22 de abril de 2021
A lo largo de estos últimos meses se vieron diversas situaciones que hablan de lo difícil que al parecer resulta para muchas personas cumplir con el distanciamiento social que la pandemia impuso en un abrir y cerrar de ojos. Hay quienes tal vez en sus inicios respetaron al pie de la letra las normas pero que, dada la extensión de la llamada cuarentena y a la luz de la llegada inminente de la vacuna proveniente de Rusia, empezaron a transitar tal vez el camino del cumplimiento a medias.
Las autoridades sanitarias siguen haciendo foco en la importancia de mantenerse en los hogares, de salir solo cuando es necesario y de evitar las grandes concentraciones de personas, aunque en el último tiempo, con la intención de evitar los encuentros clandestinos y con la llegada de la temporada estival, estas medidas se fueron flexibilizando con protocolos estrictos. Aun así, el desafío a las normas existe y lleva a preguntarse si la información y la racionalidad guardan una relación directamente proporcional con los comportamientos o si los seres humanos son mucho más complejos y actúan en base a otras variables igualmente importantes.
Quien se empezó a preguntar por esta cuestión fue el sociólogo, doctor en Antropología Social e investigador del CONICET Pablo Semán, quien junto con su colega Ariel Wilkis hizo una investigación para tratar de identificar los motivos por los cuales las personas no cumplían con la cuarentena. Para hacerlo partieron de dos premisas importantes: la que señala que el Estado no es la única fuente de normativización ni la más importante, sino que existen creencias que llevan en algunos casos a ignorar o reinterpretar las reglas. A su vez, concluyeron que las personas cuando incumplen una norma no lo hacen porque la rechazan o porque se comportan como «idiotas sanitarios», sino que la incluyen dentro de un repertorio de otras percepciones que irán ajustando y amoldando, atentos también a sus experiencias cotidianas.
«Creo que hay que empezar a pensar que la pandemia no es ya un episodio sino un contexto, la duración se ha extendido tanto que cambiaron todas las condiciones iniciales bajo las cuales se proponían medidas como el confinamiento y el aislamiento, además aumentaron muchísimo los incentivos, desde las necesidades laborales hasta las psíquicas, para no respetar el confinamiento, entonces el Estado debe lidiar con esa situación y todos nosotros también», sostiene Semán en diálogo con Acción.
Entre las creencias que pueden explicar el rechazo parcial o total de las normas se pueden identificar, de acuerdo con el trabajo de los investigadores, aquella que considera que el distanciamiento social conlleva una enemistad, una desfraternización y desconfianza; otra, que lleva a confiar en una suerte de protección sobrenatural por la cual se tendría inmunidad frente a la enfermedad; una tercera que tiene sus cimientos en la relativización de la información oficial y el ejercicio de cierto «cuentapropismo estadístico» que afirma conocer casos cercanos que contradicen la información oficial, y una cuarta que pone las bases para la insubordinación por considerar que las normas sanitarias dispuestas por el Gobierno esconden fines oscuros.
«Las creencias no son solamente las religiosas que se ven como un saber de menor entidad que un saber científico, la información científica también vale como creencia al igual que las normas estatales. En todo caso, lo que asombra a veces es que la gente no tenga tan en primer plano las mismas fuentes que otras personas tenemos, pero eso revela nuestro prejuicio. Estas lógicas, las creencias, son discursos de acción, fuentes de formación de la conducta que están todo el tiempo disponibles en la sociedad y que entran en conflicto con la norma que el Estado trae», asegura Semán.
Más allá del saber
Un factor clave al momento de saber qué motiva a las personas a cumplir o no la cuarentena se relaciona estrechamente con cómo es vivenciada la misma, más allá de lo que se sabe correcto o incorrecto.
Para el doctor en Salud Colectiva y director del Instituto de Salud Colectiva de la Universidad Nacional de Lanús, Hugo Spinelli, el saber no garantiza que la gente haga o deje de hacer cosas, ni de cumplir normas.
«En Medicina hay muchos ejemplos, no es que la gente sigue fumando porque ignora que el cigarrillo produce cáncer, no todo es tan racional. La otra cuestión es que se tiene que pensar la cuarentena en términos de viabilidad. Las normas que bajaron desde el Estado, que considero que es lo mejor que tenemos, no siempre se pueden cumplir, porque exigen una casa con un tamaño que permita el aislamiento, un servicio de agua potable, una mesa para comer y una heladera para guardar el alimento y no todos los hogares tienen esto, casi la mitad de la población de la Argentina no puede cumplir esas condiciones. El tercer elemento es que venimos de décadas de un neoliberalismo construyendo una subjetividad totalmente autocentrada en el yo, hedonista, pensando en términos de selfies, con una negación total de la otredad. Todo esto sumado puede llegar a explicar lo que está pasando, la imposibilidad de cumplir con las normas», sostiene.
En tanto, las características del virus SARS-CoV2 desafiaron desde los inicios de la pandemia a la ciencia debido a la falta de información, vale recordar como ejemplo el uso del barbijo, desaconsejado en un comienzo y hoy transformado en una herramienta fundamental para evitar su propagación.
«Este virus tiene un comportamiento que incentiva a no darle crédito pleno a la información estatal, en la medida que ha sido cambiante, difusa, contradictoria, porque es un virus poco conocido, desafía ciertas lógicas preexistentes de la ciencia y a los protocolos destinados a las pandemias, además es muy contagioso y pone a la vida social contemporánea en juicio», afirma Semán.
En este sentido, pensar el aislamiento como herramienta fundamental para evitar el contagio interpela de alguna forma otros encierros que suelen pasar inadvertidos. «El aislamiento es necesario, pero necesitamos la socialización, es un proceso propio a nuestra condición humana. Ahora, hay que pensar también en las consecuencias del encierro en la cárcel, en instituciones psiquiátricas, en un geriátrico, totalmente naturalizados en la sociedad, pero cuando nos toca a nosotros ahí se complica, llevamos nueve meses y estamos todos locos, no es fácil el encierro. Creo que habría que haber estado más atentos a la protección de los grupos vulnerables, pero no hubo solidaridad. La pandemia desnuda una sociedad, empiezan a aparecer problemas no solo sanitarios sino político-económicos e ideológico-culturales. Esta es una experiencia muy fuerte que debe dejarnos enseñanzas –concluye Spinelli–, a veces somos débiles de memoria, el tema de fondo tiene que ver con los derechos y el acceso a bienes universales».