido ucraniano pero conocida como «La Rusa», Podoroska arribó a la qualy de Roland Garros en el puesto 131 del ranking, su mejor ubicación hasta el momento. Avanzó al cuadro principal por primera vez en su carrera y escaló hasta las semifinales, una instancia a la que una argentina no llegaba desde hacía 16 años (Paola Suárez había sido la última). Para lograrlo, venció nada menos que a la número 5 del mundo, la ucraniana Elina Svitólina.
Haber llegado hasta ahí no es un final sino un comienzo para una jugadora que tuvo que instalarse en Alicante, España, para estar cerca de los torneos y de sus entrenadores; que durmió en aeropuertos, que pasó noches en trenes para ahorrar en hospedaje, y que a falta de esponsors se sostuvo con una beca del Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (ENARD), la que consiguió después del oro obtenido en los Juegos Panamericanos de Lima 2019. Este sería el año olímpico de Nadia. Le tocaba Tokio 2020. La pandemia cambió los planes. Será Tokio 2021.

Hechos en casa
Schwarztman escribió su historia en paralelo. Llegó a París con otro empuje, desde la final del Masters de Roma, donde cayó con Novak Djokovic, el uno del mundo, pero después de haberse cargado a Rafael Nadal, su verdugo en las semifinales de Roland Garros. La derrota con el español tiene el matiz de que se trata del mejor hombre en polvo de ladrillo, un rival imposible. Pero antes de eso mostró su dimensión frente a Dominic Thiem, tercero del ranking mundial. Aunque no tuvo títulos, a los 28 años pegó el salto para meterse en la galería de los top ten. Ahí está su año y ahí estará el desafío. Curiosidad o no, a Nadia también la sacó de Roland Garros quien sería la campeona, la sorprendente polaca Iga Swiatek, de 19 años.
El tenis argentino siempre se reconstruye. Podoroska y Schwartzman, más allá del talento de cada uno, son también la reivindicación de un modelo social de club, el caldo donde se cocinan los atletas del país. Nadia salió de Fisherton, la misma institución en la que creció Luciana Aymar. Y ganó tres títulos como representante de San Lorenzo. La Asociación Argentina de Tenis, que conduce Agustín Calleri junto con otros exjugadores de lo que se conoció como la Legión, la contuvo y trabajó para que la beca del ENARD solventara en parte los enormes gastos que implica competir en la élite. «Esto es un antes y después en el tenis argentino. Y tuvo un impacto muy positivo en Sudamérica. Espero que cuando le pregunten a una chica más joven, cuente que cuando Podoroska hizo semifinales de Roland Garros empezaron a mejorar las cosas para las mujeres en el tenis», dice Catalina Pella, jugadora profesional y amiga de Nadia.
Schwazrtman salió del Club Náutico Hacoaj, en el Tigre. El «Peque» también tuvo que afrontar sus inconvenientes para competir. «Los Schwartzman, una familia con cuatro hijos, sufrieron la crisis económica de los años 90 (una de las tantas en la Argentina). Para que Diego pudiera seguir pagándose viajes, la familia comenzó a vender miles de pulseras de goma en los torneos infantiles», escribió Ezequiel Fernández Moores en un artículo para el diario estadounidense The Washington Post, que nació bajo la pregunta de cómo un país como la Argentina, más allá de sus crisis y contratiempos, siempre se las arregla para poner a sus deportistas en las mejores páginas del mundo.
Los clubes argentinos están regados por todo el país. Allí se forman en distintos deportes pibes y pibas de distintas clases sociales. Después hay una carrera que para muchos tiene sus desventajas, pero el rol social de los clubes no solo es contener, también genera atletas para la alta competencia. Es una parte. Porque luego hay otras características, una fortaleza que queda demostrada en tenistas como Schwartzman o Podoroska, a quien ni siquiera la frenó la pandemia. En uno de los videos que subió a Instagram mientras cumplía con la cuarentena en Rosario, cuando la actividad parecía todavía lejana, la ahora 48º del mundo se mostró pegándole a la pelota contra un colchón. Era gracioso, podía ser uno de los tantos videos que entretuvieron a los usuarios durante esos días, pero también era la expresión de alguien que no se frena ante sus deseos. Acaba de ganar 500.000 dólares en un torneo, más de lo que había ganado en toda su carrera, y entonces esa será la base para el despegue. Como Schwartzman, Nadia tiene todo por delante.

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